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Musica Clasica |
Por Alicia Perris |
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Konzert, Madrid, Teatro Real, 25. Juli 2018 |
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Jonas Kaufmann recibido como un rockstar en el Teatro Real de Madrid
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El concierto, anunciado para dos horas de duración, se prolongó más de dos
horas y media. Fue largo y extenuante y estuvo a cargo del director alemán
Jochen Rieder, redondeando las interpretaciones de Kaufmann, con tres bises
incluidos, programados de antemano.
Como un rockero elegante y
atildado, lejos de la vestimenta operística con que los escogidos de los
dioses hacen gala en estas ocasiones, se presentó con un traje con chaleco
de seda de fantasía, lavanda oscura, camisa azul clara y corbata y zapatos a
juego, de color ciruela. Su aspecto atento, concentrado y a la vez
desenfadado y pícaro, dejan percibir al público que está perfectamente al
tanto de lo que ocurre en la sala, desde la platea al paraíso. En efecto,
este tenor alemán sabe latín…
Kaufmann ha transitado y recorre, un
repertorio amplio desde que debutara en 2010 en Bayreuth con Lohengrin,
entregándose a los Werther de París y Viena y a Cavaradossi de la Tosca en
Londres, Nueva York y Milán, entre otras muchas actuaciones. También ha dado
vida a Tamino, Lohengrin, Don José (muy mejorable por cierto su dicción
francesa) y Florestán. Tampoco le faltó un Don Carlo, una Aída en Roma, un
Manrico y un Don Alvaro, de La forza del destino. Fogueado además en el
ámbito de los recitales, sus grabaciones han sido reconocidas por revistas
como Opernwelt, Diapason y Musical America y ostenta la condecoración de
Chevalier de l´Ordre de l´Art et des Lettres de la República Francesa.
En la primera parte de la velada, una elección entregada a la ópera
francesa, al hilo de su última discografía, "L'Opéra", que comenzó con un
"Ah, lève-toi, soleil!", de "Romeo y Julieta", de Gounod, cuando su voz,
aparentemente, no estaba demasiado a punto. El ataque estuvo debilitado,
pero fue recomponiéndose con rapidez, hasta afianzarse en parte en "La fleur
que tu m'avais jetée", de "Carmen".
Pero fue con "Rachel quand du
Seigneur", de Jacques-Francois Halévy, que pudo plenamente conectar con la
audiencia con la que creó entonces sí un peculiar estado emocional, una
vibración compartida. "O souverain", de "Le Cid", de Massenet, cerró la
primera sección, que fue salpimentada con gracia y garbo hispanizante con
una orquesta que sonaba magníficamente (aunque siempre le falten las
sonrisas y una cierta “nonchalance”, (relajación, pseudodespreocupación) a
sus músicos)). Les hace falta disfrutar más y compartirlo, expandirse
gozosamente fuera del escenario porque lo que tocan y cómo lo hacen, es muy
bello.
El director, pendiente, activo, sensible coejecutor de una
interpretación excelente, tanto de la “Bacchanale” de Saint-Saëns, como de
la “Danse Bohème” de la Suite no. 2 de Carmen de Bizet, la “Habanera” de
Chabrier o la dulcísima y sentida “Le dernier sommeil de la vierge”.
En el entreacto, caras muy conocidas de todos los estamentos oficiales,
profesiones, ex y de poder al uso, que podían pagar la muy cara localidad o
tener el mérito que se les supone para ser invitados a la convocatoria
gratis et amore.
Seguramente fueron los patrocinadores, Rolex y
Wempe, quienes convocaron a los más selectos de los ya escogidos “happy few”
a una copa en la terraza en el entreacto. La aglomeración en el resto de las
plantas del coliseo madrileño era espectacular, el colorido de los
invitados, un verdadero festejo. Antes, a la llegada y luego a la salida,
vehículos de alta gama, doble fila, cinematográficos, Masserati, Audi, BMW,
de un lujo sonrojante.
Y también, alguien pidiendo dinero para un
“bocadillo, que no para el teatro”, paradojas hirientes y lógicas de esta
nuestra sociedad líquida.
Después de la pausa, el tenor recuperó con
Wagner todo el magnetismo que lo precede allí donde va y fue entonces cuando
se pudo percibir con claridad, que el oxígeno, ancho y profundo, recorrió
todos los espacios de su cuerpo, abriéndolo, para plasmar una emisión
segura, rica, oscura, más voluminosa y fresca. La orquesta, entregada,
recreó un Wagner cósmico, trascendental, como al propio compositor le
hubiera gustado.
Convenció por fin el cantante alemán y Jochen
Rieder, compañero de fatigas en grabaciones y recitales por todo el planeta,
sonreía vibrante, abriendo y cerrando sus ojillos de alegría, sin parar.
"Ein Schwert verhiess mir der Vater", de "Die Walküre” (“La valquiria”),
luego "Morgenlich leuchtend im rosigen Schein", de “Die Meistersinger von
Nürnberg” ("Los maestros cantores de Nuremberg"), y por fin "In fernem
Land", de "Lohengrin".
Kaufmann era entonces más que nunca él mismo,
cantaba lo suyo y en su idioma, alles richtig, natürlich (todo perfecto, por
supuesto).
Tres “encore” en la línea del repertorio precedente,
"Pourquoi me reveiller?", de "Werther", de Massenet, "Winterstürme", de "Las
valquirias" y el lied "Traüme", ambos de Wagner para terminar, saludando,
agradeciendo, de un lado del escenario, del otro, con Rieder, solo,
recibiendo constantemente flores, más flores, bolsas con presumibles relojes
de caballero adinerado, ¡oh! Y “bravo”, “eres el mejor”, “y además
generoso”, “grande” y otra vez “guapo, guapo”.
Lo más sorprendente,
fue que los piropos más encendidos y apasionados provenían de señoras bien
vestidas, respetables y añosas, lo cual llevó a que al abandonar el patio de
butacas otra semejante, exclamó, “solo faltaba que le arrojaran la ropa
interior…!”.Lo dicho, un verdadero concierto a lo Tom Jones, de esos que se
veían bocca chiusa, anonadados por la televisión casi todavía bicolor de los
60.
Kaufmann confesó estar emocionado de estar en ese escenario,
según decía en un mensaje que ha dejado en las redes sociales del Teatro
Real y ha dicho que volvería pronto.
Del mismo palco elegante y
suntuoso, bien nutrido también con personal del teatro del que salió antes
un “grande”, emergió también en alemán un castrense pero fácil "Himmlich,
danke" (celestial, gracias). Tal vez fuera percibido por todos así, porque
fue un concierto muy trabajado, sufrido, ganado a pulso y gloriosamente
acogido.
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