Tras la reciente cancelación de su recital en el Liceo de Barcelona la
expectación por ver al tenor del momento, Jonas Kaufmann, en el Teatro de la
Maestranza se redobló y el recital reforzó aún más su cariz de
acontecimiento musical de la temporada -con permiso del inminente concierto
pianístico de Pierre-Laurent Aimard [hoy] y de las funciones de El oro
del Rin [en noviembre ]-. El muniqués Kaufmann atesora una carrera
fulgurante que le ha llevado a cantar en muy poco margen de tiempo en los
escenarios más importantes del mundo, con las batutas más sobresalientes de
los siglos XX y XXI a la vez que posée un repertorio lírico amplio y popular
y una dote actoral especialmente trabajada, lo que a la postre le ha
convertido en una estrella de la ópera.
Por fortuna su credibilidad como artista es más que probada y, en efecto,
tras el imparable astro Kaufmann hay un tenor de muchos enteros. Se ha
puesto en duda si su voz es más wagneriana que schubertiana o si está más
capacitado para la expansividad de la ópera que para la intimidad del
recital.
Disquisiciones aparte, anoche demostró en el coliseo sevillano que hoy
por hoy es uno de los gobernadores del Universo Schubert. Se podrá preferir
la sobriedad de un Ian Bostridge o el recogimiento de Mark Padmore, hasta
habrá quien se enfrasque en echarlo a pelear con el inigualable Fischer
Dieskau, pero Jonas Kaufmann se enfrenta a los poemas de Müller musicados
por Schubert con una personalidad propia, destilando una torrencial voz
juvenil que el intérprete emparenta estéticamente con otro ciclo,
Dichterliebe, de Schumann.
Casi 90 minutos los que Kaufmann dedicó ayer a desgranar los intersticios
del reverso del Viaje de invierno schubertiano. El alemán se
transformó en un arrebatado enamorado -sin atisbo de sobreactuación- que tan
pronto cuidaba al detalle las exigencias del pianissimo que se imponía con
una voz hermosa, acaso sin excesivo brillo, pero de pasmosa naturalidad. Con
porte de estrella de Hollywood, Kaufmann realizó infinitas modulaciones,
llenó de color al atormentado personaje y puso de relieve una expresividad
vocal al alcance de muy pocos. Se creció en Morgengruss y plegó
vela aterciopelando el timbre en Des Müllers Blumen.
Si es o no el mejor tenor del siglo que nos ocupa el tiempo acabará
diciéndolo, valores no le faltan y su titánica capacidad para abarcar nuevos
roles le acercan al modelo de Plácido Domingo. Se hizó acompañar Kaufmann
por otra eminencia, el pianista Helmut Deutsch, habitual acompañante de las
más ilustres voces. Fue el suyo un papel dialogante y concentrado, con un
sonar clásico, no henchido de pedal, más intimista que bravo. Compartió con
el tenor la manta de aplausos del entregado público sevillano.
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