Opera World, 27 enero 2019
José M. Irurzun
 
Beethoven: Fidelio, Bayerische Staatsoper, ab 24.1.2019
 
Fidelio en Munich: Petrenko salva una horrible y pretenciosa producción de Bieito
 
Una vez más vengo a Munich, que sigue ofreciendo programaciones del máximo interés para el aficionado a la ópera. En esta ocasión tendré la oportunidad de ver en dos días nada menos que Fidelio, dirigido por Kirill Petrenko y con Jonas Kaufmann en el reparto, y Arabella, con Anja Harteros y Michael Volle en los papeles protagonistas. Para mí está claro que Munich está a la cabeza de los teatros de ópera en el mundo.

Así pues, comienzo esta breve estancia en la capital bávara con esta única ópera de Beethoven, que ha resultado brillante musicalmente y también vocalmente, pero como la alegría no puede ser nunca completa, hemos tenido que sufrir nuevamente el tormento de la espantosa producción de Calixto Bieito. Tras esta lamentable exhibición, voy a tener que emular a Aníbal y declarar odio eterno al señor Bieito y de paso también a los taxistas que han estado a punto de impedir mi viaje.

Se repone de nuevo la producción de Calixto Bieito que se estrenara hace 9 años, sustituyendo a la clásica y atractiva producción de Peter Mussbach, que durante años se pudo ver en Munich. El trabajo del regista español es pretencioso, ya que se pone por montera el libreto original de la ópera de Beethoven, eliminando los diálogos, que son sustituidos por nuevos textos de Jorge Luis Borges y de Cormac McCarthy. A eso se añade el hecho de que Bieito decide comenzar con la obertura Leonora 3, ofreciendo al final de la escena de la mazmorra el adagio del Cuarteto de Cuerda opus 132.

A mí me parece que Calixto Bieito está en su perfecto derecho de que no le guste el libreto de Joseph Sonnleithner y lo lógico sería que no acepte el encargo de hacer una nueva producción. Lo que no se puede aceptar es que un regista meta la mano en el libreto y hasta en la música. Por menos que esto los herederos de Francis Poulenc demandaron a Dmitri Tcherniakov a cuenta de las libertades que se había tomado en su producción de Diálogos de Carmelitas en Munich. Claro que adivina quiénes son los herederos de Beethoven, aparte de que la propiedad intelectual no ampara un plazo de tiempo tan largo. Lo que sí me parece exigible a Bieito y al teatro es que la ópera se anuncie no como Fidelio, sino como basada en Fidelio. No es lo mismo.

Además de pretenciosa la producción es aburrida y eso es otro problema más grave. La escenografía de Rebecca Ringst ofrece una especie de laberinto en plástico y neón, donde los personajes y los figurantes se mueven continuamente sin encontrar la salida y uno acaba harto de tanto movimiento de actuantes, todos ellos con arnés. La supuesta originalidad de Calixto Bieito hace que sea necesario conocer muy bien la ópera para entender lo que pasa en escena, ya que el vestuario (Ingo Krügler) está traído a tiempos modernos y los supuestos prisioneros visten con traje y corbata, como si fueran empleados. Seguramente, para Bieito cárcel y oficina son la misma cosa. Las excentricidades de Bieito llegan al colmo en la escena final, en la que Don Fernando es una especie de payaso con la cara pintada, que no tiene mejor ocurrencia durante su monólogo que pegarle un tiro a Florestán, que cae al suelo. Pero claro, como el coro final exige su presencia, asistimos a su resurrección para poder dar fin a la ópera.

Terminaré diciendo que habitualmente se escribe sobre producciones y directores de escena, a los que se hace responsables – y con razón – de los éxitos o fracasos, como es el caso que nos ocupa. Simplemente, quiero añadir que la responsabilidad tiene que ser compartida por el o los responsables de los teatros, que son quienes finalmente aceptan los trabajos de los directores de escena. Si en Munich se está ofreciendo esta producción es porque el responsable artístico de la casa la ha aceptado y podía no haberlo hecho. Evidentemente, está de acuerdo con la producción y, por tanto, es corresponsable del fracaso de la misma.

