Ópera Actual, octubre 2016
Por Juan Antonio MUÑOZ
 
 
JONAS KAUFMANN - EL TENOR MÁS DESEADO A POR LAS AMÉRICAS
ES EL TIPO DE ARTISTA QUE LA ÓPERA NECESITA PARA DAR EL PASO SIGUIENTE: EL DE LA INTERACCIÓN CON EL MUNDO MODERNO. CONSCIENTE DE LAS DIFICULTADES QUE VIVE LA CULTURA EN GENERAL Y LA ÓPERA EN PARTICULAR, SE ENTREGA POR COMPLETO A LO QUE HACE Y RENUEVA CADA PERSONAJE AL PUNTO DE CONVERTIR SUS CREACIONES EN UN NUEVO PARÁMETRO. DESPUÉS DE SU HABITUAL ESTADÍA EN EL FESTIVAL DE MÚNICH Y EN EL DE BADEN-BADEN, EN AGOSTO DEBUTARÁ EN SAO PAULO, LIMA, BUENOS AIRES Y SANTIAGO DE CHILE. SE VA A HACER LAS AMÉRICAS.
 

Como dijo en 2012 antes de su debut en el Festival Castell de Peralada, uno de sus grandes intereses es “difundir el virus de la ópera”. Hoy Jonas Kaufmann es el tenor más deseado. Agota las localidades allí donde va, tal y como sucedió hace unas semanas en su debut en el Palau de la Música Catalana de Barcelona. Curioso caso el suyo: su transformación de tenor lírico- ligero a dramático no ha sido la única en la historia de la ópera, pero sí de las más mediáticas, mientras que desde Franco Corelli no se veía un tenor con su prestancia física, quien además añade dotes de actor. Fanático del Bayern Múnich, celebró el 14 de mayo el triunfo de su equipo en la Bundesliga pocas horas antes de asumir el papel de Walther von Stolzing de Los maestros cantores en la Bayerische Staatsoper. Un nuevo éxito que, después del estreno y en una sala contigua al escenario, se unió a una improvisada banda de jazz para cantar Volare, de Domenico Modugno –uno de sus cantantes favoritos junto a los desaparecidos Dire Straits–, para seguir con Frank Sinatra... Este mes repetirá su Walther en el Festival muniqués (donde también será Cavaradossi) y cantará Siegmund en Baden-Baden antes de embarcarse en su primera gira latinoamericana que apunta citas en Buenos Aires (6 y 14 de agosto), São Paulo (10), Lima (12) y Santiago de Chile (18).

ÓPERA ACTUAL: ¿Qué espera de su próxima gira por Sudamérica?

JONAS KAUFMANN: Nunca he estado allí, así es que espero esta gira con gran interés y alegría, no solo desde el punto de vista profesional, sino en todo aspecto: quiero conocer a su gente, la cultura, las ciudades, las áreas rurales, todo. Y tengo curiosidad por la acústica legendaria del Teatro Colón de Buenos Aires.

Ó. A.: ¿Aparece España en el mapa de sus próximas actuaciones?

J. K.: Espero que sí. Siempre recuerdo Valencia y el Fidelio que hicimos allí, y tantas cosas, como el fervor del público del Festival de Peralada. De proyectos prefi ero no hablar, porque siempre hay conversaciones que uno no sabe si se concretarán.

Ó. A.: ¿Cuál es el gran misterio de la ópera? ¿Hay realmente comunicación entre el artista y el público?

J. K.: Bueno, eso es esencial en cualquier tipo de actuación en directo. No siempre es fácil de lograr, es verdad, pero para mí esta es la motivación básica para salir a escena: compartir una experiencia con el público, conseguir que ellos descubran la magia de la música y el teatro.

Ó. A.: La economía y las políticas públicas están causando serios problemas en el mundo de la cultura y a la ópera...

J. K.: Así es. Mientras los políticos consideren que la ópera es una especie de lujo hecho para la clase alta o para unos pocos ricos afortunados, la crisis económica de la ópera continuará. Pero ellos deberían darse cuenta de que para muchas personas la ópera es tan importante como el pan de cada día. Tal vez para algunos es como una droga, pero una droga sumamente saludable. Por supuesto, es muy cara, requiere de mucha energía, puesto que se necesita más de cien personas para representarla. Pero si funciona, la ópera es una gran fuente de energía y estoy convencido de que una gran actuación incluso tiene el poder de cambiar tu vida. Los recortes que se están haciendo en cultura deben ser racionales; es lamentable que cuando hay dinero público en juego, siempre la cultura esté en peligro. Es importante que los artistas demos cuenta de que la música clásica es un valor de la vida cotidiana.

