La expectación era colosal. Las entradas, que salieron a la venta haces
varios meses, se agotaron casi en el momento a pesar de su precio -entre 50
y 180 euros-, y el público, ansioso y en vilo, casi no pudo reaccionar ante
su presencia en el escenario. Cuando Jonas Kauffman se subió, por fin, a las
tablas de Peralada el “respetable” se quedó petrificado; y es que, si un
público erudito pone todas las expectativas en el tenor del momento, la
responsabilidad para el artista es monumental. O emociona con la primera
nota, o todo se desmorona como un castillo de naipes.
Allí, en el
escenario, esperándolo y sirviéndole de fieles escuderos, dos aliados de
excepción. De un lado la fantástica Orquesta de Cadaqués, y del otro, el
director de orquesta alemán, Jochen Rieder, que conoce la respiración, los
tempos y la declamación del tenor bávaro, como nadie. La escena, en un
principio, no innovaba, sino que era, más bien un “déjà vu”. Dos años antes,
Kaufmann dejaba boquiabierto a un público erudito operísticamente hablando,
en su debut en este mismo Festival de Perelada. Entonces ofreció un programa
más liviano, con mucha menos tensión sensorial para el público y presión
para sus cuerdas vocales, que acompañó con un "look" en "black" informal y
seductor. Kaufmann tanteó el terreno y descubrió una plaza exigente y
entendida. Sabía que la segunda vez se le exigiría más. Mucho más.
Así que el tenor alemán tomó la delantera y se presentó en escena vestido
con un impecable frac -después de que la orquesta se luciera abriendo el
recital con la Obertura de “El Cid”, de Massenet- gestionando a un Don Carlo
de Verdi, impecable. Él no había calentado la voz todavía y la platea
mantenía aún la respiración ante sus elevadas expectativas, pero cuando el
tenor afrontó seguidamente “Ah sí, ben mio” d´Il Trovatore y “La vita è un
inferno...O tu che in seno” de la forza del destino, el público se desató.
Los “bravos” eran altos, claros, sinceros y de plena entrega a su ídolo.
Sin duda, la voz de Kaufmann está en plena forma, y los que habían
dudado de las capacidades del alemán como “tenor dramático”, osando
monopolizar a Verdi y Wagner en un recital, tuvieron que morderse la lengua.
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