Salzburgo, 19/08/2013. Grosses Festspielhaus. Don Carlo, ópera en cinco
actos con texto de Joseph Méry y Camille Du Locle y música de Giuseppe
Verdi. Peter Stein (regie), Ferdinand Wögerbauer (escenografía), Annamaria
Heinreich (vestuario), Joachim Barth (iluminación), y Lia Tsolaki
(coreografía). Reparto: Matti Salminen (Filippo II), Jonas Kaufmann (Don
Carlo), Anja Harteros (Elisabetta di Valois),Thomas Hampson (Rodrigo,
Marchese di Posa), Ekaterina Semenchuk (Principessa Eboli), Eric Halfvarson
(Il Grande Inquisitore), Robert Lloyd (Un monje), Maria Celeng (Tebaldo),
Kiandra Howarth (Una voce dal cielo), Benjamin Bernheim, (Il Conte di
Lerma/Un Araldo reale). Orquesta Filarmónica de Viena y Coro de la Ópera de
Viena (maestro preparador del coro: Jörn Hinnerk Andresen) dirigidos por
Antonio Pappano. Nueva producción del Festival de Salzburgo 2013
Esta
vez me es imposible evitar comparaciones con el Don Carlo que ví en la Gran
Sala de los Festivales de Salzburgo en 1975 dirigido por Herbert von
Karajan. El inmenso escenario, tal vez el más ancho del mundo en un teatro
de estas características, y la brillantez e incisividad de la Filarmónica de
Viena bajo un director legendario fueron para mí, entonces un recién llegado
de Buenos Aires, una revelación sonora inédita que a partir de allí
inevitablemente transformó a todos los Don Carlo siguientes en una
comparación desfavorable. En aquél reparto de divos del 11 de agosto de 1975
encabezados por Plácido Domingo como protagonista, Mirella Freni cantó
Elisabetta, Christa Ludwig, Eboli, Piero Capuccilli, Rodrigo, y Nicolai
Ghiaurov, Felipe II. El monje-Carlos V fue José van Dam y hasta la voz
celestial fue encargada una soprano del calibre de Anna Tomowa-Sintow.
La regie del mismo Karajan con decorados de Günther Schneider Siemsen,
ya entonces criticada como convencional y rutinaria, fue un hallazgo estilo
Visconti en comparación con esta nueva estafa escénica del otrora gran
regisseur Peter Stein. Conforme a la traducción castellana literal de su
nombre en alemán, la regie de Stein para el Don Carlos de este año fue de
piedra, con gestos convencionales, errática disposición de masas y cantantes
vagando por la escena con suerte diversa y enteramente dependiente de sus
cualidades individuales. Ciertamente, fue una puesta menos mala que su
Macbeth de dos años antes, pero incapaz de resistir comparación con sus
propios trabajados de décadas atrás. Pareciera como si Stein hubiera
renunciado a los principios que le dieron justo renombre. O tal vez no se
trata del mismo Peter Stein sino de un sosías. Interpol, por favor tomar
nota para investigar si el verdadero Peter Stein no ha sido secuestrado por
alguna mafia del convencionalismo operístico.
A Karajan lo extrañé
menos como director de orquesta gracias al trabajo magistral de Antonio
Pappano, que se detuvo menos en cincelar bellezas redondas pero a veces algo
grandilocuentes para concentrarse en una interpretación enfática y
perceptiva, profundamente sensible en el acompañamiento a cantantes de gran
nivel. ¿Se extraña a Domingo frente al Don Carlos de Jonas Kaufman? No,
porque también este último sabe acentuar cada sílaba con cálida densidad y
convincente articulación, más una actuación de conmovedora entrega, bien
correspondida por el Rodrigo de Thomas Hampson, un excelente actor de canto
franco y espontáneo pero, ay!, sin esa soberana mezcla de mordente y calidez
de legato del Cappuccilli del 75.
En el registro grave, Anja Harteros
no tiene la voz llena y robusta de Freni, pero convence, o mejor dicho,
cautiva, con su fraseo, passaggio y brillantez de timbre en el registro
alto. Y hubo un momento en que despetrificó la puesta con una incomparable
revelación de histrionismo, el de su enfrentamiento con Felipe II,
comenzando con su “Io l’oso! Sì!” y gritando al borde de la locura en la
culminación de su queja: “ Si dubita de me … Chi m’oltraggia è il Re!” Pena
que Matti Salminen, poco entusiasmado y distraído en una regie insulsa, no
logró retrucar con la amenazante intensidad que Ghiaurov ponía en su “Ardita
troppo…” Y tampoco pudo Salminen convencer en un decisivo momento mudo en su
papel, cuando se limitó a responder al desafío de Posa en “Orrenda, orrenda
pace!” con un rutinario gesto de contrariedad. Ghiarouv ilustraba el brutal
comentario orquestal que describe la ira de Felipe apoyándose sobre su
bastón, con su cuerpo temblando de ira. Ekaterina Semenchuk cantó una Eboli
de segura expansión lírica, y Eric Halfvarson interpretó al Gran Inquisidor
con intensa expresividad. Excelentes el coro de la Opera del Estado de Viena
y dos comprimarios a tener en cuenta, María Celeng (Tebaldo) y Benjamin
Bernheim (Conde de Lerma y Heraldo).
En suma, la espléndida
concertación general de Pappano y la entrega de Kaufmann, Hampson y Harteros
lograron superar cualquier reparo a partir de la escena de la cárcel. Los
dos primeros supieron cantar su despedida con la desesperación y ternura de
dos enamorados, y el duo final, “ma lasù ci vedremo in un mondo migliore”
fue mágico por su decantada resignación, toda balbuceada en mezzopiano y un
tempo calmo y luminoso. En el preludio al acto V, Pappano impulsó un
cantabile doliente y rico en variaciones dinámicas y Harteros siguió con un
“tu che le vanità” capaz de hacer olvidarlo todo en cualquier versión
anterior para dejarse arrastrar por una voz y un momento mágicos. La versión
incluyó el preludio al acto de Fontaineblau y el importante duo entre Felipe
y Don Carlo frente al cadáver de Posa.
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