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Mundoclasico |
Jorge Binaghi |
Berlioz: La Damnation de Faust, Bruselas, 20/06/2002. La
Monnaie
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La leyenda dramática de Berlioz
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Difícil desafío el de escenificar esta obra tan
especial (tan notable por su música) de ese músico raro que sigue sin ser
del todo comprendido, aunque sea admirado (a veces parece que porque no
queda más remedio). Hubo suerte esta vez, como el año pasado con la gran
puesta de Lepage en París. La de Aeschlimann es más estetizante y
esteticista, no busca el movimiento a toda costa, tiene sus tres símbolos
principales un poco obsesivamente presentes y no siempre acertados o
suficientemente expresivos (digamos que si el balón de playa que lleva
'Marguerite' es una adecuada expresión de su inocencia, el violonchelo con
su funda en forma de ataúd de 'Mefisto' sirve un poco para todo, mientras
que el enorme lápiz de 'Faust' -símbolo de la creación pero también fálico
como se nota en las escenas con 'Marguerite' y en la famosa marcha donde la
lucha se establece entre portadores de lápices).Pero los coros fueron
tratados con mano maestra (tan maestra como fue su intervención bajo el
maestrísimo Balsadonna que por fortuna se queda en el teatro), los decorados
y las luces tenían el indudable atractivo y excelente gusto de quien ha
hecho un memorable Orfeo (aunque la coreografía de Iris Tenge recordaba, de
forma menos afortunada y pertinente, las de Trisha Brown para la misma
ópera, y particularmente era poco adecuada en la danza de los duendes -la
más larga e importante).Era el último trabajo lírico -cierre de la presente
temporada- de Antonio Pappano como director musical de la casa. En diez
años, el joven director ha conseguido llevar a la orquesta a niveles
imposibles de presentir a su llegada, se ha afirmado a sí mismo como un
excelente maestro -aunque no todos los autores le sean igualmente
favorables- y en su primer Berlioz ha demostrado tener la inspiración, el
fuego, el lirismo, la delicadeza y la ironía que la gran partitura exige.
Esperemos que su legado no se pierda y que se afine la puntería a la hora de
contratar cantantes y se piense un poco menos en ser la vanguardia de la
vanguardia en repertorio y puesta en escena.Dos de los solistas deben ser
hoy por hoy los mejores intérpretes de sus respectivos roles. Si José van
Dam es un habitual de 'Mefistófeles', incluso en la enorme e inhóspita
Bastille, aquí sonó con una voz más poderosa, bella, pastosa, firme y
enérgica, una articulación de ensueño y una capacidad de decir propia de los
grandes. La 'Marguerite' de Susan Graham fue otro modelo de encarnación. Se
puede desear una voz más densa, más sensual, pero el refinamiento y la
pasión con que cantó (desde los pianísimos a los agudos, pasando por el
centro y el grave) y dijo (culminando en su gran aria, pero ya desde la
canción del rey de Tula que Pappano le llevó a un tiempo relativamente
rápido, quizás para compensar de la excesiva complacencia en el rallentando
en el maravilloso 'Voici des roses' anterior). La breve intervención de
Henry Waddington para la canción de la rata fue buena.Y llegamos al caso
casi desesperado de esta obra: el tenor. La Monnaie se curó en salud y
contrató a dos. Son dos cantantes jóvenes con problemas equivalentes aunque
no idénticos (el más parecido es el problema del fiato para sostener algunas
frases), particularmente en el sector agudo: Joyner es más precario e
inestable pero además de mejor y más comprometido artista tiene mayor idea
de la emisión y suficiente volumen (lamentablemente perdió su entrada en el
terceto y de no haber sido por el director y sus compañeros se hubiera
llegado al caos). Kaufmann es igualmente bien parecido, pero da un aire
entre despectivo e indiferente a su 'Faust' que no es el más conveniente;
más seguro en el agudo (aunque no recurre casi nunca a notas de cabeza), más
engolado y tirando a nasal y con un fraseo más genérico y un volumen a veces
algo escaso. Pero, dos o tres nombres aparte, no veo hoy muchos competidores
que mejoren lo presente. Y es un precio relativamente modesto por poder
escuchar esta obra memorable. |
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