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Platea Magazine, 24 Julio 2018 |
por Javier del Olivo |
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Wagner: Walküre, Bayerische Staatsoper, 22. Juli 2018 |
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KIRILL PETRENKO DIRIGE "DIE WALKÜRE" EN MÚNICH, CON JONAS KAUFMANN Y NINA STEMME
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Sin duda La Walkiria es la más conocida de las obras que conforman la
tetralogía del Anillo del Nibelungo. Su primer y último acto rayan en la
perfección y el segundo es también muy notable. Además, atesora, junto a
momentos muy conocidos y populares como la famosa Cabalgata de las
walkirias, otros que se encuentran entre lo mejor de la producción
wagneriana, como la llegada de la primavera en el primer acto o los
“adioses” de Wotan en el tercero. Una ópera, en fin, que en esta ocasión
-dentro del Festival de verano de Bayerische Staatsoper-, y con el plantel
de cantantes que se presentaba prometía ser extraordinaria y lo fue, o casi.
El casi lo explicaré después porque fue al final de la función y quiero
quedarme con la sensación que tuve al acabar del primer acto: la de que
había visto y escuchado algo excepcional, uno de esos momentos que anotas en
la memoria como una conjunción única entre foso y escenario, entre música y
cantantes.
La primera parte de Die Walküre se sustenta
principalmente en los enamorados Siegmund y Sieglinde, hermanos gemelos que
fueron separados de niños y que no se conocen. Como tercer elemento está el
cruel marido de Sieglinde, Hunding, enemigo de Siegmund. El héroe liberará a
su amante-hermana de este bestia y la llevará con él a un futuro incierto
pero liberador. El acto gira sobre el planteamiento de este triángulo
amoroso, sobre los vínculos que les unen con el jefe de los dioses, Wotan,
y, sobre todo, por el reconocimiento de los dos hermanos y el surgimiento
del amor entre ellos. Wagner concibió este acto como uno de los más bellos
de su producción y todo tiene un encaje perfecto.Y más si cuentas con dos
voces excepcionales como las de Jonas Kaufmann y Anja Kampe, ambos en
plenitud de facultades. No he escuchado nada igual. Lo que hizo Jonas
Kaufmann es de manual: heróico cuando fue necesario (espectaculares sus
"Wälse, Wälse") e intimista, casi susurrante, haciendo filigranas con esa
bellísima voz que posee en las partes más líricas, con un "Winterstürme" de
hacer saltar las lágrimas. Maravilloso.
No le fue a la zaga Anja
Kampe, espléndida en todo momento, segurísima en toda la tesitura, con un
volumen más amplio que el de su compañero, respondiendo al duro papel con
toda una perfecta gama de recursos. Impresionante. Muy bien también el
Hunding de Ain Anger (el Fafner del Oro) que supo transmitir a través de sus
gestos y su voz esa brutalidad cruel de su personaje, tampoco fácil de
cantar. Y claro, todo envuelto en una dirección musical simplemente
perfecta, camerística, cuidadosa, reposada y envolvente (sin dejar de ser
viva en los momentos necesarios) de una calidad que yo pocas veces he
escuchado servidos por un Kirill Petrenko y una orquesta de la Bayerische
Staatsoper en estado de gracia. No se puede hacer mejor y así lo reconoció
el público. Prácticamente el teatro se cayó cuando Kampe y Kaufmann salieron
a saludar al final de este acto. Inolvidable.
Participantes en el
Oro, tanto Wolfgang Koch como Ekaterina Gubanova no habían estado a la
altura de lo esperado en sus respectivos papeles de Wotan, el jefe de los
dioses, y Fricka, su mujer. Se esperaba que mejoraran y así fue en Walkiria,
sobre todo Gubanova que nos brindó un estupendo monólogo en el segundo acto.
