Pro ópera, marzo-abril 2016
por Federico Figueroa
 
 
Berlioz: La damnation de Faust, Paris, Opera Bastille, 10. Dezember 2015
 
 
La condenación de Fausto en París
 

Diciembre 10, 2015.
La segunda función de esta nueva producción en la que la Ópera Nacional de París apostó fuerte no se libró de los abucheos que un numeroso sector del público se empeñó en manifestar hasta contra el director musical. La cuestión del fuerte rechazo tiene dos vertientes que nacen en el director escénico, Alvis Hermanis. Una es la rebuscada propuesta escénica de La damnation de Faust de Berlioz y otra es por las declaraciones que hace unas pocas semanas realizó a la prensa con respecto a la inmigración a Europa, lo cual le ha costado la cancelación de uno de sus espectáculos en un teatro de Hamburgo y posiblemente la caída en desgracia en muchos otros escenarios de Alemania. En este sentido, lo único que deseo añadir es que, piense lo que piense cualquier persona, no debería combatirse con una actitud que recuerda épocas pasadas en las que sólo se programaba por afinidad ideológica.

En cuanto a la puesta, Hermanis buscó en un personaje de nuestra actualidad para tomarlo como el Fausto de hoy. Lo encontró en el científico Stephen Hawking, quien debido a la esclerosis amiotrófica progresiva se mantiene postrado en una silla de ruedas automatizada y que sólo es capaz de comunicarse con otros a través de un sofisticado equipo informático. ¿Vendería Hawking su alma para recuperar los goces que un cuerpo sano puede ofrecer? En papel parece que la propuesta funciona, pero sobre el escenario las cosas han sido muy diferentes.

En 2008 Hawking pronunció un discurso en la NASA en el que exhorta a iniciar viajes al planeta Marte para una colonización humana lo más pronto posible. Hermanis nos presenta ese viaje. Selecciona a un grupo de voluntarios que viajarán en 2025 al Planeta Rojo. Es decir, deconstruye el argumento para recomponerlo y encontrar un grado de mayor profundidad, fin que nunca llega a materializarse. La propuesta se pierde en mil vericuetos del que nunca termina saliendo. La escenografía (del mismo Hermanis), el vestuario (Christine Neumeister) y la iluminación (Gleb Filshtinsky) quizá podrían funcionar, pero las proyecciones de un video (Katrina Neiburga), realizado con gran calidad, son difíciles de encajar con la historia original de Berlioz e incluso con la historia que nos estaba contando Hermanis. En pocas palabras: fiasco. Monumental fiasco.

El único motor estuvo en la música. La orquesta, vibrante, capaz de transmitir sensaciones, en manos de Philippe Jordan, fue el vehículo ideal, favorecedor con los solistas en tiempos y caudal sonoro, para el lucimiento de un elenco con tres grandes estrellas de hoy. El más célebre y aplaudido de la noche fue Jonas Kaufmann. Su Fausto, a pesar de que su movimiento era girar en torno a la silla de ruedas del falso Hawking sin mayores muestras de acción dramática, mostró su gran forma, capaz de dominar su potente voz lograr un hilo de voz electrizante.

Enorme también estuvo Bryn Terfel como un Mefistófeles áspero, rudo, tejido con sonidos no siempre bien cubiertos. Sensacional, la mezzosoprano Sophie Koch, que cantó una Marguerite de libro. Su voz ha ganado en expresividad; su musicalidad es excelente; su dominio de la respiración, notable; y tiene la capacidad de unir todo ello a una convincente actuación. Su aria ‘D’amour l’ardente flamme’ fue, para mí, lo mejor de la noche.

Loables y muy valiosas las intervenciones del barítono Edwin Crossley-Mercer (Brander) y la soprano Sophie Claisse (La voz celestial) y maravilloso el coro, verdadero cuarto protagonista en esta légende dramatique que Berlioz nos legó para la posteridad.




 






 
 
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