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Scherzo, Julio/Augusto 2012 |
Fernando Fraga |
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DESTELLOS
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El
disco comienza de manera excepcional: Kaufmann le -taca un
partido imponente a la página del Romeo de Zandonai, con matices
que anteriores intérpretes -Fleta, quien lo estrenara. un
heroico Del Monaco, un inesperado Matteuzzi, Angelo Lo Forese,
que lo grabó en dos ocasiones al completo, Alagna- pasaron por
alto o no captaron. Una mezcla efusiva de lirismo e intensidad
dramática que deja al oyente, como mínimo, sobresaltado. Lo que
sigue no está a la misma altura. El colorido vocal de Kaufmann.
y este juicio acabará repitiéndose seguramente hasta que su voz
se imponga como familiar, oscuro y denso, en ópera italiana
suena algo exótico y cualquier colega mediterráneo, aunque como
artista no le llegue a la suela de sus zapatos, tiene las de
ganar como punto de partida en una posible comparación. Para
colmo el repertorio verista (con discusión: las páginas del
Fausto de Boito poco tienen de este género) no parece concordar
demasiado con la personalidad del tenor. Al menos son obras aún
no asumidas en escena y en un artista de las especiales
características de Kaufmann esto puede ser un obstáculo. De
hecho, de su Maurizio de Sajonia, aquí interpretado en sus dos
cantables de los que no pasa de realizar un mero trabajo de
profesional y digna traducción, están llegando críticas
entusiastas de su reciente interpretación en el Covent Garden en
compañía de Gheorghiu. Kaufmann da la sensación además, con
respecto a recitales anteriores, que en esta ocasión,
posiblemente acuciado por presiones ajenas a él, no ha elaborado
suficientemente el programa elegido. Claro que estamos hablando
de un cantante dotado, de un artista sensible, talentoso e
imaginativo y, acá y allá, donde se combinan páginas
popularísimas (en cabeza, el Vesti la giubba de Canio) con otras
menos difundidas (una canción de Refice, Ombra di nube. metida
un poco a contra sentido) aparecen de improviso detalles de una
eficacia asombrosa. Y pese a lo dicho, el milagro logrado con
Zandonai, puede repetirse, en medio de los momentos menos
felices. Valga como ejemplo el juego contrastado, entre medias
voces y plenitud vocal, utilizado en el lamento cileano de
Federico, donde (claro está, hay posibles) introduce el agudo
tradicional no escrito tan perfectamente colocado que parece
perfectamente natural en el discurso y no un añadido
caprichosamente estentóreo como suele pasar a menudo. El mismo
nivel se consigue con las páginas del Marcello de La bohème de
LeoncavaIlo o de Corrado en la rara Lituani de Ponchielli,
fragmentos que parece el tenor haber colocado mucho mejor como
se dice in gota. Al contrario, pese a la evidente buena voluntad
del Come un bel dì di maggio, de los fragmentos correspondientes
al Chénier de Giordano, agravados por el dúo final donde la
fascinante en otros repertorios Eva-Maria Westbroek (Ismailova,
Minnie pucciniana, Sieglinde) se integra mal con el tenor y
entre los dos, mal empastados, fríos, no son capaces de traducir
tan apasionante reencuentro. Pappano y su orquesta romana son un
magnífico telón de fondo para Kaufmann, cuya voz, en el plano
puramente instrumental, suena siempre rica, personal, potente,
amplia, generosa e irresistiblemente atractiva a pleno pulmón y
en su aterciopelada oscuridad.
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