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El Mercurio, 29 Mai 2020 |
por Juan Antonio Muñoz Herrera |
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Dichterliebe, Bayerische Staatsoper, 27. April 2020 (Staatsoper.TV) |
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“Dichterliebe” en intimidad planetaria: Extrañamente, estábamos todos ahí
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Streaming desde la Bayerisches Staatsoper, lunes 27 de abril de 2020.
¿Cómo es posible una intimidad así a través del éter? Es imposible casi
de describir, pero quienes estuvieron este lunes frente a sus pantallas
—lisas, brillantes, impolutas— saben de qué hablo.
El encuentro
remoto se tradujo en la mayor proximidad y la atmósfera se colmó de alegría
contemplativa; algo así como un anhelo hecho realidad, con agradecimiento.
También vino el resplandor antiguo de un recuerdo, revisitado esta vez con
hondura y puesto en vida. Hubo además algo de dolor, por el arte en su mayor
expresión lanzada al vacío, un vacío aparente: la sala era el planeta. Fue
un dolor dulce, necesario.
Ahí estaban Robert Schumann y Heinrich
Heine, los creadores tras el ciclo “Dichterliebe” (Amor de poeta). Pero nada
habría sido posible sin la mediación de Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch, que
nos condujeron por estas 16 canciones que inician con el amor nacido en
mayo, para luego exponer la traición y alcanzar la muerte.
En
términos de Carl Jung, Jonas Kaufmann consigue activar los arquetipos de la
mente profunda. Lo hace en sí mismo —basta observar cómo reacciona su rostro
frente a la música— y lo proyecta al público. “Im wunderschönen Monat Mai”
(En el maravilloso mes de mayo) tiene un postludio en piano que vuelve a la
idea del preludio, y Helmut Deutsch, otro artista de alto nivel, consigue
que entendamos que la forma escogida está poniendo en duda, desde el inicio,
la destreza amorosa del poeta para retener a la amada. Kaufmann lo sabe, y
lo insinúa en su gesto.
Un ciclo de Lieder es una tarea mayor que
solo pueden asumir a cabalidad quienes comprendan el sentido profundo de las
palabras y diferencien cuándo un mismo vocablo significa otra cosa en una
repetición sucesiva, lo que sucede en especial en “Aus meinen Tränen
spriessen” (De mis lágrimas brotaron) y en “Die Rose, die Lilie, die Taube,
Die Sonne” (La rosa, el lirio, la paloma y el sol). Ahí están “Kleine”
(pequeña), “Feine” (fina), “Reine” (pura) y “die Eine” (la única). Esta
última venía cargada de rencor y despecho en la voz de Kaufmann. No es por
nada.
Más tarde, el “Himmelslust” (placer celestial) de “Wenn ich
deine Augen seh” (Cuando te miro a los ojos) permitirá hacer desaparecer
“mein Leid und Weh” (“mi pena y mi dolor”), pero hay duda en la expresión y
la mirada de Kaufmann lo comenta, porque ya viene “Ich will meine Seele
tauchen”, donde el erotismo se une a la muerte y, quizás, a la resurrección:
¿Qué quiere decir “Ich will meine Seele tauchen / In den Kelch del Lilie
hinein” (Quiero sumergir mi alma en el cáliz del lirio)? El piano, a su vez,
acaricia los versos, mientras “el resonante lirio ha de exhalar una canción
de mi amada” (Die Lilie soll klingend hauchen / Ein Lied von der Liebsten
mein). Finire in belleza.
El desarrollo se vuelve cada vez más
dramático, como ocurre en “Im Rhein, im heiligen Strome” (En la sagrada
corriente del Rin), un Lied que no tiene preludio, donde la voz se vuelve
solemne y el narrador, al contemplar a la Virgen en la catedral, balbucea,
tiembla un poco, recordando en esa imagen los labios de la amada. “Ich
grolle nicht” (No te guardo rencor) quiere decir exactamente lo contrario y
avanza hasta resolverse casi en un grito, con un La agudo certero en la
palabra “Herzen” (corazón), cuando el poeta ve o imagina “la serpiente que
devora tu corazón”.
El regreso a la naturaleza viene en “Und
wüssten’s die Blumen, die Kleinen” (Si supieran las pequeñas flores), y se
suman estrellas y ruiseñores, pero el “Erquickenden Gesang” (el canto que
conforta) se acaba pronto y el piano se vuelve violento en el postludio. Un
maestro Helmut Deutsch, que transita desde la sencillez contemplativa a la
intensa desesperación.
En “Das ist ein Flöten und Geigen” (Esas son
flautas y violines), la voz está casi en un segundo plano mientras el piano
busca el equilibro entre la amargura del poeta, que ya está preñado de ella,
y la alegría de una boda. Desde este punto se entra en lo más profundo del
ciclo, con esa enorme canción que es “Hör’ich das Liedchen klingen” (Cuando
oigo sonar la cancioncilla), donde Kaufmann y Deutsch imbrican memoria
emotiva, ironía y angustia, y en la cual “ein dunkles Sehnen” (un oscuro
deseo) empuja al poeta a lo profundo del bosque: ¿“Waldeshöh” significará
sólo eso? Claro que no. Ambos lo saben.
Aquí un punto técnico: con
qué respeto y precisión Jonas Kaufmann canta el trémolo sobre la palabra
“auf”, en la frase “Dort löst sich auf in Tränen / Mein übergrosses Weh”
(Allí se desata entre lágrimas / mi interminable dolor).
Será la
ironía lo que rescate al poeta de la implacable constatación del amor
infeliz, como sucede en “Ein Jüngling liebt ein Mädchen” (Un joven ama a una
muchacha), que conduce a “Am leuchtenden Sommermorgen” (En una luminosa
mañana de verano), donde sueña con un imposible reencuentro en el hermoso
preludio. Sueño del que se despierta en “Ich hab’im Traum geweinet” (He
llorado en sueños), donde las imágenes son de muerte (“yacías en la tumba”),
abandono y lágrimas. Hay tres pesadillas fúnebres en esta canción y, en
ella, la voz y el piano casi no se encuentran. Seguirá otro sueño,
“Allnächtlich im Traume seh’ich dich” (Todas las noches te veo en sueños),
inundado de llanto: magistral Kaufmann, en gesto y voz, para la descripción
del ramo de ciprés, un símbolo de muerte, que ella, ausente, le entrega al
poeta dormido, tras decirle una palabra —no sabemos cuál— que el joven
olvida al despertar.
“Aus alten Märchen winkt es” (Desde los
antiguos cuentos) intenta recuperar un mundo mágico. Funciona como la
“mejoría de la muerte”, con sus visiones del rostro de la novia, las flores
multicolores y el canto de los vientos y las aves, pero todo eso se
desvanece hacia el final, para caer sobre “Die alten, bösen Lieder” (Las
antiguas y malvadas canciones), portal de la muerte del amor, descrita casi
como parodia, con el piano ironizando al máximo y la visión surrealista de
los gigantes que portarán ese enorme ataúd que será grande porque así es el
dolor del poeta.
En este ciclo es una constante la ruptura del hilo
del discurso hacia algo vagamente insinuado o relacionado, muchas veces
conmovedor, muchas veces sorprendente y atemorizante, que atrae hacia el
auditor imágenes cambiantes que impactan el alma, que la perturban, la
conduelen y, finalmente, la serenan.
Eterno agradecimiento a Jonas
Kaufmann y Helmut Deutsch. Ewig, Ewig, Ewig.
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