Mucho más centrada, su voz sonó carnosa y atractiva, con amplia proyección,
llena de intención cantando las quejas de la celosa y matriarcal diosa y fue
muy aplaudida al final. Wolfgang Koch pareció mejorar en este segundo acto,
donde explica a su hija Brünnhilde las razones por las que tiene que
abandonar a Siegmund en su lucha contra Hunding. Este pasaje, a veces no del
todo bien resuelto por barítono y orquesta sonó perfecto esta vez. Koch
mostró ese gusto tan elegante que tiene al cantar, esa matización, esa
intención dramática que suele ser su mejor arma. Pero le seguía faltando la
potencia y el arranque a los que nos tiene acostumbrados. La calidad estaba
ahí, las frases perfectamente cantadas también, incluso un principio de
emoción, más por la intención que por los resultados. Se volvió a pensar que
se reservaría para el tercer acto, con esa cumbre de la obra que son sus
famosos “adioses”, pero desgraciadamente en ese pasaje, para mí el más bello
de toda la ópera y me atrevería decir que de todo lo escrito por Wagner
(insisto en el parecer personal) literalmente se rompió. Hubo un momento que
pensé que abandonaría el escenario. Tosió, resistió pero al precio de hacer
desaparecer el encanto de este final, ya que el espectador vivía con el
temor de que en cualquier momento se derrumbara su voz completamente. Ahí el
que escribe ya estaba desconcentrado porque después de dos actos
maravillosos se perdía la posibilidad de completar una Walkiria casi
perfecta. Ni Petrenko me sonó entonces tan mágico, quizá porque estaba más
pendiente de Koch que de la música. Habrá que ver si puede con el Sigfrido,
difícil parece.
Pero volvamos a lo que tuvo éxito. Y glorioso también
fue el de Nina Stemme como Brünnhilde. Decir que la magnífica cantante sueca
estuvo espléndida sería poco. Su fuerza, su energía, su canto (esos
terribles agudos que jalonan una partitura llena de dificultades para la
soprano), nunca decayó y estuvo a altísimo nivel. Fue ella quien salvó ese
tercer acto y quien animó con su ímpetu a que Koch resistiera hasta el
final. Le había visto en este papel en otras ocasiones pero nunca con tanta
seguridad y poderío. Si está en las mismas condiciones se puede esperar un
Sigfrido y, sobre todo, un Ocaso espectaculares. Brava. Muy bien las
walkirias protagonistas del comienzo del tercer acto. Bien conjuntadas,
perfectamente dirigidas con las indicaciones del director, sonaron como un
grupo aguerrido y unido. Sobresaliente para todas.
Ya se ha dicho más
arriba. El mago Kirill Petrenko siguió enseñándonos cómo es su Wagner:
grandioso, íntimo y genial. Volvió a ser el director hiperactivo que está
atento a todo, a cada instrumento a cada voz (incluida cada una de las
walkirias). Puede parecer que soy reiterativo pero es que no queda otro
remedio si ves a este director varios días seguidos trabajando (aunque haya
algún pero circunstancial como esos “adioses” que comentaba). Un tándem que
se completa con su orquesta, la de Ópera Estatal de Baviera, ese reloj de
precisión y lleno de individuales geniales (¡qué cuerdas!) que dan forma a
una música maravillosa.
La propuesta del director escénico Andreas
Kriegenburg se estanca, a mi parecer, en esta Walkiria. Tiene detalles de
gusto en el primer acto (el comienzo de la primavera con unas jóvenes
–presentes en todo el acto ¿sirvientas? ¿espíritus?– de la casa de Hunding,
iluminando con linternas a los enamorados) o también en el segundo (el
aburguesamiento, incluido el servilismo de sus mayordomos, al trasladarse
los dioses al Valhalla, idea que también hemos visto en otras puestas). El
tercero trajo una inexplicable polémica porque antes de comenzar la
Cabalgata aparece un grupo de bailarinas haciendo un zapateado
(exageradamente largo) imitando los caballos de las walkirias que recogen
los héroes muertos en la batalla. Hubo abucheos y voces disonantes que no
veo justificadas. Es una propuesta que tampoco es tan rompedora (aunque,
vuelvo a decir, muy larga) y el jaleo montado evitó oír con tranquilidad el
comienzo del famoso pasaje orquestal. El resto no fue demasiado reseñable ni
aportó nada a la obra.
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