La palabra “extraordinario” representa bien lo que el gran tenor alemán
consigue con este rol tremendo, de tantas exigencias vocales y dramáticas.
Sucede raras veces que un artista es capaz de hacer algo tan propio, que no
se parece a nada conocido y que, por lo mismo, se vuelve incomparable. No
hay ni hubo otro Otello como el de Jonas Kaufmann, así de simple y de
sorprendente.
Su Otello es, primero, mucho más un amante y un hombre
fácilmente manipulable que un héroe guerrero feroz. Tal condición de general
triunfante comienza y termina con su “Esultate!”, pues desde entonces Jonas
Kaufmann desarrolla un personaje dubitativo hasta la debilidad, incómodo en
el ejercicio del mando político y en la sociedad de los soldados. Se diría
que proyecta al moro como un hombre que teme incluso no cumplir sexualmente
con su mujer, una idea que termina por hacer más comprensible su furia
asesina posterior, con el matrimonio ya consumado.
La famosa “gloria
de Otello” es un triunfo externo que no tiene correlato con lo que el moro
cree o siente de sí mismo, un menoscabo quizás social o de origen
–¿racial?–que le tiene quebrada la mente y el alma.A eso se suma esa
insistencia tan rara de que Desdémona lo ama a él por sus desventuras y que
él la ama a ella por su piedad: en efecto, curiosos principios para basar
una relación amorosa.
La tormenta con que parte la ópera es una
extrapolación de aquello que vive el Otello de Kaufmann puertas adentro. La
afirmación de los demás no le alcanza a su moro para aniquilar el monstruo
que tiene adentro y que no lo deja vivir. Es sintomática –y brillante– la
idea del director de escena Keith Warner cuando hace emerger a Otello desde
el fondo de la tierra para proclamar su victoria justo en el momento en que
aparece desde arriba, como una luz, la figura de Desdémona: es a ella a
quien él canta su victoria y no al pueblo. Le está diciendo “Yo puedo”, en
suma.
El dúo con Desdémona fue magistral en la voz oscura y
aterciopelada de Kaufmann, incluido el La enpianissimo en “Verenesplende”.
Su actuación fue un continuo avance que hizo cumbres en el terrible dúo con
Desdémona y la insistencia contumaz en la búsqueda del pañuelo; en el
monólogo “Dio! mi poteviscagliar”, un prodigio de fraseo y
construccióndurante el cual su creciente rabia es penetrada por una
autoridad aristocrática que se acentúa con la magnífica presencia física del
tenor, y en la escena del asesinato y el posterior suicidio, donde su fina
musicalidad (sin igual en la actualidad en el mundo de la ópera), su
capacidad para matizar, la riqueza de su media voz y su entrega se
tradujeron en un estado de emoción que raptó a toda la sala.
Estuvo
bien María Agresta, cuya voz ha crecido y que al parecer aún no puede
controlar del todo su volumen vocal para abordar las líneas más íntimas. Su
Desdémona es inocente, pero no frágil. Lamentablemente, LudovicTéziercanceló
su debut como Yago, porque habría sido un complemento perfecto para el
complejo diseño del Otello de Kaufmann; se contó con el italiano Marco
Vratogna, que es un cantante más que eficiente pero que no alcanza a exponer
las mil caras de este demonio que dice estar constituido por el mal.
Rutinaria la Emilia de KaiRüütel y muy bien FrédéricAntoun como Cassio, In
Sung Sim como Lodovico y Thomas Atkins como Roderigo.
La producción
de Keith Warner resultó un deleite por inteligencia e inquietante belleza.
El escenario fue entendido como una suerte de caja negra que, en cierta
medida, “encarna” la oscuridad de la mente del protagonista, con la luz
entrando apenas a través de pequeñas ventanas y colándose por murallas de
arabescos metálicos. Con virtual austeridad, Warner construyó un cuadro de
gran penetración psicológica, acentuando los claroscuros y un mundo de
sombras donde predomina el negro y el azul crepúsculo; el cielo del dúo de
amor del primer acto tiene una nueva oportunidad expresiva en la bata de
noche que lleva Otello en la escena del asesinato (sugerente idea, hay que
decirlo).
Con recuerdos a las imágenes del cine de Murnau y
referencias al teatro expresionista y al mundo mental del “Othello” de Orson
Welles, la puesta utiliza el blanco sólo para Desdémona y para la corte
veneciana. La misma que hace su entrada en el momento más inapropiado,
aplastando con su opulencia antropológica y estatuaria –de gobierno, de
clase– lo poco que ya quedaba del aplaudido moro. Shakespeare, Verdi y Boito
habrían estado felices con esta mirada a su drama.
Qué grandioso fue
contar en esta noche histórica con el maestro Antonio Pappano. Desde su
tormenta inicial hasta los acordes morendode los últimos compases, la
orquesta permitió escuchar las mil capas de esta obra maestra ycientos de
detalles en general inadvertidos –como esos contrabajos en solitario durante
el último acto– que dan cuenta de un espeso bullir de almas que caminan
hacia la condena de manera inevitable.
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