He sido uno de los privilegiados que ha tenido la suerte de asistir a esta
representación de Tosca, que es de las que quedará en el recuerdo de los
espectadores por mucho tiempo. Nuca habría creído que después de muchos años
y muchas Toscas, de pronto podría asistir a una representación de esta obra
maestra de Puccini que me produjera la misma sensación que cuando la escuché
por primera vez. En medio ha habido de todo, primando la mediocridad sobre
la calidad. En esta ocasión, sin embargo, el resultado es espectacular,
excepcional y cuantos calificativos se le puedan añadir.
Esta
temporada 2015-2016 ha tenido dos momentos excepcionales, de los que uno no
se olvida fácilmente. Me estoy refiriendo al Lohengrin del pasado mes de
Mayo en Dresde y a esta Tosca en Munich. En ambos casos las expectativas no
podían ser más altas y el resultado ha sido espectacular. También en los dos
casos se daba la circunstancia de que al frente de la dirección musical
estaban dos de los más grandes directores de la actualidad, como son
Christian Thielemann y Kirill Petrenko. Finalmente, los repartos vocales
eran dignos de la mejor grabación discográfica: Beczala, Netrebko y
Herlitzius en Dresde; Harteros, Kaufmann y Terfel en Munich.
Hace
tiempo que llegué a la conclusión de que la pieza clave y más importante de
una representación de ópera es el director musical. A esta conclusión se
llega, cuando uno ha frecuentado teatros de ópera y ha tenido la suerte de
asistir a representaciones con directores excepcionales. Es entonces cuando
uno se da cuenta de la importancia de su figura. Algo parecido a lo que
ocurrió en Madrid en el pasado San Isidro con Manzanares o lo ocurrido en
Istres con Enrique Ponce. Cuando uno ve lo excepcional, se da cuenta de la
abundancia de mediocridades. Mucho me va a costar volver a asistir a una
representación de Tosca.
La Bayesrische Staatsoper tiene la gran
fortuna de contar con Kirill Petrenko como director musical, aunque sus
apariciones en Munich en el futuro serán más esporádicas, al tener que hacer
frente a sus responsabilidades como director titular de la Filarmónica de
Berlín. Kirill Petrenko es uno de los más grandes directores de la
actualidad, al que se le identifica normalmente con el repertorio ruso o
alemán, siendo más raro verle dirigir ópera italiana. Su dirección de Tosca
ha sido prodigiosa, de una musicalidad impresionante y de una delicadeza
exquisita. En el primer acto pudo a veces dar la impresión de que había
exceso de sonido proveniente del foso, aunque creo que la impresión tenía
más que ver con quien estaba en el escenario que con quien dirigía en el
foso. Fue impresionante su lectura del segundo acto, con una tensión raras
veces experimentada en esta auténtica pieza maestra de teatro. ¡Y qué decir
del tercer acto! La música que salía del foso en la primer parte de este
acto era sencillamente prodigiosa, de las que uno no olvida. ¡Que gran
director es Kirill Petrenko! Merece la pena venir a Munich solo por él,
aunque haya otras muchas razones artísticas para hacerlo. A su inmensa
calidad musical, hay que unir una humildad difícil de entender en un artista
como él. En las antípodas de otras figuras de la dirección musical. Muy
buena la prestación de la Bayerische Staatsorchester, que bajo su batuta se
convierte en una orquesta prodigiosa.
Si a mí me hubiera preguntado
alguien cuál es hoy el reparto ideal de Tosca, mi contestación habría sido
Anja Harteros, Jonas Kaufmann y Bryn Terfel. Ni más ni menos que lo hemos
tenido en el escenario del teatro de Munich.
Anja Harteros volvía a
ser Tosca en Munich, repitiendo su presencia en el personaje de hace un par
de años. Su actuación en esta ocasión ha sido magnífica. Estamos, si me lo
permiten, ante la mejor soprano de la actualidad, aunque hay otras que la
superen en glamour o popularidad. Su Tosca fue un vendaval de intensidad
dramática y de canto exquisito y controlado en todo momento, aparte de unas
dotes de actriz muy superiores a las de otras ocasiones. Se notaba que hay
una química muy especial entre ella y Jonas Kaufmann, ya que los dos han
cantado muchas veces juntos en Munich. Precisamente, si algo faltó a su
Tosca de hace dos años fue la química con su Cavaradossi de entonces, que
fue una sustitución de última hora y que lo más que podía inspirar era
compasión. Esta Tosca quedará para el recuerdo, como quedará su
impresionante Vissi d’arte. Cuento los días para volver a verla en este
escenario en la Marschallin del Rosenkavalier.
