A sus 47 años, solicitado en los principales teatros líricos y con más de
dos décadas de trayectoria que han culminado en un imparable prestigio
internacional especialmente a lo largo de los últimos diez años, por sus
cualidades vocales, convincente talento actoral, atractivo físico y carisma,
así como la ductilidad de un repertorio que ha abarcado desde el barroco y
Mozart hasta Verdi, Puccini y Wagner, el tenor alemán Jonas Kaufmann es
considerado el mejor de su cuerda a nivel mundial, y no es de extrañar que
tenga su agenda copada hasta el 2022. Por lo mismo, su esperado debut en
Sudamérica despertó enormes expectativas, y el cierre de su gira por nuestra
región, con su primera y única actuación en Chile, este jueves 18 en el
Movistar Arena de Santiago, estaba dando que hablar hace meses entre los
operáticos locales.
Esta visita tenía elementos positivos y otros que
despertaban suspicacias y prejuicios. Entre lo digno de resaltar, sin duda
era tremendamente atractivo que el recital en el recinto capitalino sería el
único de su recorrido sudamericano en el que el tenor cantaría sólo
fragmentos de ópera acompañado por una orquesta, en este caso la Filarmónica
de Chile, compuesta por más de 80 músicos. Las otras paradas de su paso por
estas latitudes -Sao Paulo y Lima- sólo consideraban recitales de canciones
acompañadas por piano, salvo su primer concierto en Sudamérica hace dos
semanas, el sábado 6 de agosto, en el legendario Teatro Colón de Buenos
Aires, donde actuó junto a la West-Eastern Divan Orchestra, dirigida por el
prestigioso maestro Daniel Barenboim; el programa original consistía en una
de las especialidades del solista, selecciones de óperas de Wagner, pero
lamentablemente cuando ya las entradas llevaban un tiempo a la venta, se
cambió por las “Canciones de un compañero de viaje”, de Mahler, obra hermosa
y llena de profundidad, pero en un tono muy distinto al repertorio
originalmente anunciado.
Por lo tanto, la única posibilidad de ver a
Kaufmann junto a una orquesta, cantando partituras de ópera, era en Chile.
Un privilegio indudable. Pero muchos se quejaron, y con razón, del lugar
elegido, porque a diferencia de otras expresiones vocales, para ser
idealmente apreciado por el público, el canto lírico requiere desplegarse en
recintos especialmente acondicionados para ello, con los intérpretes
recurriendo sólo a sus recursos naturales, sin amplificación externa, y el
Movistar, un excelente espacio para diversas expresiones musicales, parece
más idóneo para la música popular, a pesar de que en años recientes hayan
actuado ahí figuras como Plácido Domingo y José Carreras. Había consenso en
que por el tipo de espectáculo y el renombre internacional de la estrella,
el ideal habría sido contar con la actuación del tenor en el Teatro
Municipal de Santiago, o en su defecto, en alguno de los otros teatros para
música selecta que se han abierto en los últimos años, ero a la vez, el
Movistar permitía llegar a un público mucho más amplio y masivo, y se lo
acondicionaría especialmente para que el recital fuera a una escala más
acorde, pasando de su capacidad de 16 mil espectadores a alrededor de 4 mil.
Ante estos elementos a favor y en contra, unos cuantos operáticos
chilenos nos animamos a viajar a Buenos Aires para poder apreciar la voz del
tenor en sus condiciones ideales, en un escenario de ópera con acústica tan
reconocida a nivel mundial como el Colón. Los resultados en el debut fueron
irregulares: las canciones de Mahler fueron cantadas con sensibilidad y
enorme atención a los detalles del texto, pero vocalmente la tonalidad de
una obra que habitualmente cantan barítonos o mezzosopranos no era la ideal
para Kaufmann, quien dejó con gusto a poco a los entusiastas espectadores
porteños, ya que su participación no duró más de media hora, lo que los
motivó a pedir su regreso con sonoros aplausos y gritos de “¡bravo!” Y
cuando Kaufmann se animó a ofrecer dos bises, al fin pudo lucir su voz en
todo su esplendor en piezas que le quedan como anillo al dedo, ambas de
Wagner: el sublime “Winterstürme” que entona el personaje de Sigmundo en la
ópera “La valquiria”, y la bellísima y sutil “Träume”, última canción de los
“Wesendonck Lieder”, que contó con un lujo extra, ya que Barenboim
prescindió de la orquesta y lo acompañó al piano. Quienes estuvimos ahí
podemos dar fe del fervor que despertó Kaufmann en el público con esos dos
fragmentos, y especialmente de su voz cálida, de timbre cautivador y buen
volumen, y la emoción y carisma que incorpora en su canto.
