Pocas veces ha habido tanta expectación en el Festival de Pascua salzburgués
como en esta edición. Dos eran las razones: el debut de Jonas Kaufmann en el
doblete «Cavalleria» y «Pagliacci» y Thielemann dirigiendo verismo. Una y
otra razón han quedado subordinadas a la visión escénica de Philipp Stölzl,
director muniqués que alterna el cine con el videoclip y la ópera. Es cierto
que imágenes cinematográficas ya se han introducido en ópera. Así resultó
espectacular en Pekín la obertura de Giancarlo del Monaco para «El holandés
errante», con la llegada del barco luchando contra una tormenta en imágenes
que acababan fundiéndose con la nave real del escenario. Sin embargo, nunca
se habían unido tanto como en la nueva producción salzburguesa para las dos
obras veristas. Stölzl concibe el enorme escenario como una pantalla con 3 x
2 cuadros. En cada una de esos seis mini escenarios suceden cosas: en unas
acciones reales, en otras sus imágenes en primeros planos. Algunos de éstos,
con Kaufmann de protagonista, no resultan nada fáciles para un actor, como
se lo hubieran podido preguntar a Greta Garbo tras «Cristina de Suecia».
Obviamente exige un gran trabajo actoral. La idea funciona muy bien en
«Pagliacci», que se llena además de colorido circense. Sin embargo, Stölzl
quiere aprovechar el mismo concepto en «Cavalleria», y aquí naufraga.
Historia de una escalera
A fin de no ser reiterativo y dejar la
explosión de colorido para Leoncavallo, comienza con un Mascagni en blanco y
negro que aleja totalmente escena y música, esa música llena de luz
mediterránea. Es más, la acción contradice con frecuencia el libreto,
desarrollándose fundamentalmente en un bloque de apartamentos, salvo en la
escena de la fachada de la iglesia. Aquellas seis divisiones del escenario
representan «soluciones habitacionales» en donde viven Lola y el gánster
Alfio, mamma Lucia o un Turiddu que casi parece cohabitar con Santuzza. Más
que «Cavalleria» se asemeja a la «Historia de una escalera» de Buero
Vallejo, ya que incluso hay escenas en los rellanos de de la comunidad. Al
final del experimento queda una reflexión malvada: ¿Por qué pagar 600 euros
por una butaca en el más elitista de los festivales si por 20 se ven en un
cine esos primeros planos a los que inevitablemente lleva Stölzl nuestros
ojos en el teatro?
El verismo no es el repertorio de Thielemann. Los
timbres de Mascagni están tan ausentes en el foso como su colorido en la
escena. No entiende ritmos, melodías o tempos, siendo estos últimos
absolutamente irregulares, a veces muy rápidos y a veces –dúo entre Nedda y
Silvio, siciliana concebida como una meditación o el adiós a la mamma–
lentísimos. «Cavalleria» sonó a trompicones, en un «staccato» continuo,
aunque «Pagliacci» estuvo más en estilo y con tensión. Eso sí, la
Staatskapelle de Dresde deslumbra con su perfecto y vigoroso sonido, a veces
hasta excesivo. Menos mal que las voces aguantaron todo.
Magníficas
éstas. Liudmyla Monastyrska, Maria Agresta y Kaufmann componen un trío
ideal. Es curioso que los tres hayan cantado ópera en el Palau de les Arts
valenciano hace años. La soprano ucraniana matiza con una voz grande de
spinto que sabe utilizar también en los pianos, mientras que la italiana
posee una voz lírica plena y es buena actriz. Ambrogio Maestri, la veterana
Stefania Toczyska y Annalisa Stroppa completan el buen reparto de
«Cavalleria», así como Tansel Akzeybek, Alessio Arduini y un Dimitri
Platanias corto arriba en «Pagliacci». Jonas Kaufmann vuelve a dar en el
clavo en ambos papeles. Es el suyo un canto que aúna corazón y cabeza, entre
el Turiddu y el Canio de un Bergonzi y el de un Giaccomini. Una nueva
demostración de su talla de número uno, llena de detalles y matizaciones sin
precedentes, una expresividad riquísima y una voz en plenitud sin problema
alguno. El entusiasmo del público mostró que él no tenía discrepancia
alguna.
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