El Fausto de Gounod puede que sea la ópera francesa decimonónica por
antonomasia, pero la nueva producción del Met de Des McAnuff (en
coproducción con la English National Opera) tenía un agresivo giro visual
que es muy del siglo XX. Al parecer, el bueno del Dr. Fausto es uno de los
inventores de la bomba atómica, y después de la explosión (o quizá poco
antes), en su laboratorio de aspecto destemplado y estéril, fantasea sobre
cómo pudo haber sido su vida, hasta entonces intelectualmente estimulante
pero emocionalmente pobre. ¿O estaba solamente recordando? Quién sabe... la
escenificación resultaba más interesante si se pasaba por alto la dudosa
"relevancia" de los acontecimientos. Cuando se olvidaba uno del algo
engorroso contexto era más fácil saborear el peso dramático presente en
muchas de las escenas.
Un año es mucho tiempo para esperar a hacer
comparaciones, pero recuerdo que esta producción funcionó mucho mejor en
Londres en octubre de 2010. con un reparto más integrado y una sala en la
que el público podía sentirse más implicado con los valores dramáticos de la
obra. En el Met, a pesar de su superioridad estelar, sólo unos cuantos de
los cantantes superaron o incluso igualaron a sus predecesores de la ENO.
Marina Poplavskaia del Met -al parecer ubicua- tuvo una interpretación
típica: mucha presencia pero poca exquisitez vocal, con unos grandes sonidos
eslavos que alternaron la calidez con el hielo. En el papel estelar, Jonas
Kaufmann mostró una técnica impresionante pero demasiado notoria, con
cambios desde los casi inaudibles pianissimos a los retumbantes fortes que
continuamente bordeaban el manierismo hasta que en el dúo de la escena del
jardín sucumbió a él. (Es una lastima que un cantante tan dotado, como
tantos antes de él, deje que la técnica se convierta en un truco efectista).
René Pape también jugueteó con la dinámica, pero esa afectación le sirvió
para interpretar a Mefistófeles y él pareció pasarlo muy bien. Michéle
Losier mostró ser un excelente Siebel y Russell Braun cantó hermosamente el
papel de Valentín. De una forma u otra, Yannick NézetSéguin hizo que todas
las disparatadas piezas encajaran perfectamente y comenzó la ópera con un
preludio magistralmente interpretado que parecía proféticamente ligado a la
historia que lo siguió. Al parecer muy difícil de conseguir, pero gracias a
Nézet-Séguin sonó fácil, y lo que ocurrió en el foso durante las siguientes
cuatro horas fue tan hermoso como su emocionante comienzo.
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