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Ópera Actual, 01 / 10 / 2020 |
Juan Antonio MUÑOZ |
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Jonas Kaufmann: «Anhelamos la experiencia en vivo, estar
juntos. Eso es insustituible»
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A pesar del confinamiento, el tenor alemán ha
tenido una actividad sorprendente. Durante este período de crisis sanitaria
que ha obligado a detener la actividad musical con público, se presentó su
grabación de estudio de Otello, realizó varios conciertos a sala vacía
retransmitidos por streaming y grabó Selige Stunde, un disco de Lieder
calificado como una Selección ÓPERA ACTUAL
Entre otras cosas, Jonas
Kaufmann aprovechó el confinamiento para preparar su Tristán, papel que
debutará en el próximo Festival de Múnich, y también grabó un disco, Selige
Stunde, a la venta desde el mes pasado y protagonista del concurso ÓPERA
ACTUAL 238 (ver resultados en la página 81). Kaufmann le llama
“álbum-corona”, en alusión al virus, ya que fue grabado durante la pandemia
junto a su compañero habitual en el ámbito liederístico, el pianista Helmut
Deutsch. Son 27 Lieder de compositores como Mozart, Beethoven, Schubert,
Schumann, Mendelssohn, Brahms, Wolf, Liszt, Dvorák, Grieg, Chaikovsky y
Richard Strauss, junto a joyas de Friedrich Silcher (Ännchen von Tarau),
Chopin (In mir klingt ein Lied, un arreglo de Alois Melchicar sobre el Étude
Opus 10/3, con letra de Ernst Marischka, el director de la trilogía Sissi de
Romy Schneider); Carl Bohm (Still wie die Nacht; “no hay que confundirlo con
Karl Böhm, el director de orquesta”, advierte Helmut Deutsch en el
cuadernillo del disco) y, finalmente, Alexander von Zemlinsky, cuya Selige
Stunde, sobre un texto de Paul Wertheimer, que da título al álbum.
Desde su Múnich natal y mientras se prepara para una temporada en Viena,
ciudad en la que ofrecerá varios conciertos y también cinco funciones de la
versión francesa del Don Carlo verdiano, Kaufmann se refiere a este tiempo
complejo y duro para la humanidad, y reflexiona acerca de lo que ofrece la
música, las posibilidades que presenta el futuro y lo que podría esperarse
de él más allá del ámbito de la cultura. |
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ÓA: ¿Podría decirse que este
tiempo tan complejo y difícil se describe adecuadamente con el título de su
nuevo disco, Selige Stunde (Hora feliz, calificado como una Selección ÓPERA
ACTUAL; enlace crítica) ¿Son estas horas difíciles felices en algún sentido?
Jonas KAUFMANN: No diría que el título escogido, Selige
Stunde, se refiere directamente al lugar común “toda crisis es también una
oportunidad”. Pero, de hecho, el álbum es también el resultado de esa
situación después del bloqueo. Helmut y yo solo intentamos sacar lo mejor de
la crisis, aprovechamos la oportunidad y grabamos algunos Lieder en un
entorno privado y no en un estudio de grabación. Y claro, fue genial que
pudiéramos hacerlo. Pero no pretendíamos un doble sentido al elegir Selige
Stunde como título para nuestro primer “álbum corona”. Lo escogimos solo
porque nos gustó mucho esa canción y sentimos que este título representaba
de alguna manera a la mayoría de las canciones que habíamos seleccionado.
ÓA: El Lied es un género íntimo que presenta desafíos
intelectuales y emocionales, así como enormes dificultades de ejecución y
concentración. En sus recitales se aprecia que canciones son enfocadas de
una manera diferente, permitiendo no solo conquistar la música sino también
entender diferentes aspectos relacionados con el sentido del texto. Varía,
por lo tanto, cada vez, no solo el sonido sino también el significado. ¿Eso
surge de forma espontánea o está en una búsqueda de cambio?
J. K.: Ambas cosas. Repetir siempre lo mismo me aburriría
mortalmente. E incluso en piezas que he hecho tantas veces, como Tosca o el
Winterreise, me niego a repetir o a reproducir. “Nunca hagas lo mismo dos
veces; empieza siempre como si lo estuvieras haciendo por primera vez”: esa
fue una regla de oro que aprendí de Giorgio Strehler durante nuestros
ensayos de Così fan tutte en Milán, allá por 1997. Yo creo que eso es
esencial cuando estás interpretando las mismas piezas durante un largo
período. Y con un compañero como Helmut, puedes ser más espontáneo: nos
conocemos desde hace casi 30 años y hemos hecho cientos de recitales, así
que podemos arriesgarnos y disfrutar de la espontaneidad.
ÓA:
¿Cómo entró en el mundo del Lied?
J. K.: Gracias a
las grabaciones de Hermann Prey. Mi padre podía reconocer su voz con solo
encender la radio. Yo era muy niño, tenía 9 o 10 años. Hay cantantes a los
que basta solo una palabra para reconocerlos, o una nota. Gracias a eso
aprendí a escuchar las voces de otra manera, ya sea en el Lied o en la
ópera.