Ó. A.: ¿Qué motiva a un cantante?

J. K.: Sentir alegría por este trabajo. Cuando esto se convierte en un ofi cio como cualquier otro, la calidad baja; así cuesta mucho más poner toda tu energía y transmitir ese espíritu positivo y de felicidad al público. Si se pierde esto, el canto no vale nada. El remedio, para mí, consiste en variar los placeres, en no mantenerse en un único repertorio ni hacer las mismas obras demasiado seguido. Necesito renovarme y una variedad vocal y musical.

Ó. A.: Su voz –centro potente y color baritonal– tiene similitudes con la de Vinay y Vickers. ¿Le sirvió escucharlos?

J. K.: Tan pronto me di cuenta de que lo que había estado haciendo antes de conocer a Michael [Rhodes, su maestro de canto], intentando imitar y manipular, evité sonar como otro. Incluso ensayaba con mis manos sobre mis oídos para que verdaderamente la voz fuera por donde ella quería. Es cierto que hay paralelos con Vinay y también con Domingo. Vinay empezó como barítono y luego volvió allí, y Plácido hoy canta como barítono. Para mí ha sido vital tener un centro. De hecho, trabajar desde ese centro sin adelgazarlo y sin estirar hacia el agudo me sirvió mucho para cantar Siegmund (Die Walküre), cuya tesitura se encuentra preferentemente en el registro de barítono. Es notable lo que hizo Ramón Vinay con ese papel; sus recursos vocales se extendían desde el bajo-barítono al Heldentenor, y él sí que supo cómo aprovecharlo.

Ó. A.: También se le ha comparado con Fritz Wunderlich.

J. K.: Escuchar sus grabaciones es siempre una gran inspiración. Pero esa intensidad de su canto, como si cada vez fuera la última, es realmente única. Creo que un cantante jamás debería tratar de hacer lo mismo que otro. Siempre hay que ser veraz consigo mismo. Pero debe ser increíble cautivar al público, al menos una vez, como Wunderlich lo hacía.

Ó. A.: Pocos han hecho un viaje como el suyo, de Monteverdi a Mahler y Strauss... ¿Ha llegado donde quería?

J. K.: Creo que la recompensa en esto de cantar es el propio viaje. Estoy muy contento con lo que he podido hacer y agradezco al público su acogida, pero uno no está nunca satisfecho;
siempre hay que seguir adelante. Una carrera es algo largo, con cimas, problemas y fracasos. Espero haber alcanzado alguna madurez artística, pero hay que saber que no todo confl uye en el mismo período; la sabiduría y la experiencia suelen reñirse con la juventud.

Ó. A.: En el escenario, ¿le es difícil mantenerse sereno, controlar su voz?

J. K.: Me siento muy expuesto, especialmente en lo que concierne a las emociones. La música de Puccini, por ejemplo, tiene tal poder, tal impacto, que hay que tener cuidado para no entusiasmarse demasiado. A veces es difícil lograr el equilibrio correcto. Cuando estoy en el escenario me involucro emocionalmente hasta el punto en que ya no soy Jonas Kaufmann, sino –con optimismo– el personaje que tengo que representar. Pero no se debe llegar al punto de perder el control sobre el canto y la actuación. Una cosa es segura: si dejas que tus sentimientos afloren y empiezas a llorar en el escenario, ten por seguro que eso no va a emocionar al público. Porque es privado, no profesional. Después de todo, no es uno el que debería llorar y reír, sino el público. Si se pierde el control en el fi nal del tercer acto de Manon Lescaut o durante la narración de Dick Johnson “Or son sei mesi” en Fanciulla, puedes quedarte tirado al borde del camino. Como un camionero, el cantante siempre tiene que mantenerse en la vía y tener mucho cuidado con las curvas. Una vez que controlas la voz eres libre y puedes involucrarte emocionalmente, sintiendo de verdad. Yo busco partir de cero y re-crear el rol cada vez que subo a escena. He llegado a hacer un personaje en un sentido muy distinto al que inicialmente pensé o al que había hecho en una producción anterior. Me dejo guiar por la emoción y por la espontaneidad, y así la interpretación musical resulta fresca y creíble, que es lo importante. Así descubro cada vez la alegría de cantar. Es algo que, con perdón, hago para mí mismo.

