El Mercurio, 24 DE ABRIL DE 2011
JUAN ANTONIO MUÑOZ H.
Wagner: Die Walküre, Metropolitan Opera, 22. April 2011
Nueva York ovaciona una“Walkyria” de portento escénico e intimidad musical
Mientras el aparato de 45 toneladas hace su grandilocuente trabajo, el maestro James Levine borda sutilezas y los cantantes
despliegan entrañable lirismo.
 
Esta esperada “Walkyria” debutó en Viernes Santo y es curioso cómo en esa fecha resonaron de manera especial los textos, tan cargados a develar el papel que juegan dioses y creaturas en el misterio de la vida. Este dios de Wagner, Wotan, contrariado por la falta de libertad, envía a la muerte a su propio hijo, Siegmund, al que más amaba, mientras que a Brünnhilde, la niña de sus ojos, debe castigarla quitándole la divinidad. Todo esto, mientras se recuerda al Cristo que muere.

La atención del mundo operático estaba puesta sobre “el monstruo” o “la máquina” diseñada por Robert Lepage, y ciertamente ésta acaparó muchos comentarios y aplausos, pero la gran sorpresa provino de un frente inesperado. Al término de la función, un débil James Levine subió al escenario para recibir el aplauso de un público que lo sigue hace 40 años. El maestro apenas se sostiene en pie, se deja llevar del brazo por un ayudante y además porta bastón. Fricka (Stephanie Blythe) y Wotan (Bryn Terfel) fueron su apoyo en el conmovedor saludo final.

La mole de 45 toneladas cumple su objetivo. El aparato funcionó sin problemas, aunque Deborah Voight se resbaló en su primera entrada y no logró encaramarse, como tenía previsto la régie para su encuentro con Wotan. Las 24 columnas de aluminio parecen de un material maleable, llegan a jugar como espiral y con el excepcional diseño de luces (Etienne Boucher) sirven bien a los distintos ambientes. “La máquina” describe mejor el Walhalla y la roca donde dormirá Brünnhilde que la intimidad de la casa de Sieglinde y Hunding, pero el gran efecto convence en las escenas del bosque y cuando las columnas se transforman en los caballos de las walkyrias, celebradísimas por el arrojo que deben mostrar en escena, al deslizarse por las columnas-equinos como si fueran resbalines.

Queda una pregunta flotando. ¿Qué aporta esto al concepto? No mucho, la verdad. Es una puesta atractiva, moderna, que usa tecnología de punta. El aparato en sí mismo es más bien tosco, pero Lepage se encarga de lucirlo in extremis, apoyado por juegos lumínicos de gran belleza en la llegada de la primavera, en la muerte de Siegmund y para el fuego en la roca (con Brünnhilde suspendida de cabeza), precedido de una gran nevazón cuando Wotan anuncia el castigo para su hija.

Es difícil decir si esta puesta reemplazará o no en el corazón (y en la historia) a aquellas de Patrice Chéreau en Bayreuth o de Otto Schenk en el mismo Metropolitan. Sin embargo, se agradece la preocupación por generar más de un momento de belleza visual (¿será, acaso, que comienza el destierro del feísmo de los teatros de ópera?) y que Wotan no venga vestido de smoking.

Este impacto visual más fuerte que delicado tiene una respuesta musical en las antípodas. Pocas veces se ha escuchado una “Walkyria” tan íntima, sin estruendo; una versión lírica pero no redundante en la emotividad, siempre variada, tensa y libre a la vez. La suavidad con que James Levine condujo a las cuerdas llegó a producir estados impresionistas debussyanos. ¡Y cómo sabe acompañar a las voces!

Lo más aplaudido de la noche fue el término del primer acto, con los gemelos Sieglinde (Eva-Maria Westbroek) y Siegmund (Jonas Kaufmann) fuera de control tras el inesperado descubrimiento del amor. La soprano holandesa estaba enferma y así se anunció después del primer acto, pero aunque el esmalte de su hermosa voz estaba algo opaco, el público apreció su indudable calidad y su entrega. Es increíble que Jonas Kaufmann esté cantando Siegmund en el mismo teatro donde debutó como Alfredo (“La traviata”, 2006). Este héroe “desterrado de la amistad y del amor” exige un agudo poderoso, pero también centros y graves de peso; él enfocó la parte como si fuera un lied de grandes dimensiones, subyugando en “Winterstürme wichen dem Wonnemond” (Las tormentas invernales se han rendido ante la luna voluptuosa) y colmando de detalles musicales e interpretativos la escena con Brünnhilde. Su voz viaja sin dificultad desde el susurro del amante angustiado a la emisión heroica del hijo de un dios. La régie hace que su personaje muera en brazos de Wotan: nadie respiraba en la sala al final del segundo acto.

El reparto cuenta con el extraordinario Wotan de Bryn Terfel, enorme de apariencia y de voz, actor de grandes gestos, elocuente en “Was keinem in Wortem ich kunden” (Lo que a nadie digo en palabras) y desgarrador en la escena de la dormición. Deborah Voight (Brünnhilde) tiene las notas y es asertiva en la intención de la frase wagneriana, pero aún no logra introducirse en las profundas aguas de este personaje de dificultades sobrehumanas. Teatralmente estuvo muy bien como la hija consentida y juguetona del inicio, pero le faltó solemnidad para anunciar la muerte, y brío dramático para exigir no pertenecer a un cobarde. Stephanie Blythe, ovacionada también, fue una Fricka “big and great” por contundencia física y potencia vocal. No se movió de su sitio, eso sí. Correcto el Hunding de Hans-Peter König, de presencia imponente.

Esta producción de “La Walkyria” llegará en directo a nuestro país el 14 de mayo, al Teatro Nescafé de las Artes.






 
 
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