Cuando vi esta producción hace 3 años, la dirección musical corría a cargo de Zubin Mehta, cuya labor se quedó por debajo de lo esperado. Entonces yo decía que tiene que resultar casi imposible dirigir esta ópera con lo que el maestro tiene delante de sus ojos. Ahora, el responsable de la dirección es Kirill Petrenko, uno de los grandes hoy en día en un foso, si es que no es el más grande todos ellos. No se ha repetido lo de Zubin Mehta, pero tampoco ha sido la dirección más brillante de Petrenko, aunque hay que decir que ha sido él quien ha salvado la representación. El gran Petrenko salió a relucir en la segunda parte de la ópera, que fue mucho más brillante y convincente que lo que nos había ofrecido la primera parte de la ópera. A sus órdenes estuvo una magnifica Bayerisches Staatsorchester, así como el estupendo Coro de la Bayerische Staatsoper.

Volvió a ser Leonore o Fidelio la soprano alemana Anja Kampe, que nos ofreció nuevamente una intensa interpretación del personaje, cantando y actuando con gran entrega y con su habitual inconveniente de sus tiranteces en las notas más altas, que a veces bordean el grito. Aquí este hándicap suyo no es tan grave como en otras óperas.

Florestán era Jonas Kaufmann, que tuvo una convincente actuación. Su arranque con Got emitido en pianísimo y abriendo el sonido a continuación fue espectacular. No es un personaje que canta habitualmente y se entiende que los teatros no le contraten para un rol que no es protagonista realmente. He vuelto a verle en el personaje después de aquella única actuación que ofreció en Les Arts de Valencia en Junio de 2011, cuando todavía en la ciudad del Turia estaba Helga Schmidt. He encontrado en buen estado a Kaufmann, aunque me ha llamado la atención que el público ha estado menos cálido con él que en otras ocasiones anteriores.

La parte de Rocco fue interpretada por Günther Groissböck, que ofreció una buena prestación vocal y escénica. Hay que decir que el bueno de Bieito no tiene inconveniente en convertir a este personaje en una especie de borrachín, siempre con la botella en la mano. Es un muy buen cantante, aunque prefiero en el rol a René Pape, a quien había visto hace algo más de un mes en Berlín.

Wolfgang Koch dio vida a Pizarro y ha vuelto a mostrar que está en claro declive vocal. Este barítono ha sido uno de los más importantes en el repertorio alemán, con una voz atractiva y poderosa. Ya las últimas veces que le había visto en escena su voz no tenía la misma fuerza que antes y la historia ha vuelto a repetirse ahora.

A destacar la actuación de la soprano Hanna-Elizabeth Müller como Marzelline, que volvió a ofrecer una brillante actuación. Su voz es muy atractiva y se encuentra como pez en el agua en estos personajes. Hoy vuelve a actuar en Arabella como Zdenka.

El tenor irlandés Dean Power volvió a interpretar la parte de Jaquino y lo hizo bien. Finalmente, el barítono Tareq Nazmi ofreció una voz atractiva y adecuada para el personaje de Don Fernando.

El teatro había agotado sus localidades. El ́público se mostró cálido con los artistas en los saludos finales, siendo los mayores aplausos para Günther Groissböck y Anja Kampe, por encima de Jonas Kaufmann. Kirill Petrenko y la orquesta fueron también muy ovacionados.

La representación comenzó con los habituales 5 minutos de retraso en Munich y tuvo una duración total de 2 hora y 40 minutos, incluyendo un intermedio y algunas paradas breves para que se “lucieran” Calixto Bieito y sus colaboradores. Duración musical de 2 horas y 1 minuto. Doce minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 243 euros, habiendo butacas de platea desde 143 euros. La localidad más barata con visibilidad costaba 67 euros. Los precios eran más altos que los habituales, al ser la primera representación del título en esta temporada.
 
 
 






 
 
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