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El Cultural, 08/01/2016 |
ALBERTO OJEDA |
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Jonas Kaufmann: "Antes del éxito tuve que sobrevivir a mis
‘años de galera'"
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Jonas Kaufmann seguirá siendo 'el deseado' en el Teatro Real, que ve como en
el último momento se cae su recital del domingo por una inoportuna
sinusitis. Estaba previsto que abriese los actos conmemorativos del
bicentenario del coliseo madrileño, donde sólo ha cantado una vez, en 1999.
El tenor bávaro, en la cumbre del planeta lírico, hablaba con El Cultural
cuando su visita a Madrid seguía en pie, una charla en la reflexionaba sobre
las claves de su éxito y sus aspiraciones futuras.
Jonas Kaufmann
(Múnich, 1979) viste hoy día ropajes mesiánicos en el universo lírico,
jaleado con prolongadas y estruendosas ovaciones en cada escenario que pisa.
Incluso cuando yerra, los aplausos se redoblan. Algo inaudito. Sobre todo en
un teatro como La Scala de Milán, templo frecuentado por un público
exigente, impío si el canto no se ejecuta conforme a los cánones acuñados
por la tradición operística italiana. Pero cuando el tenor bávaro se trabucó
con una estrofa de Nessun dorma, ya en la fase de propinas de su recital del
pasado junio, a nadie se le ocurrió torcer el gesto ni proferir un abucheo.
Llevaban casi dos horas extasiados con su despliegue vocal al servicio de
Puccini. Y Kaufmann, además, se rehízo con aplomo y una sonrisa para
desdramatizar. Retomó el hilo y clavó el final del aria más popular de
Turandot. Luego vinieron 40 minutos de aclamación masiva. La secuencia la
recoge la película An Evening with Puccini, que se estrenará en España el 25
de febrero.
Con ese precedente triunfal, llega al Teatro Real, donde
encontrar una entrada para su recital de este domingo 10 se ha convertido en
misión imposible ya desde hace varias semanas. Normal. El coliseo madrileño
abre con su visita la batería de actos conmemorativos de su bicentenario.
Además, Kaufmann sólo ha cantado una vez en Madrid, y fue de rebote. Ocurrió
en 1999 cuando le convocaron con urgencia para sustituir a Zoltan Todorovich
en La clemenza di Tito. Encarnó en una sola función al emperador romano.
Luego una fractura de costilla le obligó a dar plantón en el foso madrileño
nada menos que a Claudio Abbado, que le esperaba para que se metiera en la
piel de Florestan en Fidelio. Esto fue en 2008.
En los años
siguientes, de forma progresiva, Kaufmann se ha ido erigiendo en el tenor de
tenores, sucediendo en esa posición hegemónica a Plácido Domingo. "No me
corresponde a mí confirmar o desmentir la sucesión. El simple hecho de que
me comparen con él ya me lo tomo como un tremendo halago. Admiro mucho a
Plácido Domingo y los logros alcanzados durante su carrera son sencillamente
únicos. Es un fenómeno de la naturaleza", señala a El Cultural. Hoy su
corona apenas se la discute nadie. Acaso Juan Diego Flórez. Acaso Piotr
Beczala. Acaso... Entramos en el terreno de lo opinable, de lo subjetivo.
La entronización de Kaufmann se asienta en una combinación de virtudes.
Como su versatilidad operística, acreditada con su evolución desde tenor
lírico a dramático, pasando por la escala intermedia de spinto. Su
inteligencia para alternar registros más introspectivos con descargas de
tempestades canoras cuando toca. Su concienzudo trabajo interpretativo. Su
telegenia cercana al paradigma del latin lover. Su habilidad y solvencia con
las lenguas: aparte del alemán, habla francés, inglés e italiano. "Me
defiendo con el español en una conversación pero cantarlo es otra cosa",
añade. Y su don para alcanzar niveles superiores tanto en la ópera como en
el lied.
