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El Mercurio, 21 de Julio de 2018 |
POR JUAN ANTONIO MUÑOZ H. |
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Wagner: Parsifal, Bayerische Staatsoper, 5. Juli 2018 |
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"Pársifal" en Múnich: presenciar una leyenda
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El maestro Kirill Petrenko acaba de conducir una versión
sobrecogedora e inusual en términos interpretativos del "festival sacro" de
Richard Wagner. |
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El
último drama musical de Richard Wagner ha- bla de heridas persona- les y
sociales que no cie- rran, que se infectan y duelen. El alivio no es
milagroso o, más bien, sí lo es, porque la mejoría se logra solo a través de
la piedad, que viene a iluminar la pureza de "un tonto".
Friedrich
Nietzsche, tan cercano al compositor durante mucho tiempo, describió
"Pársifal" como una obra que rinde tributo a un ascetismo "degenerado y
absurdo", pues consideró que elogiar a un héroe que vence porque renuncia a
su instinto sexual no es más que un síntoma de decadencia y debilidad. Hay
muchos que dicen que la supuesta cristianización planteada es una suerte de
salida de última hora de Wagner, que transitó por la vida dando cuenta de
contradicciones en todo orden de cosas. Pero lo cierto —si es que hay algo
aquí que pueda ser declarado "cierto"— es que en "Pársifal" se da una
síntesis de conceptos religiosos e ideológicos, unidos tras la búsqueda del
amor-misericordia, que según la historia es lo que redime y libera a las
figuras atormentadas que comparecen en escena: Amfortas y Kundry. El
encargado de restaurar lo perdido es Pársifal, el "tonto-puro".
El
Festival de Ópera de Múnich es lo mejor del verano musical europeo en la
actualidad y esta versión de "Pársifal" agotó los tickets con mucha
antelación, porque coincidían en ella Kirill Petrenko, quien acaba de ser
nombrado sucesor de Simón Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín; el
legendario artista alemán Georg Baselitz, y el mejor elenco de cantantes
posible de imaginar en nuestros días.
Aunque las pifias a la puesta
en escena pudieron desequilibrar la jornada de estreno, en las funciones
sucesivas esto cambió, al punto que este "Pársifal" se ha convertido en una
leyenda; "una experiencia de vida", como escribió Rupert Christiansen,
crítico del diario londinense The Telegraph.
Lo primero es el trabajo
del joven director ruso Kirill Petrenko (1972), ovacionado cada noche,
meticuloso en la exposición del preludio, página sinfónica de clima
inmaterial y enigmático, y también en el tenue crescendo de luminosidad que
propone el "Encantamiento del Viernes Santo". Su enfoque no es el tan
habitual de contrastes entre lo tenebroso/fatal y la claridad extática, sino
que optó por una llegada más dulce y suave, de ternura casi carnal,
transformando la partitura en una extensa y liederistica súplica por la
piedad, a través una fluidez lírica inagotable.
Prodigiosamente,
Wagner se escuchó en Múnich con la textura exquisita de la mejor música de
cámara, como un tapiz a la vez extraño, seductor e íntimo, con pausas
inesperadas —suspensiones del arco de sonidoque golpeaban tanto al público
como a los personajes de este gran misterio que es "Parsifal".
La
producción de Baselitz causó controversia y sin duda incomoda, pero es un
aporte estético y de contenido, al ofrecer una mirada sombría, medieval y
futurista sobre el mundo y el futuro, con el hombre en estado de miseria
putrefacta, en languidez perpetua o en avidez repulsiva, donde las órdenes
sagradas no están destinadas a los devotos íntegros sino a parias y
miserables.
Es verdad que los mórbidos y mofletudos Caballeros del
Grial y las envejecidas y voluptuosas niñas-flores resultan algo
repugnantes, pero todo eso apunta a develar la precariedad que habita en la
naturaleza y en todos los seres de carne y hueso, y que se manifiesta desde
el espíritu para terminar en el cuerpo: terrible convicción. De hecho, el
esperanzado final más pareció la disolución en la nada que una conquista
redentora.
El magnífico elenco hizo el resto, con Jonas Kaufmann
(Pársifal) en estado de gracia, volviendo transparente su voz cada vez más
oscura, y dibujando las líneas de su personaje que desde la perplejidad
inicial alcanza una estatura primero heroica, luego estoica y más tarde
sobrenatural. Nina Stemme fue una Kundry emocionante, con su voz enorme
plena y una contención escénica admirable. René Pape es un experto en
Gurnemanz y sus eternas narraciones surgieron como el calmo y sabio consejo
de un maestro. Christian Gerhaher vertió la angustia de Amfortas como si
fuera un Lied, con un respeto hierático por el texto. Finalmente, el veneno
del pobre y retorcido Klingsor, aniquilado por su propia lasitud, llegó en
la voz de Wolfgang Koch.
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