El tenor alemán obtuvo un triunfo rotundo en la primera cita de su gira
latinoamericana, que continúa en Lima y Sao Paulo, antes de volver a Buenos
Aires y seguir a Santiago de Chile, donde cantará el jueves 18 de agosto.
El maestro Daniel Barenboim se dirigió a la sala para reprender a los
que se lanzaban a aplaudir antes de que finalizara una obra: “Yo quiero
terminar de tocar esto, y que ustedes lo escuchen”, dijo.
Un Teatro
Colón repleto hasta más allá de su aforo (se calcula que había más de 3 mil
personas, siendo que los puestos para espectadores sentados son 2487)
recibió el sábado con una ovación interminable y emocionada el debut en
Argentina y en América del Sur del tenor alemán Jonas Kaufmann, en el cierre
del Festival de Música y Reflexión a cargo del maestro Daniel Barenboim,
quien concibió este encuentro como una tarea para que los músicos piensen
por qué están tocando de la manera como lo hacen y traspasen esa inquietud
al público para éste viva la música con sentido profundo y no como una
experiencia exterior.
Por eso el repertorio de estos conciertos está
lejos de ser “popular” o “fácil”. Así, las obras que lo conforman son piezas
que obligan a una concentración especial.
Que Kaufmann triunfara en
Buenos Aires de la forma como lo hizo con un programa de arias de las óperas
favoritas de todos, no habría sido extraño. Pero lo que cantó fue un
circunspecto ciclo de canciones de Gustav Mahler. Nada menos que los “Lieder
eines Fahrender gesellen” (Canciones de un compañero errante), que cuenta
con poemas del propio Mahler según algunos versos de “Des Knaben Wunderhorn”
(El muchacho del cuerno maravilloso). Un ciclo donde coinciden temas
característicos del Romanticismo, con un joven enamorado e inocente que,
marcado por un destino adverso que contrasta con la belleza de la amada que
se casa con su adversario, debe marchar lejos (o morir) para alcanzar la
paz. Los cuatro Lieder son lamentos en los que el corazón destrozado del
hombre se debate con una naturaleza esplendorosa que parece indiferente al
dolor y que, por tal motivo, lo agrava.
Pues bien, el público fue
incontinente. Demás está decir que la ovación al término de las canciones
resultó sobrecogedora, con gritos desde todos los sectores del teatro, pero
también muchos interrumpieron con sus aplausos tras cada canción, quizás
inadvertidos (o ignorantes) de que los ciclos de Lieder se celebran solo al
final. A pesar de eso, el clima de intimidad no se perdió jamás gracias a la
notable interpretación de Kaufmann, que se podría describir como una
meditación musical que se funde en el infinito. Los aplausos insistentes
consiguieron una versión antológica de “Winterstürme”, fragmento cantado por
Siegmund en el primer acto de “La Walkyria” (Wagner), que bien podría
describirse como un Lied de grandes dimensiones, con Barenboim al frente de
su Orquesta West-Eastern Divan, creada a partir de un taller que el director
junto al filósofo palestino Edward Said realizaron para jóvenes músicos de
Israel, Palestina y otros países árabes del Medio Oriente con el objetivo de
fomentar la convivencia y el diálogo intercultural: la idea es que la
existencia de la orquesta demuestre, como lo ha hecho desde hace 15 años,
que es posible tender lazos que permitan escuchar la narrativa del otro.
Pero el público no estaba satisfecho y exigió otro encore para lo que
fue necesario mover el piano ubicado a un costado del escenario al centro
del mismo. Y ahí surgió un nuevo regalo. Daniel Barenboim ahora ya no era el
director sino el pianista que acompañó a Jonas Kaufmann en “Träume”, parte
del ciclo “Wesendonck Lieder” de Wagner. El público escuchó en silencio
hasta que se apagó la voz del tenor, pero olvidando que el piano debía
terminar sus líneas, se volcó en otra ovación que esta vez irritó al maestro
al teclado: “Yo quiero terminar de tocar esto y que ustedes lo escuchen”,
dijo con afecto imperativo a la sala, que se silenció algo avergonzada hasta
que sonó la última nota para explotar otra vez en una tercera ovación.
“¡Sos divino!” y los chilenos impacientes
Los
comentarios fueron de todo tipo. La psiquiatra argentina Karin Rosenfeld,
quien trabaja con músicos para que puedan enfrentar al público y las
dificultades de su carrera, apuntó a “la intimidad que Kaufmann logra con su
voz, logrando convertir esta sala enorme en una sala de cámara, como si
estuviera cantando al oído”. La soprano Eva-Maria Westbroeck, quien cantará
“Tosca” en Buenos Aires en las próximas semanas, se mostró admirada por “la
capacidad que tiene Jonas de inducir al público a un silencio
contemplativo”. El ex director artístico del Teatro Municipal de Santiago,
Andrés Rodríguez, subrayó la “belleza de su voz y la sutileza
interpretativa”. Una señora argentina de la platea gritaba simplemente:
“¡Sos divino!”. El Colón de Buenos Aires acogió también a un gran número
de chilenos, impacientes por escuchar en vivo al gran tenor alemán, quien
debutará en Chile el jueves 18 de agosto. Aparte de Andrés Rodríguez, entre
muchos otros estaban también Eugenio Rengifo, voz de los Huasos de
Algarrobal; la ex rectora de la Universidad Gabriela Mistral, Alicia Romo, y
un grupo de apasionados por la ópera, como Alejandra Kantor, Carlos Sánchez,
Matías Pérez y Cecilia Muñoz.
El programa incluyó, al inicio, el
preludio al tercer acto de “Los Maestros Cantores de Nürenberg” (Wagner), y
para finalizar, la Sinfonía “Júpiter” (Mozart). Ya no quedan entradas para
el recital de Kaufmann previsto para el domingo 14 otra vez en el Colón.
Nuevamente, solo Lieder, acompañado al piano por Helmut Deutsch. Un programa
magnífico dedicado a Schubert, Schumann, Duparc, Liszt y Richard Strauss;
esperemos que esta vez la gente sepa que no debe aplaudir entre medio.
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