ÓA: ¿Qué es importante entender para cantar
Lieder?
J. K.: Cuando uno comienza, quiere que todo
sea perfecto y expresivo, y que haya muchos matices en la interpretación.
Pero al comienzo del trabajo vocal de un joven, hacer eso es imposible.
Puede ser frustrante. Un día, un maestro de canto me dijo: “No toques tu voz
cuando cantes”. Quería decirme “deja ir tu voz, deja de manipularla”. Cantar
es el espejo del alma, como se dice, y si quieres cantar con toda tu alma no
puedes estar continuamente tratando de hacer algo. Con la madurez y la vida
eso se va dando y cuando eso resulta de manera natural es que se ha
expresado tu alma y eso es fantástico para uno como ser humano.
ÓA: En este nuevo disco hay obras muy famosas, como
Adelaide (Beethoven) o Wiegenlied (Brahms), pero también joyas poco
habituales, como el desconocido Still wie die Nacht, de Carl Bohm, y la
sensual Selige Stunde de Zemlinsky. ¿Cómo construyeron el repertorio para
este disco?
J. K.: Hicimos una lista de nuestras
canciones favoritas y Helmut trajo algunas que habían sido olvidadas, pero
que merecían ser escuchadas hoy en día, como Selige Stunde y Stil wie die
Nacht. No elegimos solo caballos de batalla de los compositores de Lieder
más conocidos sino piezas que eran queridas por nosotros, pero que eran
totalmente características del compositor en cuestión. Al inicio yo pensé
grabar el ciclo Schwanengesang (Schubert), pero Helmut me dijo que
deberíamos hacerlo en vivo antes de grabarlo. Y tiene razón.
ÓA: En Der Jüngling an der Quelle, de Schubert es impresionante lo
que logra su interpretación, tanto en la sala de conciertos como en el
disco. Su voz y su rostro dicen que le está pasando algo muy profundo con
esta canción. ¿Qué significa esta obra para usted?
J. K.:
Bueno, es una de esas canciones tan íntimas y delicadas, con esas frases
celestiales para el piano, que realmente me encanta cantar. Para mí, ahí
está la esencia de la canción romántica.
ÓA: En el
sector final del álbum están Wiegenlied de Brahms y también Ich bin der Welt
abhanden gekommen de Mahler. ¿Cree que hay algún significado que une estas
canciones?
J. K.: En cierto modo, sí. Por supuesto,
Wiegenlied es una canción de cuna, cantada a un niño. Pero también puedes
tomarla como una canción para ti mismo cuando sientas malestar interior,
cuando intentas calmarte, encontrar la paz en ti. Por lo tanto, sí puede
haber una conexión con Ich bin der Welt abhanden gekommen de Mahler, en la
que el texto habla de estar fuera del ruido del mundo, descansando en un
reino tranquilo, solo en tu propio cielo, en tu amor, en tu propio canto.
ÓA: ¿Cómo avanza su Tristán? ¿Le ha servido este tiempo
de pandemia para estudiarlo?
J. K.: Seguro, he usado
el tiempo para estudiar el rol. En abril parecía que tenía un tiempo
infinito… Pero después de grabar las canciones llegaron varias ofertas de
conciertos y recitales, y mientras tanto mi agenda está tan llena como
antes, y al menos así será hasta a mediados de octubre, un tiempo que pasaré
por completo en Viena: primero viene otro recital en el parque Belvedere,
luego el concierto de Schönbrunn con la Filarmónica de Viena y Valery
Gergiev, y en la Staatsoper cinco funciones de la versión francesa de Don
Carlos, además de un recital presentando Selige Stunde en vivo por primera
vez.
ÓA: En los recitales realizados durante el
confinamiento, ¿le resultó difícil cantar sin público?
J. K.:
¡Qué quiere que le diga! Nunca olvidaré ese sentimiento después de nuestra
interpretación del Dichterliebe de Schumann para los conciertos de los lunes
de la Bayerische Staatsoper (Crítica ÓA). Eran conciertos virtuales,
grabados en el Nationaltheater, sin público. Solo estábamos Helmut Deutsch,
el equipo de cámara y yo. Cuando Helmut terminó los últimos acordes,
simplemente yo no sabía qué hacer. ¿Debería inclinarme? ¿Hacer una
reverencia? No. ¿Qué hacer con mis manos? ¿Dónde moverme? Así que me volví
hacia Helmut y esperé hasta que se apagó la luz roja.
ÓA:
Sin embargo, lo que sucedió con ese Dichterliebe fue maravilloso. La sala
estaba vacía, pero la conexión con usted y Deutsch era planetaria. Millones
de personas estaban allí, conectadas. La experiencia fue impactante e
inusual.
J. K.: Fue una situación muy especial,
tanto en términos de comunicación como en lo emocional: esa fue la primera
vez después del confinamiento que pisaba un escenario para actuar y por lo
tanto debió de haber una atmósfera muy específica que efectivamente sí pudo
haber conectado a los espectadores. No sé si fue solo mental o si hubo algo
más, pero recibí muchos comentarios de personas que dijeron que se había
producido algo difícil de narrar.