Ó. A.: ¿Cómo vive la conexión con el público?

J. K.: Para mí es primordial. El aplauso es como el pan que necesitamos. Pero no me refi ero solo al aplauso; lo importante es sentir la presencia del público y el vínculo que se genera durante la representación. Una platea activa convierte una noche de ópera en algo extraordinario.

Ó. A.: El Lied no es un género tan popular como la ópera; sin embargo, a sus recitales la gente acude en procesión...

J. K.: Los compositores de Lieder supieron cómo crear un clima emocional y eso produce este efecto. Incluso si desconocemos el contexto en que esas obras fueron escritas, el mensaje igualmente llega. Se crea un momento interior, una atmósfera contemplativa. En nuestros días es habitual centrarse en el cuerpo y en la mente, y se menosprecia el espíritu. En un recital de Lieder la gente entra en conciencia de que somos algo más que un cuerpo con un cerebro.

Ó. A.: Nada que ver con Puccini...

J. K.: Sí, porque Puccini acertó con el registro de nuestras emociones. Sus melodías son muy modernas. El enfrentamiento entre Tosca y Scarpia es de una tensión extraordinaria y uno siente que la melodía tradicional ya no tiene lugar y que es la acción la que mueve todo, como si estuviéramos en una película de James Bond. El impacto que produce Puccini es arrebatador. La primera ópera que vi fue Madama Butterfl y, tenía seis años. Me fascinó, pero quedé desconcertado cuando la soprano que cantaba salió a saludar. Pensaba que de verdad estaba muerta...

Ó. A.: ¿Cree que sirven de algo los rankings del mejor cantante o director?

J. K.: No todo se puede reducir a quién está primero en una encuesta, aunque por supuesto la ópera es, por decirlo de algún modo, una suerte de deporte de alta competición. En la ópera hay interpretaciones muy variadas sobre un mismo repertorio, y las audiencias conectan con unas y otras. Eso es valioso.

Ó. A.: Los cantantes en general, pero en especial los tenores, suelen despertar pasiones. ¿Cómo se enfrenta a ello?

J. K.: Tenemos el caso de los Tres Tenores, de Caruso, de Richard Tauber y tantos otros. Sí, en la historia de la ópera ha sido así, pero uno debe pensar en su trabajo y tratar de no mezclar las cosas. Se debe también a que casi todos los personajes de amantes románticos fueron escritos para tenor. Obviamente, los cantantes despiertan fantasías, deseo, pasión. Sucede también en la música popular. Pero yo tengo los pies en la tierra y me considero un profesional. Además, nada es eterno: ni la voz ni el físico.

Ó. A.: ¿Condicionan las retransmisiones en directo, cada vez más comunes?

J. K.: Ya he dicho que a veces envidio la era predigital. Hoy todo se graba y después se suben fragmentos a internet. De pronto uno se encuentra con un vídeo en YouTube que dice ‘Escucha cómo tal o cual falla en el agudo’. Y hay quienes hacen una fi esta de eso.

Ó. A.: Ha participado en producciones polémicas. ¿Es posible un equilibrio?

J. K.: ¡Ah sí, eso tiene que ser posible! Siempre deberíamos tratar de tener una nueva visión de una pieza conocida y a la vez hacer justicia al compositor y a su obra. Fue el caso de la puesta en escena de Martin Kusej de La fuerza del destino, en Múnich, como también del montaje de Philip Stöll de Cavalleria / Pagliacci, en el Festival de Salzburgo.

Ó. A.: ¿Un director de escena debe tener en cuenta al público?

J. K.: ¡Totalmente! Cuando se narra una historia no es para uno mismo, sino para un público al que hay que respetar. Tienes que pensar en cómo contarla y lograr que se escuche con interés.

Ó. A.: ¿Cómo es su régisseur ideal?

J. K.: El que tiene una idea clara sobre la historia y los personajes. Pero no una idea física. Los aspectos físicos deben ser creados por quien interpreta. Un regista que ve lo que propongo y responde a ello. Un árbitro que mira y que va moldeando lo que ofrecemos los cantantes.

Ó. A.: ¿Cuándo hay que a decir “Yo no voy a hacer esto” y abandonar?

J. K.: Eso es absolutamente personal; no se puede establecer una regla. Antes de que decida dejar una producción, un profesional debería encontrar una solución. Si se va, nada cambiará para mejor. Yo trato de conversar con el regista o el director de orquesta o quienquiera que produzca el problema; y por supuesto en una conversación privada.









 
 
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