|
|
|
|
|
El Pais, 24/12/2010 |
LOURDES MORGADES |
Beethoven: Fidelio, München, 21.12.2010
|
Beethoven en el laberinto de Calixto Bieito
|
|
Para el director de escena Wieland Wagner (1917-1966) "la exigencia de
fidelidad a la época en que una obra fue escrita" le parecía falsa, "ya
que", argumentaba, "conduce fatalmente, si uno la respecta, a una puesta en
escena anticuada". Y concluía que "se debe escenificar cualquier obra de
teatro musical como si acabara de ser compuesta".
El nieto de Richard
Wagner lo explicó en una de las entrevistas que mantuvo con el musicólogo
Antoine Golea a propósito de su puesta en escena de Fidelio, de Beethoven.
Calixto Bieito no ha sentido necesidad de ampararse en ningún mítico
renovador de la dirección de escena para sacudir el mundo de la ópera en la
última década. Pero no duda el director de escena español en elogiar la
modernidad del Wieland Wagner cuando habla de su propia versión de Fidelio,
que acaba de estrenar en la Ópera de Múnich, uno de los grandes teatros
líricos de Alemania y del mundo, con las entradas agotadas para todas las
funciones desde hace meses y con 15 minutos de aplausos sazonados con
algunos abucheos, pocos para lo que se auguraba que el conservador y rico
público del coliseo muniqués regalaría al enfant terrible de la escena
lírica. Quien se llevó la bronca fue el director de orquesta italiano
Daniele Gatti, cuya dirección musical, de contrastados tempi que recordaban
a Rossini, a no gustó a una audiencia que, como todos los alemanes, conoce a
la perfectamente y venera la única ópera de Beethoven.
Discusiones
hubo entre el público de la Ópera de Múnich en el entreacto y al finalizar
la representación de la noche del estreno a propósito si el teatro debía
haber presentado la obra no como Fidelio sino como una versión a propósito
de Fidelio. Y es que Calixto Bieito transforma el canto a la esperanza y a
la fidelidad que Beethoven plasma en su ópera en un espectacular y
desasosegante laberinto por el que transitan, perdidos física y mentalmente,
los personajes de la obra, y a su juicio también la sociedad actual. Pero
además del concepto, que no siempre permite reconocer a los personajes del
argumento original -una mujer que en el siglo XVIII se disfraza de hombre
con el propósito de trabajar en la cárcel en la que presume está encerrado
su marido por motivos políticos para poder liberarlo-, el director de escena
suprime los diálogos hablados de la ópera por añadir los dos poemas sobre el
laberinto escritos por Jorge Luis Borges, uno de los cuales es recitado
justo cuando se levanta el telón antes de que suene la obertura Leonora III
-15 minutos de puro sinfonismo beethoveniano-, fragmentos de uno de sus
cuentos y textos de Kafka.
"Tenía claro que no quería hacer una ópera
política. De hecho, la trama política de Fidelio es débil, en realidad más
que política es una ópera filosófica, de emociones", cuenta Bieito. Pero
pese a tener claro qué es lo que no quería hacer, no lograba acertar con la
idea de cómo pasmar todo ello escenográficamente. Junto a la alemana Rebecca
Ringst, su escenógrafa, trabajó en varios proyectos con la idea de
reproducir una prisión americana, desechados por ser una imagen demasiado
vista, sea en reportajes televisivos o fotografías de prensa. Hasta que al
final dio con lo que buscaba: "Personas prisioneras de sus pasiones y
emociones". Y esa prisión emocional y física se ha traducido en una gran
estructura de metacrilato y neón en forma de laberinto vertical, de nueve
metros de altura, por la que sube y baja el espléndido reparto de
cantantes que encabezan la soprano Anja Kempe -muy creíble en el personaje
de Leonora/Fidelio-, y el mediático tenor Jonas Kaufmann -un deprimido
Florestán deambulando en pijama de hermoso timbre y perfecto estilo-,
tratando de encontrarse o liberarse del laberinto mental en el que están
encerrados.
Es ese laberinto, magnífica creación de Ringst,
que se abate a telón abierto al inicio del segundo acto, el que se erige en
auténtico protagonista de la representación. Pero la metáfora visual no
tarda en agotarse. Ello no quita que la propuesta de Bieito esté salpicada
de magníficos, estremecedores e intensos momentos, como la negación, al
inicio, de Leonora de su condición de mujer vendándose a la vista del
público los pechos para pasar por un hombre; el suicidio, por ahorcamiento,
de un preso mientras canta "¡Hablar bajo¡ ¡Conteneros!/ Nos espían con
orejas y ojos"; o el descenso en tres jaulas -evocando los campos de
concentración- de los músicos del Cuarteto Odeón mientras interpretan el
molto adagio del Cuarteto de cuerda núm. 15, opus 132, de Beethoven tras el
primer final en el que Leonara rescata a Florestán de su prisión, aquí
atrapado en si mismo en una prolongada depresión.
Para el segundo
final Bieito echa mano de un golpe de efecto al hacer aparecer a Don
Fernando, ministro del rey en visita por sorpresa a la prisión para
excarcelar a los presos, transmutado en el Joker, el achienemigo de Batman
en versión Heath Ledger de El caballero oscuro. Don Fernando representa el
poder y Calixto Bieito y no duda en dibujarlo como un psicópata,
desaprensivo e impredecible. De hecho se carga a Florestán de un disparo
justo tras ser liberado para luego, inmediatamente resucitarlo. El sueño de
la utopía beethoveniana. "Nadie te puede salvar, pero siempre puede haber
alguien que ayuda a vivir", concluye el director de escena. |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|