El Pais, 09/12/2009
JUAN ÁNGEL VELA DEL CAMPO
Bizét, Carmen, Mailand, 7. Dezember 2009
Los polémicos ecos de la tragedia
Las madres, los santos o las fechas de nacimiento tienen anualmente su día de celebración. La ópera, también. El 7 de diciembre, festividad de San Ambrosio, se inaugura cada año la temporada de La Scala de Milán. El género lírico adquiere ese día una dimensión global. Un total de 32 países, desde Japón a Argentina, retransmiten este año -en directo o diferido, por cine o por televisión- la representación de Carmen desde el teatro italiano. La ópera está cerca del fútbol por unas horas. La Scala compite con el Bernabéu.

Las manifestaciones de todo tipo ante la repercusión mediática del acontecimiento lírico por excelencia son habituales, pero este año se han intensificado en número y en agresividad. El paro y la crisis imponen sus reacciones. Los asistentes recibieron insultos de todo tipo; la policía se enfrentó a los manifestantes. Excepto un par de ministros, el Gobierno de Berlusconi se abstuvo de acudir. A la cabeza de los asistentes se encontraba el presidente Napolitano, recibido con ovaciones, y a su lado presidentes como los de Senegal y Gabón, mientras en la sala 1 se podía cruzar con Umberto Eco o Dan Brown. Superada la tensión del acceso, en la sala -con localidades entre 50 y 2.000 euros- se respiraba tranquilidad y hasta sobriedad en la manera de vestir.

Tras la representación, hubo un cuarto de hora de encendidas aclamaciones y protestas. Las primeras centradas en lo musical, las segundas fundamentalmente en lo escénico. No hay ningún espectáculo en el mundo que levante las pasiones de la ópera. En la inauguración de La Scala llegan al límite. Daniel Barenboim fue el gran triunfador. Dirigió Carmen con una fuerza dramática impresionante. En su afán de reivindicar musicalmente una Carmen mestiza, cuyas influencias se reparten entre España, Francia, Cuba y el África negra, su mirada recaló en el espíritu de la tragedia griega. Tiempos generalmente lentos, contrastes extremos, énfasis en los sentimientos desgarrados, recreación de los mitos en tanto héroes. Barenboim se echó a las espaldas el peso musical y el teatral. Su lectura fogosa está cargada de pasión. Nos pareció que escuchábamos "otra" Carmen, o tal vez que la redescubríamos con una sensibilidad de nuestro tiempo. La orquesta y coro de La Scala tuvieron una prestación excepcional.

La directora de escena Emma Dante levantó una encendida división de opiniones que, al fin y al cabo, demuestra que la ópera está viva, pues sigue sacudiendo los sentimientos del espectador. La palermitana debutaba en el género lírico, al que ha llegado con un enorme prestigio como directora de teatro. Tuvo momentos de absoluta genialidad y en otros le perdió el exceso. Situó la ópera en un territorio de predominio siciliano y, en cualquier caso, mediterráneo. El intento de universalidad era manifiesto, dentro de una geografía del Sur. Su lectura estuvo físicamente llena de energía -qué diabólica escena coral en la taberna de Lillas Pastia-, manejó a las mil maravillas el movimiento colectivo y supo crear atmósferas de intimidad para los importantes dúos o de dinamismo en el comienzo del cuarto acto llenando la escena de inquietantes exvotos. Algunos detalles innecesarios e inútiles -la parturienta con sus convulsiones, las cigarreras-monjas, la insistencia en una visión religiosa casi caricaturesca- hicieron que la concentración se atenuase. Lástima. Quiso decir demasiadas cosas. Su grupo de actores Sud Costa Occidentale tuvo una actuación prodigiosa. El trabajo de Richard Peduzzi como escenógrafo fue de gran maestría en su desnudez conceptual.

De los cantantes destacaría al tenor Jonas Kaufmann, por flexibilidad y fraseo, aunque la gran triunfadora fue la georgiana de 25 años Anita Rachvelishvili. Cantó, en efecto, impecablemente, aunque sin ese punto de fascinación que el personaje de Carmen lleva asociado. El uruguayo Erwin Schrott fue un notable Escamillo y Adriana Damato una discreta Micaela.






 
 
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