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ABC.es, 27/07/2010 |
ovidio garcía prada |
Wagner: Lohengrin, Bayreuth, 25. Juli 2010
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Las ratas invaden Bayreuth
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La nueva era del festival Wagner arrancó con
una nueva producción de «Lohengrin»: clamor jubiloso para cantantes, coro y
orquesta, y ruidosas protestas para el equipo escénico |
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La mitad del Berlín político y todo el mundillo muniqués, con la canciller
Merkel al frente, parecieron darse cita en Bayreuth para asistir a la
apertura del 99 Festival Richard Wagner. En cartel, una nueva producción de
«Lohengrin», firmada por Hans Neuenfels, casi septuagenario director
escénico, y Andriss Nelsons, joven prometedor director de orquesta letón,
ambos debutantes en la «verde colina». Gran expectación también ante el
debut de una presunta pareja de ensueño: el muniqués Jonas Kaufmann
(Lohengrin), estrella rutilante ascendente en el firmamento tenoral, y la
berlinesa Annette Dasch (Elsa).
Los directores vanguardistas parecen valorar entretanto hacer una escala
veraniega en Bayreuth, afrontando abucheos entreverados con bravos del
público burgués, y pulir así deslustradas patentes de modernismo. Neuenfels,
conspicuo representante de la generación del 68, cuya trayectoria teatral
está jalonada de escándalos, tardó en aproximarse a la ópera wagneriana.
Esta es su tercera escenificación.
Reinhard von der Thannen diseñó un escenario simplísimo, esquemático,
realmente tres elementos geométricos en blanco impoluto bañados de luz, que
se combinan y desplazan distintamente en los tres actos. El resultado es
abundancia de espacio, luminosidad y blancura, casi sin accesorios, en las
antípodas del anterior «Lohengrin» sobrecargado y tétrico del inglés Keith
Warner o del abigarrado e incontinente «Parsifal» de Christoph
Schlingensief. El problema de este montaje no está en el escenario, sino en
el vestuario y la radical desmitificación del tema y forma simbólicos de
esta ópera romántica.
El coro mixto, los caballeros del cisne y el pueblo brabanzón se transforman
en una manada de ratas (negras masculinas, blancas femeninas) más un grupito
de comparsas infantiles como ratoncitos blancos a modo de grácil recurso
jocoso. El propio cisne es metamorfoseado en diferentes versiones con un
féretro como barca. Neuenfels desguaza literalmente los personajes de toda
dimensión legendaria, heroica, encuadrándolos en el ambiente aséptico del
laboratorio científico, en un experimento con ratas clausurado con una
interrogante agnóstica ante un mundo de confianza y amor.
Al final, lo de siempre: clamor jubiloso para cantantes, coro y orquesta, y
ruidosas protestas para el equipo escénico. Cuando Neuenfels y su
escenógrafo salieron a saludar surgió de la grada una tromba de abucheos.
Katharina Wagner, que le considera uno de sus ídolos y maestros escénicos,
la calificó de «producción absolutamente certera». Juntamente con su
hermanastra, saltó al escenario para contener el clamor de la protesta y le
besó ostensiblemente la mano. Cabe aventurar ya que este montaje no pasará a
la historia, ni marcará pautas como los de «Fidelio» (2004) y «Penthesilea»
(2007).
Antipatetismo
A tono con el fluido escénico, A. Nelsons comenzó el preludio con acusada
parsimonia y antipatetismo, y mantuvo firmemente embridada a la orquesta,
prácticamente hasta el tercer acto. Permitió al coro excesos de volumen,
pero asistió bien a los cantantes y se adaptó relativamente a la intrincada
acústica de la sala. La magnífica acústica más el carácter lírico de
ciertos pasajes, cantados casi como lieder, favorecieron la interpretación
de J. Kaufmann, sensiblemente superior a su versión muniquesa en 2009:
agudos esplendorosos, aunque algo engolada la emisión en los registros
medios. No pocos —por ejemplo, una vivaracha dama de 96 años que de niña fue
compañera de clase del difunto Wolfgang, el nieto de Wagner— vinieron
expresamente para oír al nuevo astro canoro mediático. Fue el triunfador de
la noche.
A. Dasch (Elsa) comenzó nerviosa, insegura, gris. Su primer punto álgido
pasó desapercibido. Luego fue compenetrándose con el papel, pero sin
convencer plenamente su articulación y comprensión textual. Muy meritorios
G. Zeppenfeld (rey Herinrich) en este difícil papel para todo bajo por su
alta tesitura, y el coreano Samuel Youn (Heraldo). Más desigual, H.-J.
Ketelsen (Telramund). En el marco del buen hacer general, desentonó E.
Herlitzius (Ortrud), pues trocó perversidad con estridencia, hasta eclipsar
acústicamente a su contraparte Elsa en el segundo acto, y escuchó sonoras
muestras de desagrado. Un balance escénicamente controvertido y musicalmente
aceptable, con acertados cambios en el elenco vocal que presagian tiempos
mejores. |
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