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El Mercurio |
Por Juan Antonio Muñoz Herrera |
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Konzert, 19. Mai 2018, London, Barbican Hall |
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Un concierto que ya es leyenda
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Jonas Kaufmann trabaja por aportar su mundo interior al sentido de las obras
que interpreta; por eso es un artista y no sólo un cantante. Fue una
oportunidad magnífica asistir a su primera ejecución en vivo de los “Vier
letzte Lieder” de Richard Strauss; una aventura que implicaba muchos
riesgos, en especial porque las partituras han sido abordadas
preferentemente por sopranos. Pero los riesgos son desafíos para el tenor
alemán, como lo demostró ya con los “Wesendonck Lieder” (Wagner) y al asumir
las dos voces de “Das Lied von der Erde” (Mahler).
Este concierto,
realizado el 19 de mayo en el Barbican Centre de Londres, tiene la marca de
una leyenda. Nadie podrá olvidar lo vivido esa noche.
Los “Vier
letzte Lieder” (estreno póstumo en 1950) fueron compuestos para voz aguda,
pero no específicamente para voz femenina, y han sido un vehículo para
sopranos de material vocal e intención expresiva tan diversos como Kirsten
Flagstad, Elisabeth Schwarzkopf, Leontyne Price, Jessye Norman, Sylvia Sass,
Kiri Te Kanawa y Anna Netrebko, entre muchas otras. Ya algunos varones
tuvieron alguna aproximación, como el tenor alemán René Kollo, que grabó “Im
Abendrot”, el Lied que cierra el ciclo, dirigido por Christian Thielemann, y
el barítono Konrad Jarnot, que grabó las cuatro canciones con Helmut Deutsch
al piano. Ahora el gran tenor alemán ofrece su incisiva y profunda mirada
sobre las partituras, junto a la BBC Symphony Orchestra dirigida por Jochen
Rieder.
El arte de Jonas Kaufmann es el de la entrega expresiva
íntima; un canto desde lo profundo de su ser, erguido sobre un control
absoluto del voltaje emotivo, que dosifica y administra con un cuidado casi
religioso. Él tiene una sobrenatural capacidad para comunicar de manera
confidencial las sutilezas de un lenguaje musical cuya vida se debe a un
recorrido melismático por palabras y sílabas implicadas en variaciones de
tono, acentuaciones casi imperceptibles y ritmos de fraseo de gran
complejidad. Un tejido musical que, en el caso de los “Vier letzte Lieder”,
conmociona internamente a quien escucha. Y una prueba vocal sólo posible
desde la maestría, ya por la densa orquestación, que pone a prueba el
registro central, como también por la exigente tesitura y el control total
de la línea de canto, condición imprescindible para lograr fluir sin perder
posición por este ondulante camino straussiano.
Jonas Kaufmann parece
observar que estas partituras contienen esa recuperación lunar de la vida
emocional a la que se canta en “Salomé”, con el misterio de la muerte
compitiendo con el misterio del amor, y que en ellas vive también el
elegíaco reconocimiento de Orestes (“Elektra”). Además, que hay en ellas una
visita a ese mausoleo abierto y atrayente en que dejó Wagner a sus amantes
(“Mild und leise”).
Para algunos, este ciclo representa el “Ocaso del
Romanticismo”, pero la interpretación de Jonas Kaufmann dice que más bien se
trata de la confirmación absoluta de todo lo que implicó el Romanticismo,
expuesto a través de un estado contemplativo de calma y esperanza al
constatar el paso del tiempo e intuir la muerte. Fue sobrecogedor cómo
abordó la “amplia y silenciosa paz” (O weiter, stiller Friede!), el
cansancio al final del camino, las imágenes del atardecer y la pregunta
enorme con que termina el ciclo: “¿Será esto, acaso, la muerte?” (Ist dies
etwa der Tod?), sólo por referir lo que fue capaz de hacer con la cuarta
canción, “Im Abendrot”, la única con texto de Eichendorff.
Escuchar a
Jonas Kaufmann en estas obras es entender a Richard Strauss a sus 84 años y
también es comprender y conocer al propio tenor. La suya es una mirada que
atiende el misterioso e inefable devenir que proponen la transitoriedad y el
paso hacia otro estado. En su voz, la muerte es en verdad casi una coda,
porque lo que importa es el camino; especialmente, la última parte de él: un
jardín que se marchita (el hombre que envejece), la partida del verano
(constatación de que se acaba la juventud vigorosa), el anhelo de descanso
(de dormir una noche o todas las noches). Hay un grito al deseo de silencio
y “Beim Schlafengehen” hace referencia a él cuando la voz calla. Kaufmann
sabe que el sonido contiene ese silencio, que el silencio es descanso y que
quizás es ahí donde la música se realiza finalmente.
