Un recinto lleno de almas en el que no todas sabían muy bien quien es Jonas
Kaufmann. ¿Será verdad eso del mejor tenor del mundo? Después del relleno
orquestal contemplado para alivianar la carga al cantante, apareció
Kaufmann, abrió la boca y se dieron cuenta de que sabia cantar y lo hacia
bien. Se fueron sucediendo las arias, un Celeste Aida finalizado en
pianissimo, cantado distinto a lo acostumbrado, sin gritarlo, nada de
heroico, sino intimo. ¿Sería la misma aria que por siempre hemos oído a toda
voz y con un si bemol a todo pulmón al final? Raro este tenor, pero al
proseguir con el improviso de Andrea Chenier entre otras arias, ya quedaba
claro que voz le sobraba y que su estilo de canto era diferente a lo
acostumbrado. Cada palabra, cada frase está cantada de acuerdo a lo que va
sintiendo con su voz oscura y penetrante de timbre bellísimo, de fraseo
elegante y refinado. Aumentaban los aplausos y al finalizar con Nessun Dorma
ya el delirio estaba desatado y sin duda estábamos ante el rey de los
tenores. En esta humilde opinión, es el cantante más perfecto de la
historia, después del gran Caruso. Es un innovador y ha aportado a la ópera
tal cuál Callas lo hizo hace 60 años, poniendo énfasis en la palabra, en el
acento a cada frase y que la mayoría repite demostrando que tiene voz, pero
sin detenerse en el detalle. Puede que su voz y técnica no sean tan
perfectas como la de muchos en el pasado, pero uno pone atención a su canto
y se da cuenta de su altura. Es, además, un actor consumado y tiene la
virtud de pronunciar perfectamente los idiomas. Hoy no tiene rival y la
distancia con cualquier otro es sideral. Simplemente, es el mejor y no será
fácil que aparezca otro tan grande como él. Kaufmann vino acompañado de un
excelente director, Jochen Rieder, que logró sacar un muy buen resultado a
la nueva Orquesta Filarmónica de Chile. Al finalizar vinieron los encores y
las almas extasiadas gritaban, pateaban, chiflaban y vociferaban por una
experiencia que será dificil de olvidar.
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