El 14 de mayo de 1894, el público acudió al Covent Garden preguntándose por
qué el teatro había elegido para la inauguración de temporada un estreno de
un compositor poco conocido. La respuesta es que Giulio Ricordi, un
empresario que sabía doblar el brazo de cualquier teatro para promocionar a
su protegidos, había advertido que si el Covent Garden no aceptaba Manon
Lescaut no habría tampoco Falstaff para los londinenses.
Por lo demás
tanta fe tenía Riccordi en la ópera de Puccini que hasta había llegado a
escribir algunas líneas para mejorar un libreto confuso donde habían puesto
mano todos los colaboradores indicados en la ficha informativa que encabeza
esta crítica. Y el mismo compositor acudió a una première que dejó frío a la
mayoría de los críticos, con excepción del mejor de ellos, George Bernard
Shaw, que alabó el sinfonismo y las melodías de la obra. Otro crítico se
apresuró a notar que se trataba de una ópera lo suficientemente prometedora
para justificar la permanencia en de cartelera … de la cual bajó despues de
sólo dos funciones.
Manon Lescaut se ausentó luego de Londres por
veinte años, para volver con esporádica regularidad hasta el monumental faux
pas de 1939. Ese año las representaciones fueron canceladas en el último
momento debido a una confusión de Mafalda Favero: ella creía que la habían
contratado para cantar Manon de Massenet, no Manon Lescaut. Sólo en 1968
volvió la ópera al Covent Garden. En 1983 pude asistir a las memorables
representaciones protagonizadas por Plácido Domingo, Kiri Te Kanawa y
Lescaut a cargo del entonces joven Thomas Allen. Treinta y un años después
sólo Domingo como director de orquesta y Allen como maestro de música en
Ariadne aux Naxos siguen transitando las bambalinas del Covent Garden,
mientras la Royal Opera House pone en escena su nueva producción de Manon
Lescaut.
Como en el caso de Tosca, Butterfly o Turandot, los primeros
acordes orquestales de Manon Lescaut son decisivos en su premonitoria
asertividad dramática, pero no bajo la batuta de Antonio Pappano que comenzó
con algún brío pero sin mayor intensidad. Su lectura fue prolija en la
proyección de detalles orquestales pero de lirismo algo tímido frente a los
requerimientos de 'Tra voi belle' o 'Donna non vidi mai'. También faltó
diferenciación y marcado para acentuar la feroz parodia del segundo acto,
cuando Geronte exhibe a Manon a sus amigos.
¿Poco interés en la obra
o una noche de cansancio para este director que al mismo tiempo debe
ocuparse de las representaciones de Ariadne auf Naxos. Sea como sea, lo
cierto es que partir del 'Ah, Manon, mi tradisce il tuo folle pensiero!',
Pappano se involucró con la más apasionada y convincente dirección orquestal
de la obra que recuerdo haber presenciado. Con brillantez cromática y
conmovedor fraseo se explayó la orquesta en el famoso interludio, para
acompañar con entrega y control a dos cantantes excepcionales. Jonas
Kaufmann interpretó un Des Grieux de firme y cálida impostación de garganta
y seguro squillo en los agudos. Y a despecho de algunas inseguridades en el
registro bajo, Kristīne Opolais filó y articuló con radiante color frases
apoyadas en un descomunal fiato. Y los tres, Pappano, Kaufmann y Opolais
interpretaron los dúos de amor con el raro histrionismo de las grandes
noches de ópera.
En la regie de Jonathan Kent, Manon y y su hermano
Lescaut son dos jóvenes desaliñados que han estado haciendo dedo antes de
que Geronte los recoja en su Mercedes Benz. ¡Y en éste que llegan los tres a
la posada, o mejor dicho a un motel de la ruta!: ella con una faldilla
corta, un Lescaut de campera negra de cuero jovialmente interpretado por un
Christopher Maltman en excelente estado vocal, y un Geronte de impecable
traje y corbata y una robustez de panza que hace recordar a Fellini o Carlo
Ponti, cantado con auténtico mordente itálico por Maurizio Muraro. Entre los
cameos se destaca el músico de la mezzo Nadezhda Karyazina, una debutante
propuesta por el programa Jette Parker de jóvenes cantantes administrado por
la Royal Opera.
Como el concepto de Kent sugiere fuertes contornos
ideológicos de explotación femenina, en el segundo acto Manon es exhibida
como una Cicciolina en el pseudo barroco de un dormitorio de puta donde
coquetea mientras posa para la peli pornográfica que le hace filmar Geronte
frente a un grupo de vejetes sentados en una hilera de butacas. Todos ellos
se van con Geronte una vez terminada la filmación. Todos menos uno, Des
Grieux, que se saca una máscara antes de comenzar el dúo con su amada. El
tercer acto es una redada policial a un prostíbulo y en el cuarto, los
amantes llegan al final de su camino en un puente de autopista en ruinas,
que, ¡ay!, es casi igual al decorado del segundo acto de Siegfried en la
puesta de Tancred Dorst para Bayreuth. Y no es que Kent copie, porque su
regie de personas es original y con acertados toques de teatro pero, ¿por
qué no habrá tratado de disfrazar un poco un decorado que de original no
tiene nada?
De cualquier manera, la puesta es intensa y creíble como
metáfora de prostitutas explotadas, proxenetas y amantes infortunados. En el
tercer acto las prostitutas transitan una pasarela flanqueada al fondo por
un gigantesco poster callejero que ilustra una cara femenina junto a la
inscripción “naive”. ¿Que producto de belleza quiere publicitarse? De
cualquier manera, la alusión a la ingenuidad de una joven engañada es obvia.
Luego de pelear a brazo partido contra quienes quieren apartarlo de su
Manon, Des Grieux la toma por la cintura para atravesar el poster. Una luz
de luna llena se filtra por la grieta que les ha permitido escapar del mundo
a su utopía final, mientras la orquesta reafirma triunfante el juramento de
amor de dos marginados. Cantantes, orquesta y público comparten una
exaltación similar. Lo dicho: una gran noche de ópera.
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