Mundoclasico, 24/08/2010
Jorge Binaghi
Beethoven: Fidelio, Lucerna, 12/08/2010
Abbado, el educador
La inauguración del Festival de Verano, precedida de discursos de bienvenida y una introducción sobre el Eros en la ópera a cargo de Nike Wagner, Eros Center Musik (interesante, pero un tanto extensa, tanto que se justificaba la pausa antes del comienzo de la música propiamente dicha), fue esta versión semiescénica del único título operístico de Beethoven. Por fortuna, Gürbaca no pudo o no quiso cometer algunas de sus tropelías (como en el reciente caso de su Onegin de Amberes -más de ella que del autor) y se contentó con recortar y agregar texto (por ejemplo, el más cuestionable, comenzar con la lectura de una carta de Leonora por parte de la propia protagonista en la que relata sus proyectos -¿para qué están los argumentos?). Hubo algunas frases sentenciosas y poco oportunas (por ejemplo antes del cuarteto "Mir ist so wunderbar"), uniformes grises y un globo blanco que cuelga sobre el centro del escenario que se ilumina con velas de la esperanza durante el aria de Leonora (velas que, rojas, están en el borde del escenario, delante del podio del director) o en el que aparece un ojo malévolo que vigila a Florestán en su prisión. Ni muy interesante ni muy transgresor, aunque personalmente habría preferido una 'simple' versión de concierto.

Versión que, por otra parte, de "simple" no tenía nada. Dos orquestas magníficas que sonaban como una sola, un coro magistralmente preparado capaz de atacar la escena de los prisioneros al unísono con la orquesta de modo que el sonido a veces parecía uno solo, buenos comprimarios. De los solistas, sólo Sterhl estuvo en baja forma (aparentemente recuperándose de su enfermedad): el hecho es que sonó poco, opaco y con algunas 'lagunas' en el texto. Mattei estuvo bien en ese difícil breve papel que es Don Fernando, pero lo he oído mejor en cosas más difíciles. Harnisch dio vida a una buena Marzelline, aunque no pueda decirse de su voz, su fraseo y su canto que sean memorables. Fischesser es un bajo muy joven que demostró poseer el material necesario para una gran carrera; ya ahora, ese poco claro Rocco (como tantos hay y ha habido en el mundo -la especie del 'yo no sabía') sonó magníficamente y sólo en algún momento se percibió una juventud 'excesiva'. En cambio, el gran Struckmann demuestra que está en plena madurez vital y profesional y su detestable Pizarro (cómo nos molesta que nos pongan frente al tirano inescrupuloso que, con mala suerte, todos dejamos salir si nos dejan) fue excepcional.

Como excepcional, su mejor actuación para mí hasta ahora en todo lo que le he visto, fue el Florestan de Kaufmann, capaz de iniciar su difícil 'Gott!' inicial en piano e irlo ensanchando sin perder fiato ni color. El resto del aria -que también se las trae- lo encontró en el mismo estado de gracia y así continuó hasta el final. La protagonista de la Stemme, tras alguna vacilación y aspereza en el acto primero (lo que no le impidió momentos magníficos en su también terrible aria y otros pasajes), fue a por todas en el segundo acto, y cómo dijo y cantó toda la parte, con qué soltura emitía sus agudos, era como para restregarse los ojos. El gran dúo que reúne a los esposos fue algo único por ambas partes.

Claro que nada habría sido lo mismo si no hubiera tenido quien lo ensamblase y guiase. Recuerdo hace tiempo un Coriolano con los 'Berliner' en el que de pronto oí a Gluck. Esta vez, ya desde la obertura, no sólo eran infinitos los planos de dinámica, no sólo hubo potencia y volumen sin desmelenamiento, sino transparencia mozartiana cuando correspondía, no sólo no hubo wagnerianismo ni pomposidad en el gran final, sino que, con los cantantes colocados muchas veces detrás o en el medio de la orquesta, no se perdió sonido.

Pero más importante que el dominio técnico de la partitura, que la exploración de sus peculiaridades más recónditas estaba ese repaso a la historia de la música que vale por mil lecciones y libros: un Beethoven que viene de y va hacia, un genio en plena ebullición pero no disecado ni momificado, ni convertido en lo que no era ni llevado a lo que la música había sido antes de él. Hay que ser mucho director para saludar entre los músicos y de vez en cuando, de evidente mala gana, adelantarse a recibir el aplauso; hay que ser más director para no tentarse con la tradicional inclusión de la 'Leonora nº 3': por primera vez no la extrañé y entendí que después de semejante explosión del dúo y esa trompeta del juicio final sería demasiado. El sentido de la proporción, vaya.

Si, como decía Cortázar en muy otro contexto, es difícil ser músico de hombres, a Claudio Abbado le cabe el inmenso honor y la gran responsabilidad de serlo. Y a nosotros, tantos peldaños por debajo, la de entenderlo o procurar hacerlo. Sería tan fácil, así, vivir y ser mejor.






 
 
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