Mundo Clasico, 27 de octubre de 2015
Jorge Binaghi
 
Strauss: Ariadne auf Naxos, Bayerische Staatsoper München, Gastspiel, Paris, TCE, 12. Oktober 2015
 
"Aquí todo se mezcla"
 

La frase se dice (la traducción es algo libre) al principio del gran monólogo de la protagonista de la ‘ópera’ (o sea la soprano del prólogo ‘entre bambalinas’, por llamarlo de algún modo, de la segunda y definitiva version -la de Viena- de esta admirable opera) ‘Es gibt ein Reich’. Dice antes ‘Hier ist nichts rein!’ (‘aquí nada es puro’) y luego agrega: ‘Hier kam alles zu allem!’(lo que figura arriba). Pero, claro, el reino del que habla y que desea es el de la muerte; en la vida, en efecto, nada es ‘puro’. Es lo que se cansan de decirle Arlequín en su serenata, y sobre todo Zerbinetta, que también ya ha intentado hacérselo comprender al desesperado compositor. Y como en el mundo hay mezcla (a quien sea gracias), Ariadna terminará yéndose con el dios del vino en vez de morirse: ya lo sabía Shakespeare, ‘a buen fin no hay mal principio’. Y la ópera seria (un aburrimiento) se mezclará con la bufa (una vulgaridad), y juntas serán maravillosas. Y algo más importante: los estúpidos seres humanos (y en particular los de sexo masculino, bastante más estúpidos) lograrán, por un momento, convertirse en dioses, un dios (hay que prestar más atención a la filósofa Zerbinetta, algo más que heredera de Despina). Y el imbecil mayor, el burgués que se cree gentilhombre y su servidor y alcahuete, por hacer una barbaridad habrán conseguido lo contrario. Que todo esto pase sin la escena parece absurdo. Pero justamente lo absurdo a veces se da, y es genial.

Múnich envió ‘sólo’ la parte musical, y resulta que ésta funcionó como un todo, también porque todos se sabían sus partes y sus entradas, salidas y acciones al dedillo, pero sobre todo porque -si se pueden hacer observaciones- todos eran adecuados y algunos francamente ideales. Por empezar, la orquesta y su director. Los Berliner parecen haber tenido un ojo absolutamente clinico. Petrenko no es alto, no gesticula, o lo hace de modo nada ‘espectacular’, pero … lo que consigue. Su Strauss fue siempre transparente, un regalo para los cantantes, sin por esto resultar atenuado o con pocos decibelios; no se perdió detalle, pero no nos quedamos sólo con ello, sino que los integramos en las frases. Fue una dirección ‘humana’ de una ópera que lo es a rabiar.

Los ‘secundarios’no lo fueron en absoluto: una frase, pero se decía como se debía tanto en el canto como en la expresión (musical y facial). ). Eiche fue un gran maestro de música en todos los aspectos, Conners le cedió poco (porque canta menos) en el de baile; los cuatro ‘bufos’ fueron magníficos (Matthew Grills en Brighella, Dean Power en Scaramuccio, Tareq Nazmi en Truffaldino): si sobresalió Madore es porque Arlequín no solo tiene su serenata, sino porque el muchacho es simpatiquísimo y tiene una voz que le permite lucirse. Las tres ninfas estuvieron muy bien, y si sobresalió la Náyade de Eri Nakamura, no hicieron mala figura a su lado ni Okka von der Damerau (Dríade) ni Anna Virovlansky (Eco).

Para los ‘principales’ (llamémoslos así por costumbre) todos tenemos nuestros nombres o tipo de voz ideales. Desde mi punto de vista (que es justamente eso) quien más se acercó es Kaufmann, pese a esos piani destimbrados que nunca se sabe si van a convertirse en falsetes, y alguno, justamente, en algún momento ‘delicado’ (de esa tesitura despiadada que Strauss reservaba con tanto amor para los tenores), y se movió soberanamente como corresponde a un dios y desordenamente, como corresponde a un divo tenor en el prólogo. Protagonista iba a ser Harteros, pero se bajó de la parte (no entiendo por qué, al parecer, dice que no es para ella). Wagner lo hizo muy bien, con una voz de spinto o dramática, que me parece excesiva para la protagonista, aunque la ayuda para esos saltos de grave a agudo, pero no para las medias voces, y también pareció muy suelta. Más que suelta estuvo Rae, muy bien vocalmente aunque su timbre sea poco o nada personal, y bien resuelta escénicamente su Zerbinetta (la gran aria fue el momento de mayor aplauso de la noche, como suele suceder). Coote es una excelente cantante, muy musical, pero el color de la voz no parece el más adecuado, y los extremos (agudo y grave) denotan cierto esfuerzo, compensado por la interpretación de ese Compositor en travesti, uno de los personajes más adorables (y probablemente inmaduros) de Strauss y Hoffmannsthal.

Un público que había llenado el teatro (más algunos que se quedaron lamentablemente afuera) siguió con auténtica atención y entusiasmo, en silencio casi perfecto (parece raro tener que subrayar esto, pero más vale hacerlo por una vez que ocurre), y se desató en ovaciones interminables, que es lo que correspondía.







 
 
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