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El Mercurio, Chile, 16 de
enero de 2010 |
Juan Antonio Muñoz H. |
El Mercurio en la Ópera de La Bastilla, París.
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Jonas Kaufmann triunfa como "Werther" en París
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El tenor alemán fue ovacionado
este jueves en la Ópera de La Bastilla, en un rol muy complejo y exigente
del repertorio lírico francés. |
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París vive con tres preocupaciones. La primera es el frío y la nieve: pocas
veces la explanada de la Torre Eiffel está tan blanca. Nunca se habían
vendido tantos chocolates calientes, con la gran novedad gastronómica:
macarrones "perfumados" de limón, café o frambuesa. La otra es la tragedia
de Haití, cuyo pasado tan cercano a Francia mantiene el corazón en vilo. "La
perla de las Antillas" sufre, y aquí los diarios y la TV no cesan de hacer
informes minuciosos.
El tercer motivo de convulsión es... la ópera. Los afiches anunciando la
nueva producción de "Werther" se encuentran en todo París, y en la Plaza de
la Bastilla un imponente cartel corona la entrada de la "Ópera del Pueblo",
como algunos la llaman irónicamente.
Son varias las razones de esta efervescencia, partiendo porque se vuelve a
un compositor como Massenet, hasta hace poco considerado en retirada y a
quien algunos tildaron de "pasado de moda".
Pero la ebullición estaba en la mezcla de título y protagonista.
"Werther" (1892) es una ópera amada por París y los que se atrevan a
interpretarla aquí deben medirse con el recuerdo de nombres como Alfredo
Kraus. En esta ocasión era... un alemán: el tenor Jonas Kaufmann, quien
viene de triunfar como Don José en La Scala y como Lohengrin en Munich. Toda
una apuesta, porque Kaufmann debutaba un rol del que sólo había grabado el
"Lied de Ossian", como se conoce al aria "Pourquoi me réveiller" ("Romantic
arias", Decca).
Nada parecía fácil, pues el maestro Michel Plasson, garantía de seguridad,
estaba recién operado y no se sabía si podría asumir la dirección musical.
El propio Kaufmann la semana pasada estuvo enfermo y no pudo asistir a
algunos ensayos.
Pero el jueves 14 el panorama cambió. El público repletó la Opéra
Bastille, y Plasson y Kaufmann estuvieron en sus puestos.
Vermeer en escena
La Orquesta de la Ópera Nacional de París tiene un conjunto de cuerdas
magnífico, con un escuadrón de cellos aterciopelados. Plasson, ovacionado
desde el inicio, aborda esta partitura como si estuviera compuesta por velos
superpuestos, que va quitando de a uno para develar profundidades y matices.
Es un lujo llevando a los cantantes y muestra con nitidez cómo Massenet
anuncia el impresionismo en el primer acto, para luego abordar de manera
frontal el melodrama.
Plasson sabe que lo que más importa en esta ópera son los cuatro dúos entre
Werther y Charlotte, y las arias de él y ella; así, esfuma un tanto todo lo
demás para que lo superfluo (que existe) parezca nimio. Por eso no aburre
tanto el repiqueteo navideño de los niños ni los cantos a Baco de los más
viejos ni el remolino de sobreagudos de Sophie. El drama, de este modo, se
impone recargado.
El cineasta Benoît Jacquot ("Adolphe", con Isabelle Adjani; "Princesse
Marie", con Catherine Deneuve; "Villa Amalia", con Isabelle Huppert) conoce
bien el género lírico, probablemente debido a su filme "Tosca" (2001). Su
puesta en escena, estrenada en Londres en 2004, privilegia los cuerpos de
los actores, a los que inserta en espacios amplísimos, dejándolos al
arbitrio de sus posibilidades actorales y de su conciencia como personajes.
Nada menor, pues un cantante con poca imaginación no tiene mucho que hacer
en un escenario así. Los que sí cuentan con ella, en cambio, podrán jugar
consigo mismos y producir tensiones máximas y mínimas.
Clave en lo visual es el trabajo de luces de Charles Edwards y André Diot,
quienes dan con la atmósfera de las estaciones del año (y del alma)
descritas en la ópera. Su trabajo remite con asombro a obras maestras de la
pintura como "Joven mujer leyendo una carta", de Vermeer, e "Interior" y
"Puertas abiertas", de Vilhelm Hammershoi.
El último acto muestra el escenario vacío mientras cae la nieve. Al fondo,
muy pequeña, la pieza de Werther, alumbrada por una vela que se extingue.
Mientras se entrega el preludio, la habitación avanza hasta quedar en primer
plano.
El llanto de Kaufmann
Jonas Kaufmann parece poder hacerlo todo. París adoró su Werther y lo
premió con una ovación interminable. Su experiencia le facilita abordar la
complejidad vocal e interpretativa de Werther. Se permite cantar escenas
completas como si fueran un Lied; de pronto, sus frases tienen una claridad
mozartiana y luego se descubre a un tenor dramático. Un canto hecho de
matices, en el que la línea parece no interrumpirse. Notas amargas al
infinito dolor de Massenet-Goethe, sin jamás perder la dulzura. Plasma el
ímpetu inicial del llanto para luego cantar sobre él.
Actor de múltiples recursos, no necesita alardes. Kaufmann trabaja los
detalles, el gesto que no termina, la inmovilidad. Actúa mientras canta y
también cuando no. Apostura incluida, su Werther fue tan vulnerable como
atormentado: imposible no asociar su personaje a las imágenes de George
O'Brien en la película "La Aurora" (1927), de Murnau.
Tuvo por Charlotte a la excelente mezzosoprano Sophie Koch, premio unánime
en el Conservatorio Nacional de París en la clase de Jane Berbié. Corrió
mucho de un lado a otro del escenario en su gran escena de las cartas, pero
su voz es magnífica en centros y agudos, sabe decir y participa con
inteligencia del juego teatral. El dúo final con Kaufmann fue un prodigio de
control técnico y entrega expresiva. Fue ovacionada también.
Ludovic Tézier, quien alguna vez asumió el rol titular en la versión para
barítono, fue un lujo en el papel de Albert, en el que acentuó los rasgos
fríos y desagradables del personaje. Magnífica, a pesar del vuelo de avispas
que imaginó Massenet para ella, la Sophie de Anne-Catherine Gillet posee un
material ágil, dulce, seguro y personal. |
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