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Mundoclasico.com |
Enrique Sacau |
Bizét: Carmen, ROH, Londres, 08/12/2006
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Postal de Andalucía
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Una
fuente, una gallina, dos burros, un caballo, muchos toreros y la virgen de
la Macarena hicieron su aparición en la nueva producción de Francesca
Zambello del taquillazo de Georges Bizet por excelencia. De nuevo, Carmen ha
sido la excusa para una glamurosa noche en la ópera adornada con aparato
pseudo-español, bellas joyas y moda. Este derroche de brillo pareció
disgustar a algunos críticos que se quejaron amargamente de la frivolidad de
la velada. Yo me preguntaba: ¿cuál es el problema? Si la noche no fue de su
agrado no debería ser por los modelos que vestían los generosos
patrocinadores que asistieron al teatro, ni por el excesivo uso de
estereotipos espanoles de la producción de Zambello. Realmente Carmen es una
referencia en la construcción del nacionalismo musical español. De hecho, en
su búsqueda por un sabor musical español diferenciado, el nacionalismo
musical español imita Carmen (entre otras obras) y no al revés. Por tanto,
una producción de Carmen que se queda en una postal de Andalucía me parece
perfectamente válida y adecuada a su género, opéra comique.
La producción de Carmen de Zambello necesita un repaso, pero no la
escenografía disenada por Tanya McCallin (casi igual a la que usó para Don
Giovanni). Necesita un repaso porque los protagonistas se pasearon por el
escenario sin ton ni son. Carmen, por ejemplo, se pasó la ópera con las
piernas abiertas, pero las indicaciones de Zambello no fueron más allá. Ni
un movimiento o gesto sirvieron para resaltar aspecto alguno del personaje;
lo mismo sirve para Don José y Escamillo. En conjunto, las complejas
relaciones entre los personajes pasaron inadvertidas y no se nos contó una
historia interesante. Sin embargo, Zambello trabajó bien con las masas y
movió al coro, a los bailarines de flamenco y a los niños adecuadamente: no
chocaron unos con otros en un escenario super-poblado que no ayuda a la
imagen de una directora operística que parece sufrir de agorafobia escénica.
Musicalmente, las cosas resultaron mejores. Para empezar, el debut como
Carmen de Anna Caterina Antonacci fue premiado por el público con una
merecida ovación. Ésta habría sido aún mejor si la cantante se hubiese
mantenido durante toda la noche al nivel de la “Habanera” y las
“Seguidillas”. Sus “Les tringles des sistres”, la escena de las cartas y el
dúo final mostraron a una cantante cansada. Su actuación resultó
extraordinaria, como siempre, pero su cantó perdió brillo a medida que la
ópera avanzó. Por otro lado, Jonas Kaufmann mejoró poco a poco: cantó bien
su “aria de la flor”, aunque sonó algo afeminado (especialmente porque su Si
final sonó sordo). Sin embargo, a partir de ahí sonó viril y emocionante,
especialmente en el dúo final. Ésta puede ser la razón por la que Kaufmann
(que también debutaba su parte) se llevó una ovación mejor. El Escamillo de
Ildebrando D’Arcangelo fue demasiado blando, pero su actuación compensó esa
carencia (como sucede a menudo). La Micaëla de Norah Amsellem fue tan cursi
como requiere el papel y no particularmente seductora.
El artista que de veras destacó sobre los demás fue Antonio Pappano (de
nuevo, como es habitual). Sus tempi ligeros y el magnífico sonido que
extrajo de la orquesta, así como su habilidad para acompanar a los cantantes
adecuadamente, lo convirtieron en uno de los tres triunfadores de la noche
junto con el dúo protagonista. Uno puede fácilmente acostumbrarse (en
realidad uno ya está acostumbrado) a las gloriosas interpretaciones que
Pappano hace de casi todo lo que dirige. Su colaborador Renato Balsadonna,
que ha hecho que el coro de The Royal Opera suene más ligero y brillante,
también merece los elogios por la emoción de otra estupenda noche de ópera
en Covent Garden.
Como último pensamiento, no puedo evitar añadir que la postal de Andalucía
no puede ocultar que ayer, como hoy, muchas mujeres mueren a manos de sus
cobardes, acomplejados, repugnantes compañeros. |
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