La Razón, 16 de noviembre de 2014
Gonzalo Alonso
 
Puccini: Manon Lescaut, Bayerische Staatsoper, München, 15. November 2014
 
Kaufmann y Opolais teatralizan «Manon»
 

Esta producción de «Manon Lescaut» era el gran espectáculo de la temporada ya que reu-nía como pareja protagonista a las dos estrellas mediáticas del momento, Anna Netrebko y Jonas Kaufmann, con la siempre controvertida dirección de escena de Hans Neuenfels. Y la polémica no tardó en saltar: la soprano rusa abandonó la producción quince días antes de la première por falta de entendimiento con el director de escena. Neuenfels es de los que tienen una personalidad propia y, en cierto modo, se apoyan en el escándalo para hacer progresar sus carreras. Empezó hace treinta años en Frankfurt con una «Aida» en la que la protagonista era una empleada de limpieza y son ya célebres sus ratones en Bayreuth con «Lohengrin», también con Kaufmann como protagonista, si bien el tenor nunca volvió a repetir la producción. Netrebko fue sustituida por Kristine Opolais, la misma Manon del Covent Garden con el tenor muniqués y a quien el Met liberó de unas «Bohème». El acuerdo fue inteligente: Opalais sustituye a Netrebko en «Manon Lescaut» y ésta a la otra en «Eugenio Oneguin» en el festival. Tras ver la producción no se entiende la postura de la rusa, ya que no se la obligaba a grandes cosas en el escenario y quizá buscó una excusa para dejar un papel que le resulta muy dramático.

Incoherencias propias

En un escenario con pocos elementos y que llega al vacío total en el cuarto acto, Neuenfels realiza una profunda y espléndida dirección actoral. Des Grieux siente una pasión enfermiza por una Manon que ha visto en la parada en la posta su última oportunidad para huir del destino religioso que la espera, pero luego vive muy bien con Geronte aunque eche de menos la pasión por el estudiante. Incluso explica en carteles proyectados durante el «intermezzo» lo que Puccini olvida de Prevost: el cómo llega la pareja a la desolación final en el desierto. Hay, para qué ocultarlo, las incoherencias propias de este tipo de planteamientos superintelectualizados y, así, la aparición de arqueros-policías –lo que encaja con el texto original– pero con vestimentas de un futuro interplanetario, o el vestuario de los coros, casi disfrazados de ratones para considerarlos masa despersonalizada, que aportan color pero poco más. Hubo al final mucha división de opiniones en el público. La ópera, que concluyó con un grito de «¡Viva Puccini!» de un espectador, empezó siendo todo menos Puccini, ya que la orquesta y el Edmondo de Dean Power no podían estar más alejados en estilo. Éste se fue encontrando a lo largo de la noche siempre dentro de una lectura de Alain Altinoglu muy tendente a la extroversión sonora y en la que el mismo citado intermedio careció de todo lirismo. Roland Bracht está demasiado mayor vocalmente para Geronte y no le resulta fácil afinar, mientras que Markus Eiche logra una buena caracterización vocal y escénica para Lescaut. Kristina Opalais suple con su quehacer escénico las carencias de una voz, insegura arriba y sin los graves que demanda el papel. Posiblemente no funcionase para nada en una grabación de audio, pero sobre un escenario consigue que el oyente se olvide de las notas porque transmite emoción. Fue muy ovacionada. Jonas Kaufmann se marcó en casa un triunfo de los grandes. Lejos de días en los que abusa de los pianos, se entregó de principio a fin y si bien engoló bastante en los inicios con un sonido excesivamente baritonal, la voz se fue aclarando. El primer acto puede resultarle demasiado lírico, pero cantó con delicadeza «Tra voi belle bionde» y «Donna non vidi mai», para llegar pletórico al «Pazzo son» del tercer acto. Ambos artistas culminaron un cuarto de antología para lo que es el mundo lírico actual. Al final queda la duda de si con Netrebko habría subido o bajado la intensidad dramática.






 






 
 
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