Lamentablemente no pudimos estar en la segunda actuación bonaerense del
cantante, el pasado domingo 14, donde a juzgar por los comentarios de los
críticos y prensa especializada presente, y los videos no oficiales que ya
están circulando hace días en YouTube, consiguió definitivamente desatar el
delirio, y luego de su aplaudidísimo y elogiado desfile de canciones de
distintos estilos y épocas acompañado por el pianista Helmut Deutsch, fue
obligado a salir a agradecer innumerables veces, ¡ofreciendo siete bises!
Después de tales precedentes argentinos, llegó el esperado y publicitado
debut en Chile este jueves, en las condiciones ya señaladas. Y con un
repertorio prometedor: el programa oficial, dividido en dos partes con un
intermedio de 20 minutos, sólo consistiría en siete fragmentos de ópera,
alternando con otras siete obras sólo interpretadas por la orquesta (de
autores como Bizet, Mascagni, Verdi y Puccini), que sería dirigida por el
maestro alemán Jochen Rieder, habitual acompañante del tenor en conciertos.
En general Rieder fue un conductor atento y dedicado, y la agrupación
demostró buenas condiciones y entrega, pero no todo funcionó perfecto: la
partida con la “Obertura festiva” de Shostakovich, mostró problemas de
ajuste, y en uno de los bises al término del recital, los bronces tuvieron
un sonoro “patinazo”.
Quizás más de alguien habría podido quejarse de
tan reducida cantidad de interpretaciones de la estrella, pero considerando
la elevada exigencia técnica y despliegue vocal de algunas de estas piezas
por sí mismas -como la “Celeste Aida” de la “Aida” de Verdi, o el
“Improvviso” de “Andrea Chenier”, de Giordano, el hecho de cantarlas todas
en una misma velada, era de por sí muy demandante y justificaba su
dosificación.
Y la entrega de Kaufmann, al margen de algunos detalles
puntuales, fue en verdad notable. Por lo mismo sorprendió la escueta, fría y
casi impávida respuesta de la gran mayoría de los espectadores, sobre todo
en la primera parte del programa. Claro, hubo aplausos y unos cuantos
“¡bravo!”, pero éstos dejaban de escucharse incluso antes de que el tenor
abandonara el escenario para dar paso a una obra orquestal. Comparado por el
irrefrenable entusiasmo de los bonaerenses en el Colón, y tomando en cuenta
el despliegue vocal del artista en su debut chileno, era un público bastante
decepcionante, por decir lo menos.
Pero Kaufmann se los fue ganando
de a poco. Hay que reconocer que cuando partió, con una de las arias para
tenor más famosas y uno de sus personajes más solicitados, “Recondita
armonia”, de “Tosca”, de Puccini, sonó algo áspero y no completamente
cómodo, aunque la belleza de su voz, el canto generoso y la seguridad de sus
notas altas estaban ya presentes. Y a continuación, cuando resonaban los
últimos acordes del preludio de “Aida” a cargo de la orquesta, el tenor
ingresó nuevamente para abordar uno de sus roles más aplaudidos del último
tiempo, Radamés en esa obra de Verdi; su recitativo “Se quel guerrier io
fossi” tuvo todo el ímpetu viril y guerrero requeridos, lo que hizo aún más
incisiva y evocadora su “Celeste Aida”, donde lució uno de los elementos que
más empleó durante la noche: el llegar a las notas agudas iniciándolas con
extrema sutileza como un pianissimo, o manteniéndola así hasta disolverse en
el silencio, como en la frase que cierra el fragmento, “un trono vicino al
sol”. Esta propuesta funcionó muy bien la mayoría de las veces durante el
concierto, salvo en dos o tres ocasiones donde hubo pequeñas vacilaciones. Y
volvió a ponerla en práctica en otra de sus interpretaciones más célebres,
el aria de la flor, de “Carmen”, de Bizet.
