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El País, 8 NOV 2016 |
Rubén Amón |
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Nápoles bajo cero |
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Jonas Kaufmann, en su plenitud
artística, aborda las canciones meridionales italianas de manera impecable
pero desde unos excesivos frialdad y academicismo La "Dolce vita" del
tenor germano apunta un nuevo éxito discográfico |
Supongo
que resulta demasiado pretencioso escribir que el último disco
de Jonas Kaufmann me ha recordado un cuadro de Brueghel. Y no
cualquier Brueghel, sino Brueghel el Viejo. Ni a cualquier
cuadro, sino a una interpretación del Golfo de Nápoles que
impresiona en su expresionismo y en su concepción nórdica.
Estuvo Brueghel en Nápoles, como estuvo en Calabria y en
Sicilia, pero la sobreexposición meridional no le hizo renunciar
a su propia idiosincrasia flamenca. Menos aún cuando el cuadro
en cuestión alude a una corpulenta batalla naval y recrea la
ciudad muy lejana y misteriosa, como un antiguo crustáceo.
El cuadro de Brueghel es pequeño. Y se exhibe en la Galería
Doria Pamphilj de Roma, cuya fama entre los museos europeos no
puede disociarse de la cámara donde se aloja el retrato del papa
Inocencio X de Velázquez. O Inocencio "Díez", como vino en
llamarlo un conocido periódico madrileño cuando el cuadro recaló
prestado unos meses en el Museo del Prado. Inocencio Díez. El
papa Díez.
No divaguemos. Estábamos comparando el cuadro
de Brueghel con el disco de Jonas Kaufmann. Una extrapolación
quizá arbitraria que se explica en la concepción nórdica,
heladora, que el tenor germano aporta a su disco de canciones
napolitanas.
Y es un disco extraordinario porque exhibe
Kaufmann todas las cualidades del cantante -la voz oscura y
timbrada, el fraseo, la dicción cristalina, los matices, el
poderoso brillo de los agudos, la personalidad, el dramatismo-,
pero sus versiones se resienten de una cierta distancia
sentimental. Canta Kaufmann con los pinceles de Brueghel en su
paleta de artista.
Y artista lo es Kaufmann. Un artista
imponente, apabullante. Su único problema con la canción
napolitana consiste en la distancia cultural. Le faltan picardía
y ligereza a sus versiones. Y se nota que no ha estrechado la
mano de Pulcinella. Se nota que no ha viajado en Vespa y sin
casco por las callejuelas del barrio español.
Por eso
recuerda Kaufmann al inspector de "El día de la lechuza",
sublime novela de Leonardo Sciascia que plantea a los lectores
la incomodidad de un policía del norte de Italia en la
"incomprensible" y endogámica sociedad del sur. Las canciones
napolitanas no hay que cantarlas, hay que sentirlas. De ahí la
posición hegemónica de Caruso, pero también las contribuciones
de otros cantantes menos dotados que Kaufmann y más sensibles,
en cambio, al estupor del Vesubio. Se me ocurren algunos tenores
ligeros como Bruno Venturini, y pienso en otras voces menos
académicas, como la de Pino Daniele.
Es perfecto el disco
de Kaufmann. Tan perfecto que su dicción asombrosa permite
reconocer las letras de las canciones como si las estuviéramos
leyendo. Y es entonces cuando identificamos la cursilería de la
canción Caruso (Lucio Dalla) cuando resulta embarazoso y
empalagoso el texto de Parla più piano, celebérrimo hit de El
padrino que Kaufmann incluye en su catálogo enciclopédico de
"Dolce vita.
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