En “Frühling”,
el tenor subraya esa melodía que parece no terminar. Aunque de carácter
brahmsiano, emerge también Wagner con sus más extensos trabajos tras el
infinito que Strauss sí logró sintetizar. Desde el comienzo, la música se
agita y surge desde el no deseado jardín de invierno, que Kaufmann describe
con su voz oscura haciéndonos ver “la gruta crepuscular” donde “soñé
largamente / tus árboles, tus aires azules / tus olores y el cantar de tus
pájaros” (In dämmrigen Grüften / träumte ich lang / von deinen Bäumen und
blauen Lüften / Von deinem Duft und Vogelsang”). Y ahí también el encuentro:
“Me reconoces de nuevo / me atraes dulcemente, / mis miembros tiemblan / con
tu bienaventurada presencia” (Du kennst mich wieder, du lockst mich zart,/
Es zittert durch all meine Glieder / Deine selige Gegenwart!).
En
“September”, junto a Hesse, nos hablará de otoño y declinación, con el
verano muriendo con la primera lluvia. Aquí el viaje es, de tonalidad mayor
a menor, por el agonizante ensueño del jardín. “Beim Schlafengehen” —con la
orquesta aumentada en vientos y metales, y la celesta en vez del arpa— puede
ser la más conmovedora del ciclo y el tenor la proyecta tal como lo hace el
alma que quiere elevarse, pero el sueño la vence, y el alma se eleva.... y
el sueño la vence. Es aquí donde resuena el trío de despedida de “Der
Rosenkavalier”, pues el asunto del adiós, del término y del destino une
ambas obras: un verdadero estremecimiento recorrió el Barbican cuando el
artista dijo “vivir profunda e intensamente en el círculo mágico de la
noche” (Um im Zauberkreis der Nacht / Tief und tausendfach zu leben).
Finalmente, “Im Abendrot” es el receptáculo de todo: de lo mejor de
Richard Strauss, del Johannes Brahms del Réquiem Alemán, de Bayreuth, de qué
es morir, del misterio de vivir. Este Lied es una suerte de epílogo enlutado
para la joven “Muerte y transfiguración” (1890), también citada. Imposible
no recordar “Von ewiger Liebe” (“Del amor eterno”), de Brahms, con las
palabras de Wentzig deshaciéndose en la oscuridad de los bosques y los
campos, cuando “incluso la alondra está callada”. O “Auf dem Kirchhofe” (“En
el cementerio”), con la descripción de ese día “cargado de lluvia y de
tormenta” y esas tumbas que tenían escritas las palabras “nosotros fuimos”.
Por eso es que el único encore que Jonas Kaufmann brindó tras esta noche
de leyenda fue “Morgen!” (“Mañana”), tal vez la canción más entrañable de
Strauss, que nos dice, con paz, que algún día nos reuniremos, los
bienaventurados, “en el seno de esta tierra que respira la luz del sol”, y
que “sobre nosotros descenderá el mudo silencio de la felicidad”.
Si
bien el centro de este programa eran los “Vier letzte Lieder”, el programa
fue mayor. La orquesta de la BBC fue dirigida admirablemente por Jochen
Rieder, que conoce a Kaufmann y que respira con él, algo absolutamente
necesario en un repertorio como este. El programa inició con la
impresionante en inventiva y recursos Schauspiel Overture (1911) de Erich
Korngold, compuesta cuando tenía 14 años. “Intermezzo”, de Strauss, sirvió
de preludio a los cuatro primeros Lieder, con Kaufmann en su elemento. Abrió
los fuegos un sobrecogedor “Ruhe meine Seele”, seguido por “Freundliche
Vision”, con el tenor haciendo cima en las frases “Der voll Schönheit
wartet, dass wir kommen” (La belleza completa está esperando que vengamos”)
y “Und ich geh’ mit Einer, di mich lieb hat” (Y voy con alguien que me ama).
En “Befreit”, esa liberación al momento de morir/amar/poseer, la voz de
Kaufmann se convirtió en un hilo de los tiempos para decir “Geb’ich dir
Blick und Kuss zurück” (Devolveré tu mirada y tu beso) y “Dann wirst du mir
noch im Traum erscheinen und mich segnen und mit wir weinen” (Entonces sólo
te veré en sueños, amor dormido, y tú me bendecirás y llorarás conmigo).
“Heimliche Aufforderung” fue la “Invitación secreta” perfecta para el gran
despliegue vocal. Antes de los “Vier letzte Lieder”, Rieder y la BBC
Symphony Orchestra hicieron la quizás algo larga “In the South”, de Edward
Elgar: habrá que darle otra oportunidad porque pudo ser la impaciencia por
volver a Strauss, y a Kaufmann.
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