Es
el mayor cantante lírico surgido en las últimas décadas: por material vocal,
versatilidad, capacidad interpretativa, adecuación estilística y condiciones
de actor. Jonas Kaufmann, tras su triunfal regreso a los escenarios en París
en el rol titular de “Lohengrin” (Wagner), asumió una exigente “residencia”
en el Barbican Centre de Londres desde el 4 de febrero.
Como su
personalidad artística no tiene que ver con facilismos, escogió para iniciar
ese trabajo un arduo programa de Lieder, un género cada vez menos habitual
en las temporadas de los teatros y que él se ha empeñado en proteger; hoy
sus recitales de canciones son sitios de peregrinaje que convocan a sus
devotos y a los que aman la poesía hecha música.
El programa partió
con los doce números del Opus 35 de Robert Schumann, los “Kerne Lieder”, una
constelación de sutilezas en cuya trama viven el sueño y sus designios.
Kaufmann se entrega a las implicancias de los textos de Justinus Andreas
Kerner y así conquista “Lust der Sturmnacht” (Placer de la noche de
tormenta) para implorar que esta nunca acabe (“Ende nie, du Sturmnacht
Wilde”). En “Erstes Grün” (Primer verdor) ofrece el contraste entre las
visiones de la naturaleza en primavera, con el piano en modo mayor —un
siempre notable Helmut Deutsch—, mientras que la voz devela el decaimiento
de un corazón enfermo de deseo. “Wanderung” (Peregrinación) lleva en
caminata hacia la “tierra desconocida” (Ins unbekannte Land!) donde” ningún
pájaro despierta al bosque” (Kein Vogel weckt den Hain), en tanto “Frage”
(Pregunta) cuestiona qué llenaría el ser del poeta si no existieran el
crepúsculo, el bosque, la montaña y las canciones. “Stille Tränen” (Lágrimas
silenciosas) —un Lied adorado por Schumann y que exige imperio vocal—
recuerda que en las noches tranquilas más de alguien llora aunque en la
mañana otros piensen que su corazón siempre es feliz.
El repertorio
siguió con Henri Duparc y sus melodías: “L’invitation au voyage”, con
palabras de Baudelaire viajando hacia el lujo, la calma y la voluptuosidad;
la sutil “Phidyle”, de Leconte de Lisle, de expresión graduada; “Le manoir
de Rosemonde”, con sus destellos de rabia y locura en la inmensidad del
recitativo dramático; “Chanson triste”, de ecos antiguos y reminiscentes, y
“La vie antérieure”, otra vez con Baudelaire esta vez en las profundidades
de la nostalgia. Kaufmann parecía en trance, y el público también.
Terminó con los extraordinarios y tan poco conocidos “Siete sonetos de
Michelangelo” (1940), puestos en música por Benjamin Britten. Se trata de
las primeras canciones escritas expresamente para Peter Pears, sobre poemas
de una intensidad emocional arrebatadora que Jonas Kaufmann convierte en
piezas donde se fusionan atracción física y asombro intelectual.
Los
textos, en su idioma original, conducen a Britten a modelos musicales
italianos que él reinterpreta conforme a su cultura y a su tiempo. Jonas
Kaufmann los aborda a través de frases amplísimas, libres, con desinhibición
expresiva, y de esa manera entrega un ciclo que no es si no un canto
desbordado por la perfección inmortal del amor. No se podrán olvidar la
ardiente serenata del Soneto XXXVIII ni el éxtasis del Soneto XXXII sobre
las palabras “S’un casto amor, s’una pietà superna”.
Nadie quería
abandonar la sala.
El miércoles 8 de febrero, el carácter del
programa era otro. En especial por la segunda parte. Esta vez se encontraban
junto a Kaufmann el gran director Antonio Pappano y la Orquesta Sinfónica de
Londres, todos dispuestos a arremeter sobre Richard Wagner.
Pappano
dirigió un preludio de “Tristán e Isolda” (1857-9) antológico, de fino
lirismo. Esta página imprescindible para quien quiera iniciarse en Wagner
era también ideal para el repertorio, que seguía los “Wesendonck Lieder”
(1857-8), que puede entenderse como un estudio para “Tristán”. De hecho, “Im
Treibhaus” (En el invernadero), evoca el preludio del tercer acto mientras
que “Träume” (Sueños) recuerda un fragmento del segundo acto y “Stehe still”
(No te muevas) alcanza al motivo del destino del primer acto. Inspirado y
conduciendo con un control absoluto la línea de canto, el tenor entregó una
clase magistral, con su voz oscura hecha sombras, destellos y resplandores,
construyendo orgánicamente cada canción y dando unidad al ciclo en su
conjunto.
Después del intermedio vino el primer acto completo de “La
Walkyria”, que Pappano despojó de toda brutalidad sonora, salvo para la
entrada de Hunding y para el enervante inicio, y que fue un crescendo
inagotable de intensidad lírica. La exposición temática fue resuelta con una
sutileza poco habitual —diríase belcantista— por esta orquesta incombustible
que avanzaba por oleadas sobre este sonido intenso, que a veces parecía
imperceptible y otras una lluvia sobre la atmósfera. Kaufmann emergió aquí
como el gran wagneriano que es, esculpiendo a Siegmund, el guardián de la
victoria, en toda su grandeza. El papel, de carácter dramático, le exige
desde el Do 2 hasta el La 3, y contiene momentos de hondo lirismo y otros de
gran fiereza; exige un agudo poderoso, pero también graves de barítono. En
“Ein Schwert verhiess mir der Vater” (Mi padre me prometió una espada) fue
modélica su declamación wagneriana; “Winterstürme wichen dem Wonnemond” (Las
tormentas invernales se han rendido ante la luna voluptuosa) fue un Lied de
grandes dimensiones; sus llamados al padre, “Walse, Walse”, resultaron tan
impresionantes como sus invocaciones a la espada Nothung.
La
excelente soprano finlandesa Karita Mattila estuvo junto a él como
Sieglinde, y no le fue en saga. Al revés, hizo una protagonista viva y
personal en extremo, en nada parecida a las Sigliendes habituales: frágil y
envuelta en una ensoñación de gran aliento como la del que sabe que recién
en sus últimos días ha encontrado el amor y debe vivirlo a costa de lo que
sea. El veterano bajo Eric Halfvarson fue el Hunding terrible que debe ser,
con imperio total sobre su voz y dueño por completo del personaje, La
ovación fue interminable, y para todos.
Lamentablemente, una
bronquitis —el clima de Londres en estas fechas, con temperaturas bajo cero,
nieve y/o garúa constante— impidió a Jonas Kaufmann hacer el tercer
concierto, previsto para el lunes 13, donde interpretaría por primera vez
los “Vier Letzte Lieder” de Richard Strauss, una proeza que queda en
suspenso. Pero hay mucho por venir: Sony lanza en abril “Das Lied von der
Erde” (La canción de la Tierra) con Kaufmann y la Filarmónica de Viena
dirigida por Jonathan Nott; el Covent Garden monta para él “Otello” (Verdi)
en junio, con Pappano; la Ópera de París lo tendrá como “Don Carlos” (Verdi)
en octubre, y el Liceo de Barcelona lo espera como “Andrea Chénier”
(Giordano) en la temporada 2017/18.
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