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Scherzo, Febrero 2011 |
Fernando Fraga |
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EL WERTHER DE HOY
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Jacquot,
como responsable en parte de la filmación del espectáculo, recuerda en
su planteamiento los procedimientos utilizados con su película sobre
Tosca de hace diez años: entrevera planos del escenario con otros entre
bambalinas, ampliando los espacios a costa de hacernos correr el peligro
de perder un tanto la intensidad lograda por el relato. Decorados
grandes y con los mínimos elementos, donde dirige con meritoria atención
a los protagonistas que por allí se mueven exhibiendo sus problemas y
desencuentros. Impactantes las escenas en la casa de Charlotte, en esas
habitaciones inmensas, frías, donde la muchacha parece vivir con mayor
intensidad sus angustias. La escena final, más concentrada la acción en
los dos solistas, es de un efecto sorprendente. Kaufmann hace un Werther
alejado de cualquier tradición. Por voz oscura -puede que en este
aspecto sólo sea remitible a quien estrenara la obra: Ernest van Dick-,
concepto sobrio, e interiorizado, de una intimidad a veces quizás
rozando la artificiosidad, sin que ello impida que la voz hermosa a su
manera, rotunda, ancha y poderosa, se lance a una exposición desprendida
de matices muchos de ellos de una novedad pasmosa. Supresencia física,
ideal para un personaje romántico hasta la náusea, suma un dato
significativo más y la variedad de expresiones faciales (que la cámara
recoge puntual y detalladamente) son el perfecto complemento a una
interpretación musical y dramática hoy día excepcional. Koch no se queda
muy atrás. Tiene la tesitura de Charlotte,aprovecha las variadas
posibilidades vocales y expresivas que la parte ofrece y se mueve por
escena acorde al planeamiento canoro. Tézier está muy por encima de las
limitadas posibilidades que le ofrece Albert y la Sophie de Gillet es
una auténtica delicia, tanto verla como escucharla. Vernhes saca a la
luz lo poco que puede permitirle el Bailli y a los dos borrachines Jäggi
y Tréguier) sólo se les puede encarar que a veces se pasen un poco de
alcohol. Plasson (aunque parezca increíble, para la ocasión debutaba en
la parisina ópera Nacional) es fiel al ya conocido planteamiento, con
sus tempi tendentes a lo lento que no poco favorece la ejecución de
Kaufmann. Su envidiable experiencia con la tan extraordinaria partitura
redondea una velada superlativa.
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