codalario, 28 de marzo de 2014
Por Alejandro Martínez
 
Schubert: Winterreise, Barcelona, Gran Teatro del Liceo, 28. März 2014
 
'De rodillas'
Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch interpretan el "Winterreise" de Schubert en el Liceo
 

De rodillas. Así agradecía finalmente Jonas Kaufmann la calurosa acogida de un público tan enfervorecido como por momentos inquieto, habida cuenta del recital paralelo de toses y de la incomprensión manifestada ante la retirada del tenor a camerinos sin propina alguna, como es justo y coherente hacer al cabo de un ciclo como el Winterreise. Sea como fuere, el tenor alemán no sólo estuvo a la altura de lo esperado, que era mucho, sino que terminó de convencer incluso a los más escépticos con su compendio de dominio técnico y meditada expresividad. Si se nos permite el símil taurino, atreverse con el Winterreise ante el público de un gran teatro de ópera como el Liceo, grande por tradición y por dimensiones, es lo más parecido a encerrarse en una plaza con seis astados de Miura. No es desde luego un ciclo cualquiera, este emblemático Viaje de invierno, que traduce como pocos las vicisitudes del pathos romántico.

De algún modo el Winterreise de Kaufmann está en íntima conexión con su Werther, apostando así por un romanticismo no demasiado meditabundo sino más bien rabioso; más cariacontecido que lacrimoso. Fue desgranando así Kaufmann un viaje de violenta pesadumbre, donde las lágrimas eran más compendio de decepción e impotencia que de mísera autocompasión. Su Winterreise no es tanto, pues, un trasunto de tristeza y melancolía sino una cuestión de fatiga, de frustración; un viaje que se agota y se va callando, taciturno (impresionantes esos Ruh en Der Lindenbaum), hasta un punto en el que el amor y la esperanza no son ya más que un brote marchito bajo el frío de un manto de nieve. En este sentido, Kaufmann consigue grabar a fuego en el oyente algunos versos que son como cargas de profundidad: “jeder Sturm wird's Meer gewinnen, jedes Leiden auch sein Grab" (Irrlicht), “Eine Straße muß ich gehen, die noch keiner ging zurück” (Der Wegweiser), “Will kein Gott auf Erden sein, sind wir selber Götter!” (Mut). Y al cabo de todo ese trayecto, sin haber sido conscientes, nos quedamos vacíos, inmóviles y agotados, como si de verdad hubiéramos recorrido ese viaje de invierno con el tenor muniqués. Esa sensación fue finalmente palpable con Der Leiermann, cuando junto a su voz podía escucharse tan nítidamente ese quedo silencio que generan las interpretaciones auténticas, las que han conseguido acompasar al intérprete con la respiración de todo un teatro. Kaufmann brindó una interpretación magnífica: impecable en estilo, expresivo en la justa medida y vocalmente intachable. Y todo ello lo decía Kaufmann a partes iguales con el gesto, la mirada, el énfasis constante sobre el texto y la infinita modulación que atesora su singular emisión. Un Winterreise para el recuerdo, sin la menor duda.

Cuando Kaufmann podría “conformarse” con brillar en los teatros de todo el mundo con un repertorio cada vez más amplio, solvente casi por igual en lo francés (Werther), lo alemán (Lohengrin, Parsifal, Siegmund, Fidelio…) y en lo italiano (Don Carlo, Don Álvaro, Manrico…), se atreve a ir más lejos abordando un repertorio que demanda una expresividad completamente distinta, una administración diametralmente diversa de su técnica y de su estilo. Y se lo toma en serio y acierta, poniendo el listón muy alto. ¿Se imaginan ustedes a Domingo o a Kraus, en sus mejores años, atreviéndose con un Winterreise? Las comparaciones son odiosas para cualquiera de los términos, pero nos ayudan a certificar la singularidad y madurez de Kaufmann, que no da puntada sin hilo en una trayectoria imparable y ejemplar.

En las críticas y comentarios sobre recitales de lied a menudo se despacha la participación del pianista casi por compromiso, por la mero cortesía de no obviarlo. Helmut Deutsch, con quien Kaufmann trabajase ya para Die Schöne Müllerin, demostró ayer que es posible reclamar una mención por méritos propios y no por compromiso. Su complicidad, comunicación y entendimiento con Kaufmann convirtieron la velada en un verdadero diálogo entre la voz y el piano, sin limitarse el segundo a ser un mero sustento de la primera, como tantas veces sucede. Deutsch recrea un Schubert de digitación sutil y precisa, impregnada de una contenida expresividad de principio a fin, jugando en todo momento con la tensión y el silencio. Impresionante así, por ejemplo, su introducción a Das Wirtshaus, con ese piano solemne, triste y solitario. Un bravísimo trabajo el suyo.

Como al principio mencionábamos, casi tanta expectación despertaba la parte artística como el componente social de esta cita. El público del Liceo se ha encontrado con dos recitales de lied en una misma semana, este de Kaufmann y el anterior de Stemme. Algo insólito. No es un teatro (ni una ciudad) donde este repertorio tenga un especial arraigo, más bien lo contrario. Sus grandes dimensiones no parecen favorecer además una escucha camerística, como siempre el lied reclama. Y Kaufmann es una estrella mediática en términos operísticos, no nos engañemos, por lo que cabía dudar de la paciencia y esfuerzo con que ese público iba a acoger un ciclo de Schubert de veinticuatro piezas sin descanso alguno. Lo cierto es que al margen de las citadas toses y al margen de cierto sector del público que se manifestó incómodo y disconforme con la ausencia de propinas, lo cierto es que Kaufmann consiguió convencer a todos y cada uno de los presentes. Si él agradecía de rodillas la acogida, de rodillas hubiera cabido agradecerles a él y a Deutsch su espléndido trabajo con este ciclo de Schubert.





 






 
 
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