Gran noche en el Palau de la Música el pasado jueves con el recital de lied
de Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch, recital largamente esperado ya que
recuperaba el que se había tenido que cancelar por enfermedad del tenor en
octubre de 2014. El nuevo programa, hecho público hace unas semanas,
prometía por interesante, completo y exigente; las expectativas eran muy
altas y se vieron plenamente cumplidas: generosidad, entrega, expresividad,
calidez y belleza en un concierto que recordaremos durante mucho tiempo.
Empezamos regular, y el plural abarca a público, cantante y pianista.
Pasaba un cuarto de hora de la hora prevista para el inicio del recital
cuando los artistas salieron al escenario y aún había personas acomodándose,
entre la lógica impaciencia del resto del público. Después de largos
aplausos de bienvenida comenzó la primera de las Canciones de un camarada
errante con un público aún inquieto y ruidoso, un cantante extrañamente
pegado al atril y un pianista extrañamente descompensado en el volumen y
descoordinado con el cantante (extrañamente porque con la categoría de ambos
era algo realmente inusual). Concentrados, lo que se dice concentrados, no
estábamos. Así pasó Wenn mein Schatz Hochzeit macht; la interpretación de
Ging heut'morgen über's Feld fue correcta pero del dúo Kaufmann-Deutsch se
espera mucho más que corrección. No fue hasta la tercera canción que la voz
comenzó a sonar liberada y los pianísimos sin engolamiento, y se desvelaron
los primeros detalles de calidad que ya escuchamos plenamente en una muy
buena interpretación de Die zwei blauen Auen, bien matizada, concluida por
Kaufmann con unos versos prácticamente susurrados. Una lástima que, con tan
buen final, no tuviéramos un mejor comienzo; un ciclo de sólo cuatro
canciones tiene estos peligros, no hay mucho margen para reconducirlo.
Por lo menos nos habíamos situado para escuchar y disfrutar de los
sonetos de Miguel Ángel de Britten, un ciclo precioso y poco interpretado,
del que hace diez años Kaufmann ya hablaba como una de sus obras preferidas
del repertorio. Es curioso que, siendo tan diferentes este tenor y Pears,
para quien Britten compuso el ciclo, resulten canciones tan adecuadas para
la voz de Kaufmann. Seguro y desenvuelto desde el primer verso, haciendo uso
de reguladores y colores con maestría, fue desgranando la pasión y la
ternura contenida en los versos de Miguel Ángel, siempre con el excelente
acompañamiento de Deutsch. Fantásticos en su recogimiento el soneto XXX, en
su expansión el soneto LV, arrebatador el soneto XXIV que cierra el ciclo.
Sí, se me acaban los adjetivos para describir una interpretación que me dejó
con la sensación de haber recibido un valioso regalo.
La segunda
parte del recital estaba íntegramente dedicada a Strauss, una constante en
la carrera liederística de Kaufmann desde sus inicios y un compositor con el
que tiene una especial afinidad patente desde el primer lied, un Zueignung
que, por una vez, no quedaba relegado a propina. A los ocho lieder del opus
10, obra de juventud de Strauss dedicada al tenor Heinrich Vogl, se añadió
Wer hat's getan, un lied publicado póstumamente, convirtiéndose así en Neun
Lieder. El control de las medias voces había quedado patente ya en el Soneto
XXX, por ejemplo, y volvió a destacar en la íntima interpretación de Die
Nacht o en Allerseelen. Fue quizás, y sólo si me obligaran a elegir, el
mejor lied de la noche: lleno de detalles como el acento sobre las dulces
miradas (süßen Blicke), los diferentes matices en cada repetición de Wie
einst im Mai o el impresionante (y conmovedor) control del volumen en los
dos últimos versos de la canción, todo redondeado por el delicado
acompñamiento de Helmut Deutsch. Pero no todas las canciones del opus tienen
la misma categoría, y Kaufmann supo también dar luz a piezas menos logradas
(con perdón de Strauss) como Die Verschwiegenen o, sobre todo, Geduld.
El segundo bloque straussiano del programa lo formaban cinco lieder de
diferentes opus, entre los que destacaron dos de carácter muy diferente: la
apacible Freundliche Vision y la intensa Ich liebe dich. La aficion de
Strauss por el viento-metal y supongo que su sentido del humor le llevaron a
iniciar este lied con una insólita y exigente fanfarria que Kaufmann cantó
como si fuera la cosa más natural del mundo, para continuar perfilando y
coloreando las tres estrofas hasta llegar brillantemente al exaltado final.
Wie sollten wir geheim sie halten cerró el programa oficial pero no había
duda de que habría más.
Jonas Kaufmann es un excelente cantante y es
también, todos lo sabemos, un fenómeno capaz de llenar un recital de lied en
una ciudad donde el lied no es el género más apreciado o de hacer de una
grabación de Winterreise un éxito de ventas. Y los recitales de este
fenómeno tienen un tercer tiempo que comenzó con una ofrenda floral por
parte de, por lo menos, una docena de personas del público antes de la
primera propina, Ach weh mir unglückhaftem Mann, seguida de Heimliche
Aufforderung. Después de estos dos expansivos lieder llegó un impresionante
Morgen (recordaré durante mucho tiempo la frase Stumm werden wir uns in die
Augen schauen y el piano de Deutsch) y para rematar un gran Cäcilie. La
espléndida subida final acababa una serie de diecinueve lieder de Strauss,
que se dice pronto; en ese momento se había ido ya prácticamente media
platea pero el público restante seguía ovacionando entusiasmado. Cada vez
que Deutsch salía a escena con una partitura en la mano ambos músicos eran
recibidos con una ovación que arreció la quinta vez, cuando sonaron las
primeras notas de Dein ist mein ganzes Herz. En el código no escrito de los
recitales de Jonas Kaufmann esta pieza significa algo así como "damas y
caballeros, ¿nos vamos a casa?" pero ese día aún nos tenían reservada una
sorpresa. La sexta vez que el pianista salió con una partitura también la
llevaba el tenor, que se preparó el atril con sonrisa traviesa: Las locas
por amor, de Joaquín Turina, con un castellano no diremos que óptimo pero sí
perfectamente inteligible, cerraron, ahora sí, el recital.
|