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El Pais, 3 Oct 2017 |
Jesús Ruiz Mantilla |
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Kaufmann cruza la frontera franco-alemana |
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El tenor muniqués, una de las principales voces actuales, se atreve en su nuevo disco con el repertorio francés tras superar los percances que sufrió la temporada pasada |
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La
pasada no fue una temporada fácil para Jonas Kaufmann (Múnich, 1969). Su
cuerpo y su voz le dijeron frena. Y frenó… De no haber sido así, los
compromisos cruciales que tenía por delante —fundamentalmente, estrenar
un papel como el Otello verdiano en el Covent Garden de Londres— no le
habrían salido a la altura de lo esperado. Eso es siempre mucho en su
caso. Porque el cantante alemán, en plena madurez, ha demostrado hasta
ahora ser la figura que, junto al peruano Juan Diego Flórez en otro
repertorio, va a marcar claramente esta época de comienzos del siglo XXI
tras el binomio que formaron Pavarotti y Plácido Domingo el pasado.
Comienza el nuevo curso con fuerza. Tiene previstas dos paradas en
España: una en marzo para cantar Andrea Chénier, de Umberto Giordano, su
primera ópera escenificada en el Liceu barcelonés. Y otra en Madrid,
donde ha cancelado dos veces un recital previsto y ha encajado una nueva
fecha (el 25 de julio). La capital parece torearle: “Una vez, me
llamaron para sustituir a alguien en La Clemenza di Tito. Me presenté en
el Teatro Real, pero el cantante se recuperó y no actué”. Las otras dos
suspensiones se produjeron la pasada temporada, debidas a ese bajón que
le trastocó los ritmos por puro agotamiento. ¿Mal fario? “Ya estoy
bien”, responde por teléfono desde París. “Me he cogido tres semanas de
vacaciones. No lo había hecho en mi vida; me encuentro perfectamente”.
En la Ópera de París afrontaba la pasada semana el Don Carlo de
Verdi en versión francesa. Lo ha ido conjugando con la promoción de su
último disco: L’Opera (Sony Classical), todo un homenaje a uno de los
repertorios, el francés, en los que últimamente ha entrado con
determinación. En su caso, como auténtico puente de un eje lírico
franco-alemán. “Es curioso cómo los músicos franceses han explorado la
literatura alemana para sus obras. Creo que el resultado es una perfecta
fusión de nuestra manera de ser con la forma de decir que tienen ellos
en su lengua”. Habla de Goethe, por ejemplo. De su joven Werther en
manos de Massenet, o del mito de Fausto visto a la vez por Gounod y
Berlioz…
Pero el viaje también ha sido de vuelta, pues hubo un
tiempo en que los compositores de ópera alemanes se veían obligados a ir
a París para triunfar. “Fue el caso de Meyerbeer u Offenbach. Es algo
que ni siquiera Verdi pudo evitar”, recuerda.
De ese inagotable y
sabroso cruce, ha sido consciente Kaufmann desde el principio de su
carrera. En el citado disco también habita el sentimentalismo. O la
gratitud por haber debutado en un papel cantado en francés como hizo en
Mignon, basada en otra novela de Goethe: Los años de aprendizaje de
Wilhem Meister. “Ahí comencé a darme cuenta del gusto y la nobleza con
que los franceses hablan de sentimientos. Lo hacen de forma muy distinta
de la de los alemanes, que se abren en canal, lo sacan todo”, señala.
Su destreza pasa del alemán materno al francés y al italiano con
naturalidad asombrosa. El primero viene de su infancia en Múnich, el
segundo lo perfecciona con su residencia en Mónaco y el tercero es pura
pasión. En italiano ha vivido uno de sus mayores triunfos antes del
verano con su debut como Otello en Londres. Héroe trágico, pozo
oscuro
Todavía arrastra esa energía descuartizadora de la
tragedia del moro de Venecia. “Salpica tensión, odio; me resulta muy
difícil salir de ese estado de ánimo. Vives un trance tan cruel, que te
arrastra. He interpretado a muchos asesinos, pero no tan fríos”, incide.
Esa fuerza animal le traumatizó: “Minusvaloré su impacto dentro de
mí, incluso en los ensayos. En escena me exigió mucho más de lo que
pensé en principio. No hay una palabra que no te exponga a una tensión
especial, extraña por su intensidad. Si lo hago mucho, necesito un
tiempo para salirme de él”.
Fuera de Otello, al menos por un
tiempo, asegura que lo irá intercalando ya en su repertorio como marca
de la casa. Pero, mientras, regresa a una rueda en la que le esperan,
por ejemplo, el Don Carlo que ha dominado en italiano y ahora en
francés, el Lohengrin wagneriano, otro de sus fuertes, y Andrea Chénier
para la primavera barcelonesa. Cuatro ejemplos de que Kaufmann es el
gran tenor del presente para meterse en la piel de los héroes trágicos y
la incertidumbre de los pozos oscuros. Todos ellos crecen en el contorno
de su voz ancha y su vena interpretativa arrebatadora. Lleva la marca de
los grandes. |
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