Mundo Clasico, 16 de mayo de 2013
Agustín Blanco Bazán
 
Verdi: Don Carlo, Royal Opera House London, 11. Mai 2013
 
Entre abanicos y herejes
 

Esta vez Anja Harteros canceló por amigdalitis. En su lugar, la jovencísima Lianna Haroutounian interpretó una Elisabetta de voz seguramente impostada, cálida y radiante en el registro agudo. Sólo le falta mejorar un poco el fraseo para convertirse en una gran cantante. Y también hubiera necesitado un mejor regisseur que le permita explorar el rol como merece una artista de su talento.

Porque poca justicia hace a su fama de director teatral Nicholas Hythner con esta puesta de aspaventosa gesticulación y momentos rayanos con el ridículo. Por ejemplo el bellísimo andante que acompaña la entrada de los herejes es perturbado por monjes gritándoles empecinadamente que se arrepientan en una risueña mezcla de italiano y latín espetada con acento inglés. Rodrigo no puede referirse a la amistad y el afecto que siente por Don Carlo sin llevarse la mano derecha al pecho y todos se la pasan saludando con inclinaciones caballerescas mal ensayadas y damas revoloteando abanicos durante la canción del velo. Un momento decididamente divertido es cuando Don Carlos entra a ver a Elisabetta en el segundo acto y luego de doblarse exageradamente con repetidas reverencias a todas las damas del cortejo se topa con Eboli y la mira paralizado sin animarse a hacerle también a ella una inclinación caballeresca. ¡Como para que Eboli no le tenga bronca con este desaire frente a toda la corte! Y mas divertido aún resulta el asesinato de Rodrigo. Mientras éste se despide de Carlo, un monje encapuchado se acerca subrepticiamente a señalar la víctima a un soldado, que inmediatamente le dispara un pistoletazo al amigo de la mano al pecho para después volver a montar su guardia como si nada hubiera pasado.

Sólo Ferrucio Furlanetto supo actuar gesticulando con calculado y atento distanciamiento, y estremeciendo al público con gestos de manos nunca idiotas sino por el contrario concentradamente sobrios y expresivos: el desprecio con que despide a la condesa Aremberg, la burla con que recibe el pedido de Rodrigo de dar libertad a Flandes, y la actitud de ira y represión de su cuerpo entero frente al retruque de “horrenda, la paz de los sepulcros” quedarán seguramente en la memoria de quienes tengan la fortuna de ver a Furlanetto en este rol. También quedarán la inmovilidad sobre la cual este bajo sabe apoyar su intenso dolor en “Ella giammai m´amò” y su genuino espanto frente al Gran inquisidor. Vocalmente Furlanetto rinde mejor en los parlandi que en un canto legato que ya no tiene la fuerza de proyección de antes, pero aún así su Felipe II sigue siendo un modelo de interpretación.

Jonas Kaufmann brilló vocalmente como un Don Carlos de voz algo oscura, jugosa y robusta en el pasaggio y de soberano squillo en los agudos. Y también el Rodrigo de Mariusz Kwiecien se destacó por la espontaneidad, el fraseo y el color con que sabe usar una de las mejores voces baritonales de la actualidad. En este Don Carlos tan bien cantado fue la Eboli de Béatrice Uria-Monzon quien no obstante su atractivo color vocal tuvo problemas de fiato que le impidieron convencer a la par que sus colegas en las difíciles expansiones de canto y fraseo de O don fatale! Ya con mas de sesenta años de edad Eric Halfvarson pudo repetir su antológico Gran Inquisidor de voz cavernosa y arrollador mordente en la pronunciación de cada frase y con diez años mas, también Robert Lloyd lució su expresividad canora como el monje disfrazado de Carlos V o viceversa.

Antonio Pappano dirigió preocupándose más por la belleza melódica que por los contrastes que esta obra requiere. Las dinámicas fueron en general de una expresividad algo débil y faltaron esas instrucciones como sforzando o subito piano para acompañar al excelente equipo de cantantes. Particularmente notables fueron estas deficiencias en momentos confrontativos clave, como el dúo "Io vengo a domandar grazia alla mia Regina" que en esta oportunidad fue leído por el director y la orquesta con distraída falta de tensión. Fue, pues, una dirección orquestal correcta pero no inspirada aunque siempre eficiente gracias a la primerísima calidad de la orquesta y coros de la casa.

El Covent Garden ofreció la versión en italiano de cinco actos que en la propuesta del regisseur abre con Elisabetta tratando de cazar con arco y flecha un cervatillo que aparentemente estaría corriendo por la platea.








 






 
 
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