Durante todo el Festival de Peralada se aguardaba con expectación la llegada
del divo tenor del mundo de la ópera: Jonas Kaufmann, quien ya actuó hace
dos años y causó un impacto inmenso, por la calidad de su voz y su presencia
física que, combinadas, causan un verdadero furor justificado por su
indudable capacidad interpretativa. Como ya notamos la vez anterior,
Kaufmann es bueno en todos los repertorios, pero mientras en el canto
italiano, que practica muy a menudo -acaba de cantar una Forza del destino
en Munich (donde se saltó una función)-, sus intervenciones dejan resquicios
mejorables (algunos detalles en la emisión, una cierta melifluosidad
discutible), en el repertorio wagneriano, que también frecuenta por fortuna,
es realmente un intérprete único, por la hermosura de su voz (requisito no
siempre propio de todos los cantantes wagnerianos) y por la intensidad de su
canto.
En el recital fue acompañado por la Orquestra de Cadaqués,
dirigida por Jochen Rieder, que fue alternando obras curiosas (obertura de
Le Cid de Massenet. un episodio del ballet que Verdi escribió para el
estreno de Il trovatore en París, y la inevitable obertura de La forza del
destino), y la formación respondió con gusto (y algunas veces con fuerza
excesiva en el acompañamiento del tenor).
Kaufmann empezó de golpe
con el aria "lo la vidi" del Don Carlo verdiano y cantó también la bellísima
aria de Manrico "Ah si, ben mio" (sin la famosa cabaletta "Di quella
pira!"), y acabó esta parte con una memorable aria de La forza "Tu che in
seno agli angeli" que levantó las primeras oleadas de entusiasmo entre sus
fanes (hubo quien gritaba "bravo" incluso soltando "gallos" de entusiasmo).
Cantó también en francés el aria de Le Cid de Massenet con una solvencia
considerable (aparte de alguna "erre" fuera de lugar) y regresó en la
segunda parte empezando con la escena de Siegmund del primer acto de La
Walkiria, una de las cosas más intensas que le hemos oído (la doble
invocación "Wälse!" de esta escena tenía ribetes de prodigio). Y después de
dos Wesendonck Lieder que no fueron especialmente interesantes cantó la gran
escena del segundo acto de Parsifal que rubricó el recital en medio de la
locura colectiva, expresada con pies y manos y con el público puesto en pie,
dispuesto a no marcharse hasta haber obtenido nada menos que cuatro inmensos
bises: de Puccini (Manon Lescaut), de Ciléa (L'Arlesiana) y dos piezas de
opereta cantadas con gracia y un indudable dominio del género (de Paganini y
de El país de las sonrisas, de Lehár). Costó mucho que el público entendiera
por fin que el magno y esperado recital había terminado.
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