En un reparto de
ensueño, como el que nos ocupa, no podía faltar el tenor Jonas Kaufmann,
posiblemente el tenor más importante de la actualidad. Aunque no sea un
demérito, debo decir que su actuación quedó un tanto por debajo de las de
sus compañeros de reparto. En el primer acto la voz de Kaufmann no corría
demasiado bien, debido a ese más o menos ligero engolamiento de su voz,
pasando sin exceso de brillo por Recondita armonia. Mejoró en el dúo con
Tosca, aunque le he visto mejores actuaciones. Lo mejor por su parte vino en
el tercer acto. Muchos aficionados a la ópera en disco me entenderán si les
digo que Jonas Kaufmann cantó E lucevam le stelle y O, dolci mani a la
manera de Miguel Fleta, todo lo almibarado que se quiera, pero que solo está
al alcance de grandísimos cantantes. Aquí, efectivamente, Jonas Kaufmann
demostró toda su categoría de cantante y no les falta razón a quienes
consideran que es el mejor tenor de la actualidad.
El gran Bryn
Terfel fue el Barón Scarpia. No digo que interpretó al Barón Scarpia, sino
que lo fue. Nunca he visto cantar esta parte con tanta intención, tantos
matices y tal variedad de colores en su canto. Había tenido la suerte de ver
a Bryn Terfel en este personaje en otras ocasiones, pero lo de ahora ha sido
sencillamente prodigioso. No hubo frase ni siquiera sílaba que no tuviera la
intención y el acento precisos. Su Scarpia se movió entre la nobleza y los
bajos instintos en una actuación excepcional. Incluso le he encontrado mejor
vocalmente que las últimas veces. No hay barítono que pueda competir con
Terfel en este personaje.
En los personajes secundarios Goran Juric
fue un sonoro Angelotti. Christoph Stephinger, un más bien modesto Sacristán
tanto vocal como escénicamente. Kevin Conners fue un consumado Spoletta.
Christian Rieger, un adecuado Sciarrone.
Se reponía la producción de
Luc Bondy, cuyo estreno en el Metropolitan en Septiembre de 2009 trajo
consigo el escándalo, al sustituir a la antigua producción de Franco
Zeffirelli, tan amada en la ciudad de los rascacielos. La verdad es que esta
producción puede gustar más o menos, pero difícilmente puede provocar un
escándalo. Se trata de una producción tradicional La escenografía de Richard
Peduzzi no tiene la espectacularidad de otras, pero sigue fielmente al
libreto. Una Iglesia un tanto pobretona en el primer acto, el Palacio
Farnese en el segundo, aunque podría ser una habitación de un hotel, ya que
los lujos eran más bien escasos, y, finalmente una terraza elevada en una
fortaleza, aunque falta el famoso Ángel. El vestuario de Milena Canonero
responde a la época del libreto y resulta adecuado, particularmente en lo
que se refiere a la diva. Hay algunas novedades en la producción,
particularmente en el segundo acto, en el que Scarpia no muere a manos de
Tosca acuchillado repetidas veces, como ocurría anteriormente, sino de una
única y certera puñalada. También en esta ocasión se prescinde al final del
acto del absurdo momento en que Tosca descansa en el sofá, mientras se da
aire con el abanico de la Atavanti. En resumen, una producción clásica y
tradicional, menos espectacular que otras y corta de brillantez en muchos
momentos.
El Nationaltheater estaba a reventar y la presencia de
Suche Karte en los alrededores parecía una manifestación. El público dedicó
un triunfo indudable a los tres protagonistas y a Kirill Petrenko.
La
representación comenzó con los habituales 5 minutos de retraso y tuvo una
duración de 2 horas y 25 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical
de 1 hora y 49 minutos. Nada menos que 16 minutos de ovaciones y bravos.
El precio de la localidad más cara era de 243 euros, habiendo butacas de
platea al precio de 143 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba
67 euros. Son los precios más altos que jamás he visto en Munich, pero la
ocasión era muy especial.
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