Una ambivalencia que le permite aventajar a la mayoría de
sus competidores. Lo certifica el contraste de sus comparecencias en Milán y
Madrid. Aquí desplegará sus dotes para el segundo cantando Las canciones
para un compañero de viaje de Mahler, Los siete sonetos de Miguel Ángel de
Britten y Las ocho canciones de la últimas hojas de Richard Strauss. Allí
demostró su dominio total de la ópera, que va más allá de la ejecución
musical. Su recital pucciniano delataba un conocimiento exhaustivo de la
obra del compositor toscano. Aparte de desgranar sus grandes hits, también
interpretó arias de sus óperas primerizas: Le villi y Edgar.
Esa
visión global de Puccini quedó registrada en su último disco de estudio:
Nessun dorma (Sony Classical). "La antología muestra su evolución musical.
Su calidad puede advertirse ya en sus primeros trabajos. Queríamos
evidenciar cómo el nivel de excelencia que lucen sus piezas de madurez, las
que todos conocemos, ya estaba presente en su juventud. Caso aparte es La
fanciulla del West, que presenta otro Puccini: es una partitura muy moderna,
cercana a los patrones compositivos contemporáneos por sus armonías. Es muy
difícil de etiquetar".
Circula en internet una especie de making of
de la grabación en Roma. Al rematar Nessun dorma, vemos a Kaufmann cabecear
autoafirmándose, enfervorizado, como un futbolista al marcar en el último
minuto de la prórroga por la escuadra. "Pocas arias son tan apreciadas hoy
día como Nessun dorma. El legendario primer concierto de los Tres Tenores se
celebró sólo tres días después de que cumpliese 21 años. Me daba muchísima
envidia ver a Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras cantando
ese monumento. Durante mucho tiempo, no me atreví a cantarlo; su halo mágico
me provocaba un temor reverencial. Pavarotti lo hizo suyo durante muchos
años, imprimiéndole su sello. Quise tomarme mi tiempo, esperar a que mi voz
estuviera en condiciones óptimas. Toda esa espera iba agrandando la presión
sobre mí. Así que puede imaginarse la catarata de emociones que experimenté
cuando la canté por primera vez con una orquesta. Eso es precisamente lo que
recoge el making of".
- ¿Cómo fue el ambiente de la grabación en Roma
junto a Antonio Pappano y su orquesta de la Academia Nacional de Santa
Cecilia? - Sencillamente perfecto. Grabamos durante una soleada semana de
septiembre, la mejor época para disfrutar de Roma. La mayoría acabábamos de
llegar de las vacaciones. Estábamos todos descansados y muy inspirados.
La combustión con Pappano - Su tándem con Pappano es muy sólido. Con
él también acaba de grabar una esplendorosa Aida (Decca). - Es un buen
amigo y un director excepcional. Al ser hijo de un profesor de canto, creció
escuchando a los alumnos de su padre, en mitad de sus clases. Luego se
curtió como pianista acompañante. Sabe muy bien lo que necesitamos,
identifica muy rápido nuestras dificultades. Sabe también cómo ayudarnos y
sacarnos del bache. Ha sido una bendición tener la oportunidad de cantar y
grabar con él buena parte de mi repertorio italiano. Es un hombre pleno de
energía, una gran inspiración para los cantantes y los músicos. Es
fantástico crear la música y sentirla al mismo tiempo. Y Pappano siempre
propicia esa combustión mágica.
Bajo su batuta, Kaufmann ha campeado
en la Royal Opera House. Al Covent Garden le ha reservado su debut en
algunos de sus grandes papeles: Don José (Carmen), Cavaradossi (Tosca)...
Pero esta trayectoria exitosa del cantante alemán no ha estado exenta de
altibajos. Le costó un tiempo ubicarse vocalmente. Le habían programado para
ser el típico ‘tenor lírico alemán', con los roles mozartianos de Tamino y
Don Ottavio como epicentros de su repertorio. Al principio intentó avanzar
por el camino balizado por sus maestros, pero pronto se topó con un
cul-de-sac.
