Precedido por su reciente éxito en el coliseo barcelonés de Les Rambles,
donde ofreció los lieder del Winterreise de Schubert, el atractivo cantante
germánico se presentó de nuevo en el Auditorio de los Jardines del Castillo,
vestido de riguroso pingüino, para lucir los encantos de un instrumento
privilegiado que dosificó cautamente, intercalando una pieza orquestal entre
cada una de sus intervenciones. Cosa que la formación ampurdanesa aprovechó
para hacer gala, a su vez, de un pletórico estado de forma.
La
primera parte del programa estuvo dedicada al repertorio verdiano y francés
(Bizet y Massenet). Después de escuchar una opulenta versión de la obertura
de Le Cid, el glamuroso cantante abordó “Io la vidi” de Don Carlo, seguida
de “Ah sì, ben mio” de Il Trovatore (sin arriesgarse con la cabaletta “Di
quella pira”) y “O tu che in seno” de La forza del destino; números que el
astro germánico cantó con un uso copioso de regulaciones y medias voces que,
si bien dieron muestras de una depurada técnica vocal, desnaturalizaron en
buena medida la fluidez incandescente de las melodías verdianas
(contribuyendo también a ello el abuso de tempi lentísimos). Entremedio,
pudimos escuchar una música de ballet compuesta para la versión parisiense
de Il Trovatore , la casi obligada obertura de La forza del destino y el
preludio al tercer acto de Carmen, magníficamente ejecutadas por la radiante
orquesta local. Finalizó este primer bloque del programa una vigorosa
interpretación de la poco conocida aria de Le Cid de Massanet “Ô souverain,
ô juge, ô père”, esta vez sin soluciones melifluas y luciendo a plenitud la
unción carnosa de su bello timbre tenoril.
La segunda parte del
concierto puso claramente de manifiesto que, si bien el tenor alemán puede
ser un excelente intérprete del repertorio francés e italiano, su reinado
indiscutible se halla en el ámbito de la ópera germana y, muy especialmente,
en los aledaños del drama wagneriano. Así pudimos certificarlo con su
colosal interpretación de la escena de la espada del Sigmund wagneriano y de
la intensa e inspirada “Amfortas! Die Wunde!” del mítico Parsifal .
Entremedio, Kaufmann tuvo ocasión de ostentar nuevamente su exquisito
dominio de las regulaciones en un par de los Wesendonck Lieder y la orquesta
de mostrar toda su musculatura en tres comprometidas páginas wagnerianas (la
Obertura de El holandés errante, el preludio al tercer acto de Los maestros
cantores de Núremberg y el preludio al tercer acto de Parsifal).
El
entusiasmo del público precipitó nada menos que cuatro propinas (arias de
Manon Lescaut, L’arlesiana y dos operetas de Lehár) que pusieron el
auditorio en pleno de pie y ensancharon el grueso de mitómanos
kaufmannianos.
|