Con una voz que se destaca más bien por su calidez aterciopelada que por su
brillo o color, Jonas Kaufmann es el tenor exquisito que lleva hasta las
últimas consecuencias aquello de “la técnica se practica siempre, pero sólo
en los malos momentos se la usa en el escenario”.
Junto con el
pianista Helmut Deutsch, Kaufmann presentó el domingo un programa
degustación en torno al viaje, la pérdida y el amor. El viaje hacia nuestro
propio abismo, dicho en alemán, en francés y en italiano, empezó con varias
canciones de esa dupla imbatible del romanticismo que conforman Schubert y
Schumann; siguió con el francés Henri Duparc y continuó, en la segunda
parte, con Liszt hasta el postromántico Richard Strauss. Un viaje personal,
pero también una historia mundial del lied.
Sin vibrato y sin ninguna
estridencia, tenor y piano, palabras y música pura sostuvieron la atmósfera
intimista de cada poema, repartiéndose la descripción de las palabras, como
si se tratara de antiguos madrigales renacentistas. Es cierto que los textos
en francés y en italiano sonaron más extravertidos, como una concesión a la
convención del gran tenor latino. Sin embargo -afortunadamente- no hubo
rastros de esa prepotencia tan usual como banal en esos tenores de grandes
voces y nula expresión.
Imposible eludir su encanto: Kaufmann tiene
una sonrisa y una mirada que enamora, y un porte perfecto. Consciente de su
carisma, lo administra con cuidado. Apenas se abandona un poco y sonríe
cuando escucha algún piropo desde la platea, o los chistidos horribles que
intentan acallar los aplausos entre canción y canción (un show que esta vez
corrió en paralelo al recital).
Aunque no pueda evitar serlo,
Kaufmann no se proyecta como un divo. Helmut Deutsch no lo acompaña sino que
lo complementa. Canto y piano hablan, cantan, dialogan en cada detalle. Tal
vez si la organización del teatro hubiera sabido esto habría preparado dos
ramos de flores para entregar a ambos artistas, en lugar del único que le
entregó al tenor. El detalle, si se quiere un poco zonzo o frívolo, habría
pasado desapercibido en cualquier otro recital pero se hizo notar
especialmente en éste.
Para los bises -siete, alguno más que en su
última actuación en Milán, comentaban en la platea-, Kaufmann guardó su
carisma y todo el tuco, esa entrega emocional abierta tan querida por el
mundo de la lírica. Tormentas de aplausos tras las ráfagas de Carmen,
Turandot, Aida, Adriana Lecouvreur y El país de las sonrisas, entre los
títulos más conocidos. Con el Colón a sus pies, Kaufmann agradeció de
rodillas.
|