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Pro Ópera, mayo-junio 2011 |
por Massimo Viazzo |
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Puccini: Tosca, Milán
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Tosca en Milán
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Después de la influenza que lo mantuvo alejado de las dos primeras
representaciones, el tenor alemán Jonas Kaufmann debutó finalmente en el
Teatro alla Scala en el papel de Mario Cavaradossi obteniendo un verdadero
triunfo, por lo que bien podría llamarse ¡la Tosca de Kaufmann! No sólo sabe
pararse sobre un escenario como pocos, sino que, además, sabe frasear con
musicalidad y sobre todo sabe cantar en “piano” con dotes que parecen ser
aun cada vez más raros en el panorama actual de los tenores. La ejecución de
su ‘E luceven le stelle’ tan suavizada, tan íntima, y tan rica en colores,
que la hizo ser casi una creación extemporánea, fue la joya de la velada y,
como bien se menciono ya, ¡toda una rareza! Su siguiente acometida, en ‘O
dolci mani mansuete e pure’ fue tan afectuosa que más que otra cosa pareció
ser una caricia.
Sin embargo, el resto del elenco no se mantuvo a la
misma altura, ya que Oksana Dyka fue una Tosca vocalmente empeñada y
sustancialmente precisa, pero privada de un acento dramático, y Želiko Lučić
bordó un Scarpia sin abundante carisma. La mayor decepción provino del
“foso” orquestal, ya que el director Omar Mein Walber evidenció dificultades
para seguir a los cantantes (como en ‘Recondita armonia’ del primer acto en
el que entre el director israelí y el tenor bávaro no hubo un entendimiento
en el mejor tiempo para seguir) y tampoco pudo encontrar la justa tensión
narrativa en un espectáculo que fue ya escenificado tanto en el Metropolitan
como en Munich, y en el que el director Luc Bondy exacerbó cada situación,
como la cicatriz que se hizo al retrato de la Attavanti, en el primer acto
de lo que fue una “rústica” Tosca, y que pareció ser algo excesivo. En
conjunto, la propuesta escénica estuvo algo seca y, sumando todas sus
partes, se puede hablar de un espectáculo anónimo. |
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