Ya que la producción del Anillo de Robert Lepage y compañía para el Met ha
llegado a la mitad del camino, lamento tener que decir que esta nueva Die
Walküre no haya dejado al público esperando con gran ilusión el Siegfried
del próximo otoño. La famosa "máquina" que se tuerce y se retuerce seguía
siendo tan fea y ruidosa como antes; había salidas y entradas a destiempo
que a menudo desviaron la atención de lo realmente importante; y la manera
en la que los narradores bloquearon las escenas estuvo tan mal hecha que
parecía más bien una función de colegio. Qué lástima que Lepage, cuyo
deliciosamente sencillo Ruiseñor en gira y que ya ha pasado por Nueva York,
no siguiera la lección que había aprendido con el cuento de Hans Christian
Andersen: una máquina, por muy complicada que sea, nunca puede sustituir a
la voz viva.
Lo que pasó en el foso no ayudó mucho. La fama de
wagneriano de James Levine, pienso yo. es exagerada, y aunque sus logros son
evidentes -la espléndida ejecución de la orquesta del Met, mucho detalle
hermoso, algunos apogeos visceralmente emocionantes- no hubo ningún arco
dramático en la música, y una y otra vez el pulso se moría. Bryn Terfel,
extrañamente frío en Rheingold el pasado otoño, impresionó con su voz y
actuación, cantó incansablemente durante la larga representación y despachó
los pianos y fortes con igual habilidad. Stephanie Blythe, visualmente
hermosa a pesar de estar metida en el carruaje de Fricka llevado por un
carnero, hizo sonidos voluptuosos que igualaron a su físico, pero hubo
estridencia en sus agudos, ya que este papel es realmente para una voz de
mezzo dramática. Debido a una enfermedad, Eva Maria Westbroek, que hacía
el papel de Sieglinde, tuvo que retirarse a mitad de su presentación en el
Met pero volvió tres días más tarde y cantó muy bien. Tuvo un efecto
electrizante en su Siegmund, interpretado por Jonas Kaufmann, cuando
compartían escena. Cuando se fue ella, él se volvió acartonado e inerte.
Durante toda la obra parecía -y sonaba- triste y una serie de inverosímiles
equivocaciones estropearon su Winterstürme y Siegmund heiss ich, a pesar de
que muchas veces cantó con gran hermosura y habilidad técnica. Hans-Peter
König convirtió Hunding en un absurdamente tierno abuelito, pero cantó con
el adecuado y poderoso tono teutónico.
¿Y la walkyria? Se notó la
triste decadencia vocal de la de antaño soberbiamente dotada Deborah Voigt
en el escenario de ópera más prominente del mundo. Espléndidamente vestida y
de óptimo aspecto, actuó con sinceridad y energía, y consiguió un buen
Ho-jo-to-ho! Pero su voz sonaba casi siempre gastada, trémula y nasalmente
fea, y no reposaba cuando hacía falta ni mostró la autoridad de una diosa
cuando Wagner la exigía. Después de dos de las producciones del Anillo de
Lepage no me queda mucho entusiasmo para asistir a las dos siguientes, y el
sabor de la Brünnhilde de Voigt no hizo nada para levantarme le ánimo.
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