- ¿Cuándo y cómo se dio cuenta de que no andaba bien
encaminado? - Ocurrió durante mi primera temporada en Saarbrücken. Me
harté muy rápido, era incapaz de afrontar todo lo que supuestamente debía
cantar. El momento más oscuro de esos años fue cuando me quedé ronco durante
una función de Parsifal en la que cantaba la minúscula parte del ¡cuarto
escudero! Gracias a Dios, conocí poco después a mi profesor, Michael Rhodes.
Fue él quien me enseñó a cantar con mi propia voz en lugar de impostar ese
cliché del ‘tenor lírico alemán'. Rhodes consiguió ‘exhumar' mi verdadero
canto. Cuando profetizó que terminaría algún día cantando Lohengrin y que me
contrataría el Met, no podía creerle. Pero el tiempo le ha dado la razón.
Así que antes de que llegara el éxito tuve que sobrevivir a mis propios
‘años de galera'. Creo que he tenido mucha suerte en mi carrera. No tengo
más secreto que el haber conocido a las personas adecuadas en el momento
justo.
- Más allá del canto, de usted se valora además la profundidad
de su trabajo actoral. ¿Cómo prepara los personajes? - La ‘preparación
interior' empieza ya en el momento en que estudio el papel. Es una primera
aproximación más instintiva que razonada: las palabras y la música te van
prefigurando automáticamente el cauce expresivo. Si cantas una frase como
"Elsa, te amo" no puedes evitar que tu cara y tu cuerpo expresen la misma
emoción que tu canto. Ya en los ensayos, si tienes la suerte de tener al
lado a un director de escena con instinto musical, puedes utilizarlo como
base para el trabajo interpretativo. Entonces te ‘calzas' el personaje y
eres libre de moldearlo en cada función como si fuera la primera vez.
- El legendario Giorgio Strehler fue un maestro esencial para usted en
esta faceta interpretativa. ¿Cuál fue su lección más valiosa? -
Precisamente eso: que encarnara el personaje cada función como si fuera la
primera vez. Tuve la fortuna de cantar Ferrando en el Cosí fan tutte que
abrió el Nuovo Piccolo Teatro de Milán en 1997. Fue su última producción
operística. Tenía fuego dentro. Sus ojos eran dos ascuas. Era todo pasión y
emoción. Él quería sobre el escenario personas de carne y hueso expresándose
y moviéndose con espontaneidad, sin estar pensando en la necesidad de cantar
bien. En realidad, sin pensar en nada. Cuando ensayamos el aria Tradito,
schernito, me dio cientos de explicaciones sobre la situación emocional del
personaje en ese momento. Pero al final me dijo: "No me importa cómo lo
interpretes, lo principal es que el público consiga captar el mensaje de lo
que está sucediendo en su interior. Y si tienes la necesidad de
interpretarlo de otra manera en la siguiente actuación, ¡simplemente hazlo!
¡Crea algo nuevo en cada noche! ¡Nunca te repitas!"
El ‘Monte
Tristán' Y en eso está Kaufmann: intentando reinventarse cada función,
vaciándose en cada teatro. También ampliando su radio de acción en el
repertorio mediante el oscurecimiento de su voz, cada vez más densa y
penumbrosa. Sus prioridades para los próximos años tienen ya nombres
propios. En París cantará su primer Hofmann y en Londres se estrenará como
Otello. Ambos retos los acometerá ya en la temporada 2016/17. Dice que entre
sus prioridades está también Tannhäuser pero no se fija, de momento, una
fecha precisa. Lo va acechando. Y de vez en cuando alza la vista y atisba la
cumbre de Tristán. "Es mi Everest particular", confiesa, algo intimidado por
el inhumano tercer acto compuesto por Wagner. "Veremos". |
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