El Mercurio, 20 de agosto de 2016
Juan Antonio Muñoz H.
 
Konzert, Santiago de Chile, Moviestar Arena, 18. August 2016
 
Jonas Kaufmann hizo historia en Santiago
Un recital que llevó a más de cuatro mil personas al delirio y una actuación emocionante que será recordada por las generaciones venideras como una cima musical difícilmente equiparable.

Fue una noche de varios milagros, que no son porque sí sino producto de un trabajo enorme que muchas veces no se tiene en consideración. El primero es haber tenido en Chile, en la cima de su carrera, al gran tenor Jonas Kaufmann, adorado por las más de cuatro mil personas que el jueves asistieron a su recital. Esto se debe —y hay que decirlo y agradecerlo— a la productora Merci, que dirige Samuel Benavente, y a la responsable de la gira latinoamericana del artista, Elisa Wagner.

Otra de las sorpresas es que se demostró que el Movistar Arena puede funcionar razonablemente bien para un concierto de estas características y no solo para un espectáculo pop o rockero. Por cierto que un espacio como el Teatro Municipal de Santiago habría sido el ideal, pero se habrían quedado tres mil personas sin escuchar en vivo a Jonas Kaufmann. O él habría tenido que hacer cuatro conciertos, lo que era imposible. Otro punto en el que había dudas era cómo sería la amplificación allí para una orquesta sinfónica y una voz solista. ¿Cómo se haría para que fuera posible percibir las sutilezas interpretativas del arte del Kaufmann? El resultado superó todas las expectativas gracias al talento de Loretta Nass, ingeniero en sonido chilena con conocimiento cabal del tipo de música que se estaba ejecutando.

Luego, la orquesta en sí misma. Era la Filarmónica de Chile (no la de Santiago ni la Sinfónica), fundada en 2006 por una treintena de músicos que ya llevaban 15 años tocando juntos y que, cuando quedaron fuera del Teatro Municipal, decidieron aprovechar su experiencia para seguir adelante con su trabajo. Preparado en las semanas previas por Paolo Bortolameolli, el grupo de instrumentistas encontró en Jochen Rieder un maestro que explotó sus mejores cualidades y que extrajo de ellos momentos espléndidos, como sucedió con la Obertura Festiva de Shostakovich y con la asombrosa “Tregenda” de “Le Villi” (Puccini). Eso, aparte de haber acompañado con extremo cuidado al cantante en las difíciles páginas vocales que integraron el programa. Incluso Rieder, en un momento de gran emoción dentro del recital, pidió a los instrumentistas que musitaran el coro de la parte central de “Nessun dorma”. Es cierto que las Suites 1 y 2 de “Carmen” fueron algo lentas; que la Filarmónica de Chile debe trabajar su línea para fragmentos como el “Intermezzo” de “Cavalleria Rusticana”, y que los bronces tuvieron un percance notorio en “Core ingrato”, pero así y todo el conjunto se mostró sólido y capaz de tareas mayores.

Otro milagro fue el público en sí mismo. Al margen de que había algunos por ahí comiendo cabritas y hasta hamburguesas, fue una audiencia que recibió a Kaufmann como un dios, que supo respetar los finales como no sucede ni en las salas más encumbradas y que aplaudió con fervor no sólo las arias más conocidas. Porque era lógico esperar el delirio tras el esplendoroso “Vincitor!” de “Nessun dorma”, pero una ovación como la que escuchamos para “Ô souverain, ô juge, ô père” de “El Cid” (Massenet), es algo del todo inusual.

Y ahora Jonas Kaufmann. Simplemente, un artista enorme, que convierte cada partitura que interpreta en un parámetro con el que deberán medirse las generaciones venideras de cantantes. Tal como sucedió hace 60 años con Maria Callas, Jussi Björling, Carlo Bergonzi o Elisabeth Schwarzkopf.

Versátil y generoso, entregado por completo a lo que hace, es un artista de estatura histórica, de imperio vocal y escénico, apabullante en belleza sonora y comprensión del sentido profundo del sonido. Actor de desbordante vuelo imaginativo, vive íntimamente sus personajes e irriga de emoción cada frase, perturbando con la intención expresiva que pone en gestos y palabras. En su caso, la nobleza de tono, el registro amplísimo, los colores de su timbre, la línea de canto y, en especial, su elegancia y audacia conjugadas, sirven a la reciedumbre, la pasión, el lirismo amoroso, el dolor y la vulnerabilidad de sus entregas.

El programa fue exigentísimo. Partió con “Recondita armonía”, de “Tosca”, ópera que parece estar escrita para él, y luego vinieron “Celeste Aida”, antológico por el abandono de su canto y por el Si bemol soñado por Verdi, en mezza voce y morendo, convenientemente evitado por la mayor parte de los tenores; “La fleur que tu m’avais jetée” de “Carmen” (Bizet), cantado desde el fondo del alma, y el infartante “Mamma, quel vino è generoso” de “Cavalleria” (Mascagni). La segunda parte trajo “El Cid”, que fue un prisma de detalles interpretativos; “Improvviso”, de “Andrea Chénier” (Giordano), en versión gloriosa, y el esperado “Nessun dorma” (Puccini), pleno de sombras y luces, que llevó al público a la total euforia.

Después de los cinco ciclos de Lieder que Kaufmann cantó en el Colón de Buenos Aires el domingo 14 de agosto, hubo siete “propinas”, casi todas arias de ópera, pero ejecutadas con piano. En Santiago, tuvimos la suerte de verlo y escucharlo cantando ópera junto a una orquesta, y aquí los encores fueron cuatro: “Dein ist mein ganzes Herz”, de la opereta “Das Land des Lächelns”, de Franz Lehár, pieza habitual en sus recitales; “Non ti scordar di me”, de Ernesto de Curtis; “Du bist die Welt für mich”, de Richard Tauber, para la opereta “Der singende Traum”, y la canción “Core ingrato”, de Salvatore Cardillo, que Caruso hizo famosa. El público se negaba a dejarlo partir. Los jóvenes que estuvieron en el Movistar el jueves 18 de agosto contarán a sus nietos que un día escucharon y vieron en Chile a Jonas Kaufmann.






 






 
 
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