ÓA: La música
también propone un cierto rito: el hecho de asistir a un concierto y todo lo
que eso significa. ¿Qué se pierde si no hay rito?
J. K.:
No quiero subestimar todos esos nuevos proyectos y soluciones virtuales que
se han creado desde el lockdown, pero una cosa es segura: todos, artistas y
público por igual, anhelamos la experiencia en vivo, el estar juntos, la
franqueza de la comunicación. No hay sustituto para eso. Nunca olvidaré lo
maravilloso que fue volver a actuar frente al público después del
confinamiento: la Aida en Nápoles, los conciertos en Budapest y Ljubljana,
las actuaciones de Die schöne Müllerin en Ginebra, Grafenegg y Múnich, y el
recital que hicimos en el Belvedere de Viena. Estoy muy agradecido de poder
actuar ante el público otra vez.
ÓA: La pandemia ha
matado a mucha gente en el mundo, y el impacto que esto tendrá en el arte
seguramente será tan fascinante como inesperado. ¿Cómo ve lo que puede
suceder? ¿Qué surgirá del arte en general y también de la música?
J. K.: El mundo ha cambiado y no solo económicamente. Para
mucha gente la crisis también ha servido para reducir la velocidad, salir de
la cinta transportadora, de la rutina… Pero me temo que este no es un gran
momento para la cultura, especialmente para la música clásica; ni siquiera
en Alemania, donde las Bellas Artes siempre se han considerado algo
esencial. Me temo que parte de la variedad y la amplia gama de ofertas que
habíamos tenido y que fueron habituales para nosotros antes de la pandemia,
dejarán de existir. Pero tenemos que estar abiertos para ver y evaluar qué
puede ofrecernos este nuevo mundo. Hay muchas preguntas aún sin responder.
ÓA: La música tiene una cualidad que otras formas de
arte no tienen: a través de ondas sonoras modifican nuestros flujos
sanguíneos y altera el comportamiento neurovegetativo. ¿Con qué música le
ocurre?
J. K.: No puedo decirlo en general, porque
nunca se puede saber de antemano qué tipo de experiencia tendrá ese impacto
especial en cada uno. Recuerdo claramente muchos momentos que tuvieron ese
efecto en mí, y todos fueron diferentes. Pero supongo que todos tenían algo
en común, y eso es la combinación de una música muy significativa y una
interpretación muy específica. Cuando era niño, estuve completamente
abrumado por el poder emocional de Madama Butterfly, de Puccini. Y como
estudiante, las grabaciones de Carlos Kleiber de El Murciélago y el
Concierto de Año Nuevo siempre me hacían sonreír y me levantaban el ánimo
cuando tenía que hacer cosas como limpiar mi apartamento. Y recuerdo muy
bien la primera vez que escuché la grabación de Otto Klemperer para La
canción de la tierra (Mahler), con Christa Ludwig y Fritz Wunderlich. Son
momentos que realmente te hacen sentir diferente en todo sentido.
ÓA: El espacio de libertad que ofrece la música es enorme.
En especial, cuando se escucha música en soledad, porque la imaginación está
abierta a cualquier posibilidad y no se opone a la imaginación de nadie ni
de nada.
J. K.: Sí. Escuchar buena música es como
leer un buen libro: es cine en tu propia cabeza. Puede suceder cualquier
cosa.
ÓA: ¿Hay música que preferiría escuchar solo?
J. K.: Como yo mismo edito la mayoría de mis
grabaciones, a menudo estoy solo cuando escucho. Pero en general prefiero
hacerlo en buena compañía, ya sea en vivo o en casa.
ÓA:
Y cuando mira al horizonte, ¿se le impone alguna música en particular?
J. K.: En esos momentos prefiero el sonido de la
naturaleza. Es maravillosa la cantidad de sonidos que se descubren si uno
pone el oído atento.
ÓA: Profundizando en este tema,
al formar parte del público se vive una experiencia comunitaria. Ocurre, por
ejemplo, en la Arena de Verona, con 15.000 personas viendo un espectáculo
operístico, pero también en la música sacra, en la cual es importante la
conexión con una espiritualidad común. ¿Cuál es la música que le gusta
escuchar en compañía, con una persona o con muchas personas?
J. K.: Todo tipo de música, desde pop, rock y jazz hasta música
clásica. Depende de la calidad de la música y, por supuesto, de quién esté a
mi lado. Por supuesto, cuando estoy en el coche con mis hijos, el repertorio
está más mezclado en estilos que cuando estoy solo. A veces con los niños
hemos compartido música clásica que es de especial interés por el momento
que se vivía o porque yo estaba estudiándola; por ejemplo, a ellos les
impresionó mucho la maravillosa grabación de Jan Peerce del aria “Rachel,
quand du Seigneur” (La juive, de Halévy). Con la opereta de Strauss Una
noche en Venecia pasó lo mismo. Cuando puse la música, me pidieron que les
contara la historia. Lo hice y se murieron de aburrimiento, pero me dijeron
que les gustaba la música y también ver cuánto yo disfrutaba con ella.
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