ProOpera, marzo-abril 2012
por Daniel Lara
 
Gounod: Faust, Metropolitan Opera New York 2011
 
Faust
 

A pesar de contar con tres elencos conformados por algunos de los mejores cantantes de la actualidad para asumir los roles de la ópera Faust de Gounod, la gran vedette de esta reposición que llevó a cabo el Met esta temporada —una nueva producción escénica proveniente de la English National Opera— recayó en la controversial producción escénica del director americanocanadiense Des McAnuff, quien en esta ocasión también hacía su debut en la casa.

McAnuff trasladó la acción de la ópera de la Alemania del siglo XVI a la primera mitad del siglo XX y se inspiró en la vida del físico y antropólogo Jacob Bronowski, quien después de visitar la ciudad de Nagasaki luego del Holocausto decidió nunca máspracticar la física. Partiendo de esta premisa, el director de escena buscó recapturar la inocencia de Bronowski antes de la detonación de la bomba atómica, asemejándolo al joven Fausto, y así transformó toda la acción de la ópera en un sueño del físico antes de su suicidio. A pesar de parecer extravagante, la idea fue trabajada con coherencia y en general no traicionó la esencia misma de la obra de Goethe. El resultado, aunque discutible, no pone en ningún momento en tela de juicio ni la creatividad de McAnuff ni la solidez de su trabajo, ya sea que trate de las cuidadas marcaciones individuales de los cantantes solistas o del estudiado tratamiento que denotan los movimientos de las masas
corales.

Sin embargo, el hecho de que toda la acción se desarrolle entre las cuatro paredes de un laboratorio resultó limitativo y monótono. La escena final —donde los ángeles son científicos—, la ascensión de Margarita al Paraíso—subiendo por una escalera metálica—, o la explosión nuclear —a la que asistimos en el principio del quinto acto— fueron sólo algunos de los momentos que, si bien no resultan absurdos dentro de este contexto, tampoco hicieron que el espectáculo resultase particularmente atractivo.

No contribuyeron a hacer más digerible cuanto sucede en la escena ni las estructuras surrealistas-futuristas que componen la escenografía que firmó Robert Brill, ni el vestuario de entreguerras —teóricamente soñado por Bronowski— que diseñó Paul Tazewell para la ocasión. En síntesis, un espectáculo muy discutible que, si bien ofrece una mirada diferente y coherente sobre la ópera de Gounod, en muchos momentos se disfruta más con los ojos cerrados.

Vocalmente, Jonas Kauffmann (primer elenco) inauguró la producción con una exhibición de medios vocales de apabullante riqueza y ductibilidad, más allá de que el lirismo de la parte no pareció calzarle bien a su actual estado vocal. Con Roberto Alagna (segundo elenco), la parte de Fausto desbordó de frescura vocal, intensidad interpretativa y, como era de esperarse, un estilo francés puro. Por último, Joseph Calleja (tercer elenco), quien debió cancelar algunas de sus funciones por encontrarse enfermo, concibió un científico correcto que, si bien conquistó al público en el aria ‘Salut! demeure chaste et pure…’ terminando su agudo en piano, en general tuvo un desempeño muy por debajo del nombre que se ha forjado en el mundo de la lírica actual.

En la piel del Diablo, René Pape compuso su personaje de manera impecable con gran solidez vocal y gran presencia escénica. Lo mismo corresponde para Ferruccio Furlanetto, con quien la parte ganó en variedad de detalles y colores, así como profundidad psicológica.

El personaje de Valentín estuvo en todos los casos perfectamente servido. Russell Braun fue un soldado y hermano de Margarita de noble línea de canto y de una autoridad escénica digna de admiración. Tanto el debutante Georges Petean como Brian Mulligan no le fueron a la zaga y dejaron una muy grata impresión en la audiencia.

El personaje de Margarita fue el único que en todos los casos sufrió altibajos. Marina Poplavskaya resulto aburridísima; sus agudos fueron calantes en la mayoría de los casos y su coloratura, poco más que aproximativa. Por su parte, la debutante Malin Byström, aunque demostró poseer una voz importante y salió airosa en su cometido, no pareció, tanto por el color de su timbre como por el peso de su voz, ser la voz adecuada para la parte.

Un autentico lujo fue contar con la ascendente Michèle Losier interpretando a un juvenil y sensible Siebel que en su voz adquirió una dimensión poco usual. Aunque algunos escalones debajo de la anterior, Kate Lindsey supo sacarle un buen partido a la parte del enamorado de Margarita.

Con el profesionalismo de siempre, Wendy White y Theodora Hanslowe le arrancaron al público pícaras sonrisas en sus composiciones de Marthe, la vecina de Margarita.

Del resto de los roles comprimarios brilló con luz propia mereciendo un comentario especial el muy bien plantado Wagner del prometedor Jonathan Beyer. Al coro que dirige el maestro Donald Palumbo se le escuchó muy bien preparado y, en lo que concierne a la vertiente musical, Yannick Nézet-Séguin se apuntó un nuevo triunfo en la casa por su lectura plena de lirismo, carga emocional y riqueza cromática. De tintes más dramáticos, la dirección musical de Alain Altinoglu rebozó energía y sutilezas y obtuvo un gran reconocimiento del público una vez caído el telón. Hecho poco usual en este teatro, el público hizo conocer su descontento hacia la puesta en escena en varias de las representaciones.
 






 
 
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