|
|
|
|
|
Mundoclasico |
Enrique Sacau |
La Traviata, Zúrich, 09/04/2007
|
El bueno y el malo
|
|
Parte del éxito de La Traviata desde su estreno
en 1853 ha tenido que ver con el realismo con el que se presenta la acción.
Verdi y Cammarano la sitúan en París, la única ciudad en la que, de acuerdo
con la imaginación colectiva decimonónica, una prostituta y un miembro de la
hidalguía podrían mudarse a vivir juntos. Además, Violeta muere de
tuberculosis. Antes de esta muerte operística, las sopranos solían morir de
pena, suicidarse o ser asesinadas. Por el contrario, La Traviata pone un
espejo frente a los espectadores y muestra la enfermedad de la protagonista
desde el principio hasta su dramático final en el acto tercero. Es así
imposible no recordar imágenes de amigos o parientes que han muerto de modo
similar, y es una de las razones por las que no llorar al final de una buena
Traviata resulta muy difícil.
Sin embargo, La Traviata también tiene su lado poco realista: el retrato de
Germont como malo, por ejemplo. La oposición de Germont a la relación de su
hijo con una prostituta es representativa del comportamiento normal en la
década de 1850. Todavía más, es lo que la mayor parte de la gente en
Occidente haría aún hoy en día. Y sin embargo, el género operístico nos la
juega: al asignar el papel de Germont a un barítono, Verdi lo convierte
inevibablemente en el malo. Como resultado, salimos del teatro culpándolo
del fracaso de la relación de Violeta y Alfredo y haciéndolo responsable del
drama. La mayor parte de los directores escénicos no aprovechan la
oportunidad para jugar con estas ambigüedades. Quizás sería fácil (e
interesante) recordar a la audiencia que ellos actuarían de manera similar
en una situación parecida. La producción de Jürgen Flimm no juega con ese
elemento.
Flimm hace gala de su conocida habilidad para sacar lo mejor de un espacio
pequeño. Así, pone una caja negra en el centro del escenario que se abre y
se cierra para representar diversas habitaciones (como el comedor o el
dormitorio de Violeta). Por desgracia, esta acertada idea no se acompaña de
una adecuada dirección de actores. De hecho, estos parecían moverse sin
rumbo, lo que fue especialmente obvio en el acto tercero, en el que Alfredo,
Annina, Germont y el médico simplemente contemplan la muerte de Violeta sin
moverse. Es interesante comentar que los últimos versos de la ópera (en los
que el médico declara la muerte de Violeta y los otros tres responden) no se
cantaron. No fue, por tanto, una Traviata muy interesante. Pero hay que
decir que nos ofreció una gran idea al final del acto primero. Cuando el
telón está bajando, y justo después de que Violeta canta “Sempre libera”, la
soprano corre hacia un lado del escenario donde Barone Douphol la espera
para abrazarla. Así se hace obvio que entre Violeta y Douphol hay una
relación y resulta más sencillo entender por qué Douphol muestra su
hostilidad hacia Alfredo desde el principio. Una notable solución, que echo
de menos en otras producciones.
La parte musical de esta Traviata en Zürich fue mucho más interesante que la
escénica. Esperaba que Eva Mei tuviese su mejor momento en el acto primero y
fuese a menos en los siguientes. Me equivocaba. Estuvo bastante bien en el
acto primero, pero la voz aún estaba calentándose y caló varias notas. Su
mejor momento llegó en el acto segundo, durante el dúo de Violeta con
Germont. La intensidad de su canto y su actuación fueron espléndidas. El
Germont de Renato Bruson fue un compañero perfecto para Mei. Nacido en 1936,
Bruson tiene el porte de un cansado y elegante abuelo, cuyo profundo amor
por su familia y los valores de Provenza se hacen patentes en su rechazo a
las locuras parisinas. Estos valores lo llevan a presionar a Violeta para
que deje a Alfredo. Su fraseo fue excelente y compensó la falta de fuerza
canora. Su notable interpretación le granjeó el mejor aplauso del público.
Mi favorito, sin embargo, fue Jonas Kauffman, un tenor fantástico (y
valiente) que consigue sus mejores resultados cuando canta notas agudas en
forte. Por momentos tiene tendencia a cantar frases demasiado largas, que no
acaba de redondear. Por un lado, este exceso de ambición puede no producir
resultados perfectos; por otro, contribuye a presentar la imagen de un
enamorado ardiente que simplemente no puede entender qué le está sucediendo.
Hizo lo mismo con 'Don Jose' en The Royal Opera el pasado diciembre. Parece
así que a Kaufmann le va cantar personajes inmaduros. Tiene, pues, mucha
suerte: la mayor parte de los papeles de tenor son así. Fue a más la
dirección de Paolo Carignani. Acompañó bien a los solistas e hizo un buen
trabajo con la estupenda orquesta y el excelente coro. En conjunto, fue una
de esas representaciones en las que todos los elementos musicales se
combinan bien. |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|