Mundoclasico, 07/07/2014
Agustín Blanco Bazán
 
Puccini: Manon Lescaut, Royal Opera House London, June 28, 2014
 
Verismo y pasión
 

El 14 de mayo de 1894, el público acudió al Covent Garden preguntándose por qué el teatro había elegido para la inauguración de temporada un estreno de un compositor poco conocido. La respuesta es que Giulio Ricordi, un empresario que sabía doblar el brazo de cualquier teatro para promocionar a su protegidos, había advertido que si el Covent Garden no aceptaba Manon Lescaut no habría tampoco Falstaff para los londinenses.

Por lo demás tanta fe tenía Riccordi en la ópera de Puccini que hasta había llegado a escribir algunas líneas para mejorar un libreto confuso donde habían puesto mano todos los colaboradores indicados en la ficha informativa que encabeza esta crítica. Y el mismo compositor acudió a una première que dejó frío a la mayoría de los críticos, con excepción del mejor de ellos, George Bernard Shaw, que alabó el sinfonismo y las melodías de la obra. Otro crítico se apresuró a notar que se trataba de una ópera lo suficientemente prometedora para justificar la permanencia en de cartelera … de la cual bajó despues de sólo dos funciones.

Manon Lescaut se ausentó luego de Londres por veinte años, para volver con esporádica regularidad hasta el monumental faux pas de 1939. Ese año las representaciones fueron canceladas en el último momento debido a una confusión de Mafalda Favero: ella creía que la habían contratado para cantar Manon de Massenet, no Manon Lescaut. Sólo en 1968 volvió la ópera al Covent Garden. En 1983 pude asistir a las memorables representaciones protagonizadas por Plácido Domingo, Kiri Te Kanawa y Lescaut a cargo del entonces joven Thomas Allen. Treinta y un años después sólo Domingo como director de orquesta y Allen como maestro de música en Ariadne aux Naxos siguen transitando las bambalinas del Covent Garden, mientras la Royal Opera House pone en escena su nueva producción de Manon Lescaut.

Como en el caso de Tosca, Butterfly o Turandot, los primeros acordes orquestales de Manon Lescaut son decisivos en su premonitoria asertividad dramática, pero no bajo la batuta de Antonio Pappano que comenzó con algún brío pero sin mayor intensidad. Su lectura fue prolija en la proyección de detalles orquestales pero de lirismo algo tímido frente a los requerimientos de 'Tra voi belle' o 'Donna non vidi mai'. También faltó diferenciación y marcado para acentuar la feroz parodia del segundo acto, cuando Geronte exhibe a Manon a sus amigos.

¿Poco interés en la obra o una noche de cansancio para este director que al mismo tiempo debe ocuparse de las representaciones de Ariadne auf Naxos. Sea como sea, lo cierto es que partir del 'Ah, Manon, mi tradisce il tuo folle pensiero!', Pappano se involucró con la más apasionada y convincente dirección orquestal de la obra que recuerdo haber presenciado. Con brillantez cromática y conmovedor fraseo se explayó la orquesta en el famoso interludio, para acompañar con entrega y control a dos cantantes excepcionales. Jonas Kaufmann interpretó un Des Grieux de firme y cálida impostación de garganta y seguro squillo en los agudos. Y a despecho de algunas inseguridades en el registro bajo, Kristīne Opolais filó y articuló con radiante color frases apoyadas en un descomunal fiato. Y los tres, Pappano, Kaufmann y Opolais interpretaron los dúos de amor con el raro histrionismo de las grandes noches de ópera.

En la regie de Jonathan Kent, Manon y y su hermano Lescaut son dos jóvenes desaliñados que han estado haciendo dedo antes de que Geronte los recoja en su Mercedes Benz. ¡Y en éste que llegan los tres a la posada, o mejor dicho a un motel de la ruta!: ella con una faldilla corta, un Lescaut de campera negra de cuero jovialmente interpretado por un Christopher Maltman en excelente estado vocal, y un Geronte de impecable traje y corbata y una robustez de panza que hace recordar a Fellini o Carlo Ponti, cantado con auténtico mordente itálico por Maurizio Muraro. Entre los cameos se destaca el músico de la mezzo Nadezhda Karyazina, una debutante propuesta por el programa Jette Parker de jóvenes cantantes administrado por la Royal Opera.

Como el concepto de Kent sugiere fuertes contornos ideológicos de explotación femenina, en el segundo acto Manon es exhibida como una Cicciolina en el pseudo barroco de un dormitorio de puta donde coquetea mientras posa para la peli pornográfica que le hace filmar Geronte frente a un grupo de vejetes sentados en una hilera de butacas. Todos ellos se van con Geronte una vez terminada la filmación. Todos menos uno, Des Grieux, que se saca una máscara antes de comenzar el dúo con su amada. El tercer acto es una redada policial a un prostíbulo y en el cuarto, los amantes llegan al final de su camino en un puente de autopista en ruinas, que, ¡ay!, es casi igual al decorado del segundo acto de Siegfried en la puesta de Tancred Dorst para Bayreuth. Y no es que Kent copie, porque su regie de personas es original y con acertados toques de teatro pero, ¿por qué no habrá tratado de disfrazar un poco un decorado que de original no tiene nada?

De cualquier manera, la puesta es intensa y creíble como metáfora de prostitutas explotadas, proxenetas y amantes infortunados. En el tercer acto las prostitutas transitan una pasarela flanqueada al fondo por un gigantesco poster callejero que ilustra una cara femenina junto a la inscripción “naive”. ¿Que producto de belleza quiere publicitarse? De cualquier manera, la alusión a la ingenuidad de una joven engañada es obvia. Luego de pelear a brazo partido contra quienes quieren apartarlo de su Manon, Des Grieux la toma por la cintura para atravesar el poster. Una luz de luna llena se filtra por la grieta que les ha permitido escapar del mundo a su utopía final, mientras la orquesta reafirma triunfante el juramento de amor de dos marginados. Cantantes, orquesta y público comparten una exaltación similar. Lo dicho: una gran noche de ópera.


 






 
 
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