En un año donde se batieron récords de espectadores, las autoridades pueden
felicitarse por el éxito obtenido. Salzburgo es un festival multifacético:
aquí se encuentran interesados en todas las artes, desde la ópera a la
pintura, del teatro a conciertos de primera clase con las mejores orquestas
del mundo. ¿Qué más se puede pedir? Quizás no mucho, pero aún así la
pesadísima y nefasta influencia que regiesseurs especialmente alemanes
ejercen sobre la ópera es algo molesto.
La nueva produccion muy
esperada este año fue Fidelio, un vehículo para el tenor-estrella del
momento, Jonas Kaufmann. La siempre eficiente y cordial Oficina de Prensa
había adelantado a los críticos información sobre la producción. Por eso
sabíamos que esta sería una versión y que los diálogos hablados se habían
suprimido de común acuerdo entre el director de orquesta Franz Welser-Möst y
el de escena Claus Guth. Durante la obertura se veiían dos figuras femeninas
vestidas igual: obviamente eran las dos Leonoras, la que se disfrazaba de
hombre para socorrer a su esposo, y la otra, la esposa valiente de
Florestán. Hasta allí muy bien. Lo que sucedió después, casi sin
interrupción, fue un travesti total, confuso, ambicioso y simplemente inútil
como drama con música.
El espacio musical creado por la ausencia de
diálogos hablados fue rellenado con silencios larguísimos con suspiros,
respiraciones audibles y movimientos en cámara lenta totalmente absurdos. Al
recomenzar la ópera parecí haber llegado a un mundo diferente que nada tenía
que ver con esos largos silencios. Ademas, Guth usaba el doble de Leonora
constantemente, haciéndole hablar el lenguaje mudo con gestos exagerados que
distraían de la acción, por ejemplo durante el aria de Leonora
‘Abscheulicher!’ Pero había más locuras, Pizarro, cantado mediocremente por
Tomasz Konieczny, también tenía un doble, que no hablaba lenguaje mudo, pero
que se movía en forma histérica y exagerada.
Además, los dobles de
Leonora y Pizarro no se parecían en nada a los cantantes que personificaban.
La escengrafía consistía en una caja inmensa, paredes como en un palacio
gris y en el medio una pared negra movible. Los personajes deambulaban en
forma poco dramática, no había sentimiento, era una producción fría e
incongruente.
Al menos Adrianne Pieczonka descolló como Leonora,
creando dentro de las limitaciones de escena, un personaje atractivo y de
canto excelente, sin problemas de agudos ni de graves.
Olga
Bezsmertna fue una Marzellina de voz cristalina y expresiva, actuando con
soltura; Norbert Ernst dio a Jaquino un toque tímido pero con buen canto
mientras que Hans Peter König privó a Rocco de expresión.
Kaufmann
siempre canta bien, su técnica se lo permite, lo que se le critica es que
siempre usa los mismos recursos para todos sus roles y si bien algunos se
adpatan al verismo, no necesariamente se adaptan igual al romanticismo de
Beethoven. Su actuación fue un poco forzada y en la última función —que se
reseña— su voz se encontró forzada y demostrando cansancio vocal. Con los
últimos compases el liberado Florestán avanza hacia el frente del escenario
acompañado de Leonora y Don Fernando, con el último acorde caía Florestán
fulminado de un ataque. No se podía dejar de pensar en ese mismo destino
para el director de escena. Tampoco convenció la dirección de Welser Möst,
quien dirigió la magnifica Orquesta Filarmónica de Viena sin línea y sin
fraseo. Una noche olvidable.
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