La Bayerische Staatsoper de Múnich es hoy uno de los teatros más
interesantes del mundo. Su apabullante programación, la extraordinaria
calidad de orquesta y coro, los artistas convocados y el equilibrio entre
puestas tradicionales y espectáculos de ultravanguardia hacen de este
escenario un faro en lo que a ópera se refiere.
Como en casi ningún
otro lugar del planeta, Múnich celebró a Verdi en grande durante 2013,
partiendo con “Aida” el 1 de enero y terminando, el 31 de diciembre, con “La
Traviata”. Hubo nuevas propuestas para “Simón Boccanegra” y “El Trovador”
(una de las producciones más comentadas del año pasado a nivel global), y
reposiciones para “Macbeth”, “Falstaff”, “Rigoletto” y “Don Carlo”. A todo
esto se suma “La Fuerza del Destino”, premiada con casi 20 minutos de
aplausos sostenidos, que se estrenó el 22 de diciembre.
Hubo quienes
resintieron la interesante dirección escénica de Martin Kušej, quien optó
por cuadros de gran frialdad y dureza, a la vez que puso énfasis en la
violencia de esta ópera basada en la obra “Don Álvaro o la fuerza del sino”,
del dramaturgo español Ángel de Saavedra, duque de Rivas. El traslado de la
acción al siglo XX (y aun a nuestros días), con recuerdos tanto de la
estética post Bauhaus (primer acto) como de los escondrijos subterráneos de
Bin Laden (en algunas escenas el público tenía la impresión de mirar desde
la parte superior de un boquete hacia una cueva subterránea), persiguió
comentar aspectos actuales de la guerra, con esquirlas eróticas de corte
sadomasoquista a la hora de describir el comportamiento al interior de los
campamentos militares, y del racismo, ya que el protagonista de la ópera,
Don Álvaro, es mestizo con sangre noble presumiblemente inca. Pero lo
fundamental es que Kušej pone en entredicho que el tema central de la ópera
sea “el destino” y propone que la tragedia —social y familiar— se debe al
poder manipulador de ciertas instituciones religiosas. No se salvan ni el
Cristianismo ni el Islam.
Al margen de esto, el canto fue
extraordinario. Dirigió Asher Fisch, y la versión escogida fue la de Milán
de 1869, con la adaptación de Franz Werfel, que sitúa la gran escena con
Preziosilla a mitad del tercer acto, tal como en la versión de San
Petersburgo de 1862. Este orden fue estrenado en Dresden en 1926, con
dirección de Fritz Busch, y ese mismo año en Múnich, con Karl Böhm en el
podio.
La soprano Anja Harteros y el tenor Jonas Kaufmann cantaban
por primera vez los personajes de Doña Leonora y Don Álvaro. Ella, con su
voz dulce y su conocida seguridad musical, emocionó en “La Vergine degli
angeli” y en la escena de la muerte; y él, confirmando su naturaleza
versátil y su talento como actor, exhibió un canto verdiano neto al que
inoculó ardor escénico e incisiva teatralidad. Su versión de “La vita è
inferno” fue antológica, lo mismo que los dúos con Leonora del primer acto
(de alto voltaje) y con Don Carlo de Vargas, en otra entrega admirable del
barítono Ludovic Tézier, que arremetió sobre el temido “Urna fatale” con la
convicción de un Leonard Warren. Sus encuentros con Kaufmann fueron de una
enervante y explosiva tensión vocal y escénica, que estremeció los cimientos
del principal teatro de Baviera.
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