A pesar de los
incuestionables logros de Kaufmann en esas tres primeras obras, ni sus
interpretaciones ni el tibio público parecían ceder por completo a la pasión
y la intensidad. Hasta que llegó su última intervención antes del
intermedio, y sin duda uno de los mejores momentos de la velada: el
desgarrador y emotivo “Addio alla madre”, de “Cavalleria rusticana”, de
Mascagni. Si a alguien le quedaba aún alguna reserva con el canto del
artista, ese fue el momento para caer rendido, considerando la expresividad
y el fuego dramático y vocal que puso en esa partitura. Por primera vez los
espectadores parecieron en verdad entusiasmados.
La segunda parte ya
consiguió una temperatura interpretativa más equilibrada, así como un
público más efusivo. Kaufmann estuvo espléndido en su sensible versión de “O
souverain, o juge, o pere”, de “El Cid”, de Massenet, transitando de la
delicadeza al exultante final. El ya mencionado “Improvviso”, de “Andrea
Chenier” fue otro de los puntos altos del concierto, por la intensidad
dramática y poética, y el arrojo con que encaró los agudos. Como era de
esperar, el cierre con la tan célebre “Nessun dorma”, de “Turandot”, de
Puccini, y su triunfante final, dejó a los asistentes con el ánimo en alto,
aunque la voz del tenor denotaba por momentos cierto cansancio, comprensible
tanto por el exigente despliegue vocal continuado, como quizás por las
condiciones de temperatura de un recinto como el Movistar.
Lo bueno
es que luego de esto, al fin los espectadores parecieron estar completamente
animados. Es cierto que siguiendo esa pésima costumbre que se ve más a
menudo de lo aceptable por estos lados, unos cuantos se retiraron raudamente
apenas terminó el programa oficial, como si hubieran ido por obligación o
les hubieran regalado la entrada, sin siquiera dignarse a aplaudir. Pero por
un lado esto fue mejor, porque quienes se quedaron en verdad demostraron un
entusiasmo incontenible, llamando una y otra vez al tenor con ovaciones y
“¡bravos!” Y Kaufmann, de muy buen humor y derrochando simpatía y encanto,
estrechó manos del público en platea, recibió flores y regaló cuatro
aplaudidos bises: la conocida y tan efusivamente romántica “Dein ist mein
ganzes Herz”, de la opereta “El país de las sonrisas”, de Lehár, la bella y
melancólica canción napolitana “Non ti scordar di me”, de De Curtis, la
apasionada “Du bist die Welt für mich” que popularizara hace varias décadas
el tenor austriaco Richard Tauber, y finalmente otra emblemática canción
napolitana, “Core ‘ngrato”, de Cardillo, en la que Kaufmann aprovechó de
incorporar gestos de expresiva teatralidad italiana.
Si hubiera que
ponerse exigentes y extremadamente críticos, tal vez en estricto rigor no
fue un espectáculo absolutamente extraordinario, y hubo más de un momento
donde la voz de Kaufmann no estuvo perfecta en afinación y color, o en el ya
mencionado paso del pianissimo a las notas agudas. Pero esa es una
percepción totalmente subjetiva y depende de cada espectador, y son sólo
detalles en una velada para recordar, que como no sucede tan a menudo por
estos lados, permitió conocer y apreciar en vivo y en directo a una estrella
del canto lírico de talla mundial en su mejor momento artístico. Y a pesar
de los ineludibles reparos que se pueden hacer al entorno elegido para el
espectáculo, el tenor demostró con creces y a costa de una voz privilegiada,
un carisma a raudales y un talento interpretativo incuestionable, por qué
está en el sitial que se encuentra en la actualidad a nivel internacional.
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