El Mercurio, 18 DE FEBRERO DE 2017
JUAN ANTONIO MUÑOZ H.
 
 
Liederabend, London, Barbican, 4. Februar 2017
Wagner-Konzert, London, Barbican, 8. Februar 2017
 
Jonas Kaufmann: “El guardián de la victoria” triunfa en Londres
Ovaciones interminables para el tenor alemán en sus dos conciertos realizados la semana pasada en el Barbican Centre.
 

Es el mayor cantante lírico surgido en las últimas décadas: por material vocal, versatilidad, capacidad interpretativa, adecuación estilística y condiciones de actor. Jonas Kaufmann, tras su triunfal regreso a los escenarios en París en el rol titular de “Lohengrin” (Wagner), asumió una exigente “residencia” en el Barbican Centre de Londres desde el 4 de febrero.

Como su personalidad artística no tiene que ver con facilismos, escogió para iniciar ese trabajo un arduo programa de Lieder, un género cada vez menos habitual en las temporadas de los teatros y que él se ha empeñado en proteger; hoy sus recitales de canciones son sitios de peregrinaje que convocan a sus devotos y a los que aman la poesía hecha música.

El programa partió con los doce números del Opus 35 de Robert Schumann, los “Kerne Lieder”, una constelación de sutilezas en cuya trama viven el sueño y sus designios. Kaufmann se entrega a las implicancias de los textos de Justinus Andreas Kerner y así conquista “Lust der Sturmnacht” (Placer de la noche de tormenta) para implorar que esta nunca acabe (“Ende nie, du Sturmnacht Wilde”). En “Erstes Grün” (Primer verdor) ofrece el contraste entre las visiones de la naturaleza en primavera, con el piano en modo mayor —un siempre notable Helmut Deutsch—, mientras que la voz devela el decaimiento de un corazón enfermo de deseo. “Wanderung” (Peregrinación) lleva en caminata hacia la “tierra desconocida” (Ins unbekannte Land!) donde” ningún pájaro despierta al bosque” (Kein Vogel weckt den Hain), en tanto “Frage” (Pregunta) cuestiona qué llenaría el ser del poeta si no existieran el crepúsculo, el bosque, la montaña y las canciones. “Stille Tränen” (Lágrimas silenciosas) —un Lied adorado por Schumann y que exige imperio vocal— recuerda que en las noches tranquilas más de alguien llora aunque en la mañana otros piensen que su corazón siempre es feliz.

El repertorio siguió con Henri Duparc y sus melodías: “L’invitation au voyage”, con palabras de Baudelaire viajando hacia el lujo, la calma y la voluptuosidad; la sutil “Phidyle”, de Leconte de Lisle, de expresión graduada; “Le manoir de Rosemonde”, con sus destellos de rabia y locura en la inmensidad del recitativo dramático; “Chanson triste”, de ecos antiguos y reminiscentes, y “La vie antérieure”, otra vez con Baudelaire esta vez en las profundidades de la nostalgia. Kaufmann parecía en trance, y el público también.

Terminó con los extraordinarios y tan poco conocidos “Siete sonetos de Michelangelo” (1940), puestos en música por Benjamin Britten. Se trata de las primeras canciones escritas expresamente para Peter Pears, sobre poemas de una intensidad emocional arrebatadora que Jonas Kaufmann convierte en piezas donde se fusionan atracción física y asombro intelectual.

Los textos, en su idioma original, conducen a Britten a modelos musicales italianos que él reinterpreta conforme a su cultura y a su tiempo. Jonas Kaufmann los aborda a través de frases amplísimas, libres, con desinhibición expresiva, y de esa manera entrega un ciclo que no es si no un canto desbordado por la perfección inmortal del amor. No se podrán olvidar la ardiente serenata del Soneto XXXVIII ni el éxtasis del Soneto XXXII sobre las palabras “S’un casto amor, s’una pietà superna”.

Nadie quería abandonar la sala.

El miércoles 8 de febrero, el carácter del programa era otro. En especial por la segunda parte. Esta vez se encontraban junto a Kaufmann el gran director Antonio Pappano y la Orquesta Sinfónica de Londres, todos dispuestos a arremeter sobre Richard Wagner.

Pappano dirigió un preludio de “Tristán e Isolda” (1857-9) antológico, de fino lirismo. Esta página imprescindible para quien quiera iniciarse en Wagner era también ideal para el repertorio, que seguía los “Wesendonck Lieder” (1857-8), que puede entenderse como un estudio para “Tristán”. De hecho, “Im Treibhaus” (En el invernadero), evoca el preludio del tercer acto mientras que “Träume” (Sueños) recuerda un fragmento del segundo acto y “Stehe still” (No te muevas) alcanza al motivo del destino del primer acto. Inspirado y conduciendo con un control absoluto la línea de canto, el tenor entregó una clase magistral, con su voz oscura hecha sombras, destellos y resplandores, construyendo orgánicamente cada canción y dando unidad al ciclo en su conjunto.

Después del intermedio vino el primer acto completo de “La Walkyria”, que Pappano despojó de toda brutalidad sonora, salvo para la entrada de Hunding y para el enervante inicio, y que fue un crescendo inagotable de intensidad lírica. La exposición temática fue resuelta con una sutileza poco habitual —diríase belcantista— por esta orquesta incombustible que avanzaba por oleadas sobre este sonido intenso, que a veces parecía imperceptible y otras una lluvia sobre la atmósfera. Kaufmann emergió aquí como el gran wagneriano que es, esculpiendo a Siegmund, el guardián de la victoria, en toda su grandeza. El papel, de carácter dramático, le exige desde el Do 2 hasta el La 3, y contiene momentos de hondo lirismo y otros de gran fiereza; exige un agudo poderoso, pero también graves de barítono. En “Ein Schwert verhiess mir der Vater” (Mi padre me prometió una espada) fue modélica su declamación wagneriana; “Winterstürme wichen dem Wonnemond” (Las tormentas invernales se han rendido ante la luna voluptuosa) fue un Lied de grandes dimensiones; sus llamados al padre, “Walse, Walse”, resultaron tan impresionantes como sus invocaciones a la espada Nothung.

La excelente soprano finlandesa Karita Mattila estuvo junto a él como Sieglinde, y no le fue en saga. Al revés, hizo una protagonista viva y personal en extremo, en nada parecida a las Sigliendes habituales: frágil y envuelta en una ensoñación de gran aliento como la del que sabe que recién en sus últimos días ha encontrado el amor y debe vivirlo a costa de lo que sea. El veterano bajo Eric Halfvarson fue el Hunding terrible que debe ser, con imperio total sobre su voz y dueño por completo del personaje, La ovación fue interminable, y para todos.

Lamentablemente, una bronquitis —el clima de Londres en estas fechas, con temperaturas bajo cero, nieve y/o garúa constante— impidió a Jonas Kaufmann hacer el tercer concierto, previsto para el lunes 13, donde interpretaría por primera vez los “Vier Letzte Lieder” de Richard Strauss, una proeza que queda en suspenso. Pero hay mucho por venir: Sony lanza en abril “Das Lied von der Erde” (La canción de la Tierra) con Kaufmann y la Filarmónica de Viena dirigida por Jonathan Nott; el Covent Garden monta para él “Otello” (Verdi) en junio, con Pappano; la Ópera de París lo tendrá como “Don Carlos” (Verdi) en octubre, y el Liceo de Barcelona lo espera como “Andrea Chénier” (Giordano) en la temporada 2017/18.







 






 
 
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